Por Laura Capriglione, especial para Jornalistas Livres
Acusada de ser responsable por la tragedia, la empresa Vale controla la escena del crimen, excluye a la prensa y deja al pueblo de lado. ¿Es eso correcto?
Arrancados de sus casas por el tsunami generado por la ruptura de las represas Fundão e Santarém, repletas de barro tóxico, los habitantes de Bento Rodriguez, poblado rural a 35 km del centro de Mariana, sufren otro tsunami: el de las dudas, las mentiras y la disimulación.
Las represas destruidas pertenecen a la minera Samarco, fundada en 1977 y controlada por la todopoderosa Vale y la anglo australiana BHP Billiton. Décima mayor exportadora del país, la empresa facturó casi 30.000 millones de dólares en 2014 y presentó un lucro líquido de más de 10.600 millones de la misma moneda. A pesar de esa bonita contabilidad y de decir en su sitio de internet que pone la vida “por encima de cualquier resultado y bien material”, los habitantes de Bento Rodrigues reclaman que no había siquiera una simple sirena instalada y funcionando para alertar al pueblo de la ruptura de las represas. Podría haber salvado vidas.
Ahora, entre los restos de la tragedia, los habitantes de Bento Rodrigues sospechan que la empresa está priorizando el salvataje de su imagen institucional en detrimento de las vidas humanas y animales atropelladas por el avance espantoso del barro.
“¿Por qué están impidiendo que entremos en Bento Rodrigues? Podríamos ayudar en la búsqueda y rescate de los desaparecidos y los animales porque conocemos como nadie la región, sabemos movernos en el monte. ¿Qué están queriendo esconder?”, preguntaba un grupo de pobladores indignados por el hecho de ser mantenidos, a la fuerza, lejos de su barrio.
“¿Por qué no dejan que por lo menos algunos de nosotros entremos para ver lo que está pasando?”
Este sábado, el intendente de Mariana, Duarte Júnior (PPS, Partido Popular Socialista), confirmó que 28 personas se encuentran “desaparecidas” tras la ruptura de las represas. De ellas, 13 son empleados de Samarco y trabajadores de las prestadoras de servicios. Otros 15 desaparecidos son vecinos de Bento Rodrigues, de los cuales 5 son niños.
El intendente también reconoció oficialmente una segunda muerte en la tragedia. El cuerpo de un hombre todavía no identificado, fue encontrado en el municipio de Rio Doce, a 100 km de Mariana, a la orilla de un río, en el barro. La primer víctima oficialmente reconocida fue un habitante de Bento Rodrigues que sufrió un paro cardíaco al ver el desastre.
Todas las vías de acceso al sub distrito de Bento Rodrigues están cerradas. Sólo entre y sale quien tiene pase de autorización. Decenas de soldados de la PM (policía militar) minera controlan la ruta principal. La calle alternativa está intransitable, escenario caótico de arcilla, rocas, troncos de árboles y restos de vegetación desparramados. Nadie pasa por ahí.
“¿Samarco es acusada de un crimen ambiental muy serio que puede haber causado decenas de muertes y todavía tiene el desacaro de controlar la escena del hecho? ¿Qué locura es esta?”, reclama una activista ligada al Movimiento de Afectados por las Represas, cuando un camión con generador de luces de Samarco supera tranquilamente la barrera policial que impide el ingreso de los vecinos. (Detalle: en la puerta del camión, el logotipo de Samarco está tapado con papel). También camionetas y funcionarios al servicio de la empresa debidamente autorizados por ella, tienen libre acceso al lugar.
Samarco emitió una nota oficial a los inversores internacionales presentando sus supuestas razones para prohibir el acceso al terreno del desastre: “Por razones de seguridad, Samarco reafirma la importancia de no permitir desplazamiento de personas en el lugar del incidente, excepto de personas y equipos afectados a la atención de la emergencia”.
Sólo a título de memoria y considerando –claro– la diferencia de escala, durante las operaciones de salvataje que siguieron al tsunami que arrasó Thailandia en 2005, el trabajo valiente y sin tregua de centenas de voluntarios haciendo inclusive el rescate de cuerpos humanos y de animales, fue imprescindible para que la desgracia no fuera todavía peor. No se alegaron cuestiones de seguridad para impedir el trabajo solidario.
“¿Cómo es posible que a las víctimas se las mantenga alejadas y el acusado entre y salga a voluntad?”, pregunta Ángela, 57 años, que nació en Bento Rodrigues y ahora vive en Catas Altas, sitio próximo, apuntando a ningún lugar en el valle tapado por el barro. “Ahí estaba la casa de mis padres”. Sólo ella distingue dónde.
Pero lo que realmente perturba a los sobrevivientes y hace aumentar la tensión en la entrada de Bento Rodrigues es el movimiento de helicópteros de la policía subiendo y bajando en la “zona caliente”, como llaman los bomberos al área central y más peligrosa de la catástrofe.
Sin informaciones, impedidos de ver lo que pasa en el pueblo, sus habitantes sospechan que en el lugar se están recogiendo cadáveres humanos para llevarlos a otro sitio ignorado. De los testimonios en Santa Rita Durão, localidad de Mariana que es pasaje obligatorio para quien quiere llegar a Bento Rodrigues, dicen haber visto camionetas del Instituto Médico Legal pasando delante de la comisaría en dirección al barrio afectado. “¿Qué fueron a hacer? ¿Defensa Civil no dice que uno de los muertos oficiales fue encontrado lejos y el otro ya fue retirado el primer día? Entonces ¿por qué los coches funerarios?”, se pregunta Maria do Rosário, empleada en un comercio de alimentos.
Bomberos civiles convocados para ayudar a impedir el acceso de los vecinos del pueblo, confirman la existencia de muchos animales todavía vivos en el lugar, pero ya registraron la presencia pesada de la muerte que se anuncia por el olor dulzón y repulsivo de la carne en putrefacción.
Ellos salen extenuados del lugar, después de ayudar a detener a una vecina que, escondida en el monte, trataba de romper el cerco policial para encontrar a su abuela desaparecida desde el jueves. Según los bomberos, la joven estaba con el rostro y los brazos tajeados por la vegetación cerrada y con barro casi hasta el cuello, tratando de llegar a la casa de su familiar. Ella se resistió con fuerza a los que trataban de impedirle hacer su búsqueda. “Pero conseguimos sacarla”, dice Paulo César, bombero civil de Nova Lima. La periodista le pregunta: “¿Y la abuela de la chica?” El socorrista responde. “Infelizmente, está muerta. No tiene cómo. Ahí sólo queda desolación”.
Pero la gente de Bento Rodrigues cree que es un crimen dejar morir en la desesperación del lodazal bueyes, vacas, perros, caballos y gallinas –¿hasta pajaritos enjaulados?– que todavía sobreviven en el barro. Y ellos existen.
El paso monótomo del tiempo bajo el sol fuerte y un calor de 42°C, el sube y baja de los helicópteros, camiones y camionetas entrando y saliendo y ninguna noticia, sólo es interrumpido cuando se oye el grito: “¡Prensa! ¡Corré! ¡Aquí!”
Bajando una ladera empinadísima, se ve un grupo de vecinos trayendo golpeada pero viva, una perrita grandota, pelo marrón, callejera, acostada en un catre hecho con dos palos y una sábana marrón que alguna vez fue blanca. “Estaba con la mitad del cuerpo metido en el barro”. Los hombres que la traían conocían al animal. Era del carnicero Agnaldo, que había pasado la mañana tratando de entrar en Bento Rodrigues para buscar al animal. Se lo prohibieron.
“Esa perrita estaba viva, pudiendo ser rescatada. Ya vimos una yegua, también viva, metida hasta el cuello en el barro. Puede haber gente sufriendo, todavía viva, que fue arrastrada lejos por el barro”, se angustia uno de los rescatistas de la perra.
“Avisamos a los bomberos sobre la yegua, pero nos dijeron que no podrían salvarla porque no disponen de cuerda para sacarla. Es necesario correr con la ayuda ahora que el barro empezó a secarse. Mientras tanto, no se vieron ni una sola vez esas jaulas colgadas de los helicópteros, ayudando en las búsquedas”.
Fue por la tarde que los héroes anónimos consiguieron burlar la seguridad y escabullirse por las márgenes del mar de lama, donde encontraron a la perrita lastimada. También encontraron un crucifico de oro de un metro de altura que adornaba el altar de la iglesia de São Bento, la iglesia de Bento Rodrigues. Entregada por hombres humildes (Neimar, Leléu, Lilico, Jerry, albañiles y mecánicos) a la policía, el crucifijo fue llevado en vehículo policial al cuartel de la policía militar de Ouro Preto. “Quedará ahí, a disposición de las autoridades eclesiásticas”, dijo el teniente Welby. De la iglesia blanquita no se ve ninguna otra señal. Los árboles de mango a su alrededor ahí están todavía.
El teniente Welby daba instrucciones al soldado en el puesto de Santa Rita Durão: para este domingo, la zona “caliente” sería ampliada y la barrera policial implantada mucho antes, como forma de impedir a los habitantes hacer sus rescates y salvamentos. También como forma impedir ver lo que se quiere mantener invisible.