Por Alfredo Serrano Mancilla para CELAG
Los intentos de restauración conservadora cuentan con ganar la batalla de las expectativas. Esto es tan importante como vencer en el campo de las transformaciones reales. Todo es política. Lo que pasa y lo que nos imaginamos; lo que es y lo que puede ser. La derecha regional opositora no ha sabido ganar elecciones en lo que va de siglo XXI en aquellos países que optaron por una senda contra hegemónica a nivel mundial. Ni en Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador, Bolivia, en ninguno de esos procesos, la oposición logró vencer en las urnas. La política efectiva de cambios materiales en las condiciones de vida a favor de la mayoría se impuso frente a cualquier relato catastrofista. Los medios dominantes lo han intentando con su narrativa “al borde del precipicio”, con ese tan insistente “todo está mal”. Y hasta el momento, la cosecha es infructuosa. Pierden y vuelven a perder. Pero no cejan en el intento.
Los diferentes procesos de cambio han atravesado y superado infinitas dificultades en el pasado; han sido capaces de concretar eficazmente políticas públicas garantistas de derechos sociales, recuperando la soberanía en los sectores estratégicos, mejorando los niveles de vida de las clases populares. Han sabido construir condiciones objetivas en modo inclusivo, sin dejar a nadie por afuera. Frente a ello, la derecha latinoamericana parecía desubicada. Se le fueron agotando los titulares alarmistas y sus anuncios de una hecatombe tras otra. En las calles la gente seguía con su rutina; siempre un poco mejor, con las necesidades básicas cada vez más satisfechas, con empleo y salario digno, con niveles de consumo más elevados.
¿Cuál está siendo la estrategia de reinvención de la derecha latinoamericana en estos países luego de tantos años de derrota? ¿Qué piensan hacer para recuperar el terreno perdido? ¿Cruzarse de brazos? No. La derecha nunca fue de tirar la toalla. Por ello, busca cómo ganar este pulso en el que no puede competir en el terreno de las mejoras sociales y económicas. Entonces, apuesta por disputar el sentido de lo que falta por hacer, de lo que viene. A sabiendas que pierden en cada discusión acerca del pasado y presente, entonces, la clave encontrada es pugnar por el futuro, por las expectativas, por las perspectivas de seguir mejorando, por las sensaciones de lo que se viene. Ahí se concentra buena parte de la maquinaria electoral de la derecha continental. El fin de ciclo es quizás el lema más repetido en Argentina, Brasil y Venezuela (los tres países con más años de vida) precisamente con el objetivo de poner punto y final a las expectativas y esperanzas.
Luego de más de una década, el desgaste comienza a hacer un poco de mella. La caída de precios del petróleo, la contracción del comercio mundial y el estrangulamiento financiero internacional constituyen además un frente externo adverso que añade obstáculos a este momento histórico. Seguramente, cada vez son más notorias las tensiones y contradicciones internas propias de cualquier proceso de cambio a tan alta velocidad. La progresiva naturalización de aquello que ha sido logrado puede que también sea otro factor determinante en esta fase de ilusión amesetada en la que nos encontramos.
En tales circunstancias, el enemigo histórico, hegemónico a nivel global y con fuerzas políticas-mediáticas-económicas adentro de cada país, se frota las manos. Se crece. Cree que vuelve a surgir otra oportunidad para dar su golpe de timón. A esto se suma dos asuntos cruciales en esta disputa: por un lado, el tirapiedrismo de aquellos fieles del “se puede cambiar todo de un día para otro, y si no, todo está mal”; por otro lado, tampoco faltan los que aparecen en la foto únicamente cuando las cosas van bien. Y si la cosa se pone cuesta arriba, entonces, el tiratoallismo se apodera de quienes siempre se dan por vencidos por anticipado. He aquí la cuestión. El tiratoallismo: una suerte de enfermedad que genera perdedores y derrotismo, que provoca parálisis. Con ello, se corre el riesgo de creer que está todo perdido, de entrar en un pesimismo crónico, y de que entonces, arriben los reproches destructivos y se pierdan las ganas de seguir luchando. De proliferar, el tiratoallismo nos condenaría a una derrota política.
Los momentos espinosos están para eso, para superarlos. Para no tirar la toalla. Para aprender de los errores cometidos. Para afrontar los desafíos venideros: encontrar la salida interna no neoliberal frente a la restricción externa, hacer que el Estado sea más efectivo, crear condiciones sociales y económicas para la innegociabilidad de los derechos sociales, buscar superar el rentismo importador, transformar y democratizar el aparato productivo, continuar avanzando en la integración regional, por qué no crear una agencia de calificación de riesgo latinoamericana, buscar identificar nuevas respuestas a las nuevas preguntas de las mayorías, ser capaces de ilusionar reinventando hacia delante. Como dice García Linera, “se trata de tensiones propias de procesos revolucionarios que tienen que afrontar problemas, contradicciones y nuevas luchas no previstas ni planificadas con anterioridad porque así son las verdaderas revoluciones”.
Todo ello constituye el actual universo en disputa en América Latina. Demasiadas cuestiones encima de la mesa como para tirar la toalla. Si al tirapiedrismo, se le suma el tiratoallismo, entonces, la derecha tiene todas las de ganar. Rendirse ahora sería un error histórico imperdonable.