Por Luciana Mignoli, periodista, Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena en Argentina
“¿Ustedes son amigos de Valeria? Valeria es un ángel. Así que si ustedes son amigos de Valeria, también son ángeles. Entonces pasen. Vamos a charlar”.
Ser amigos de Valeria Mapelman fue la llave para conocer a Salqoe (Pedro Palavecino según el documento). Eso fue lo que nos dijo la primera vez que lo vimos, hace ya varios años, en la puerta de su casita en Ayo La Bomba, cerca de Las Lomitas. Lugar donde nos quedamos largas horas, a la sombra de un árbol, escuchando “historias tristes”.
Salqoe es uno de los sobrevivientes de la Masacre de La Bomba, ocurrida el 10 de octubre de 1947 cuando cientos de indígenas pilagá fueron asesinados en un paraje cercano a Las Lomitas, Formosa. Perseguidos por cielo y tierra durante casi un mes. Víctimas de delitos sexuales, torturas, fusilamientos. Enterrados en fosas comunes. Y quienes sobrevivieron, los esperaban campos de concentración, explotación y semiesclavitud.
Valeria Mapelman (compañera de la Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena) recuperó la memoria oral de los y las sobrevivientes en “Octubre Pilagá. Relatos sobre el Silencio”, un documental premiado por su compromiso con los derechos humanos. Un trabajo respetuoso y conjunto que hizo que emergieran los testimonios de ese horror. Y puso fin al silencio.
Y ahora salió a la luz “Octubre Pilagá. Memorias y Archivos de la Masacre de La Bomba” -editado por Tren En Movimiento-, un libro donde se incorporan un gran volumen de fotos, documentos y testimonios que no habían entrado en el trabajo audiovisual.
El sábado 21 de noviembre a las 18.30 el libro tiene su presentación formal en el Centro Cultural Tierra Violeta, Tacuarí 538, junto a Noleé Cipriana Palomo, hija de una sobreviviente de la masacre e integrante del consejo de mujeres de la Federación Pilagá.
Pero hubo otras hace unos días. Primero, en el acto de aniversario de la masacre en el lugar de la masacre. Y luego, cuando tomé esta foto: allí, Valeria le entrega a Salqoe el libro que él mismo ilustra en tapa. Lo recorrieron con la mirada, con las manos, con tristeza y alegría. Miraron con detalle los archivos, los mapas, los nombres. Todos hicimos silencio. Allí había muchos muertos.
Valeria le contó por qué le pareció importante plasmar todos los archivos y testimonios en un libro. Salqoe la escuchó con atención, le agradeció pero le dijo que “falta seguir, porque muchos no saben. Y porque todavía duele”.
Hace más de diez años que se conocen. Y los separan 1.500 kilómetros y lenguas diferentes. Pero se miran a los ojos y hablan el mismo idioma. El idioma que hablan los que les sigue doliendo lo que pasó y van a seguir trabajando para nunca más se repita.
Memoria, verdad y justicia no es solo un lema. Es un grito que se hace carne ante cada injusticia silenciada. Por eso, conocer y difundir qué pasó ese 10 de octubre de 1947 es un acto de reparación histórica.
Por eso, hago mías las palabras de Rodolfo Walsh: “El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”.