“Esta planta cura 150 enfermedades, como la diabetes, la presión alta y la gastritis. Se prepara como infusión o la licúa con agua y la toma todos los días”, asegura el indígena mexicano Clemente Calixto, mientras agita un ramo de hojas verdes.
Este médico tradicional, del pueblo mazateco, alaba la palomilla (Fumaria officinalis), también conocida como sangre de Cristo, una de las más de 3.000 plantas usadas frecuentemente en este país latinoamericano para atender variados padecimientos.
“Trabajamos con plantas sanas. Algunas crecen en el campo y otras las sembramos en los patios. Hacemos jabones, pomadas, jarabes, desparasitantes”, explicó Calixto a IPS.
El curandero, oriundo del municipio de Jalapa de Díaz, en el estado de Oaxaca, a 460 kilómetros al sur de Ciudad de México, incluye también en su herboristería la hoja de chaya (Cnidoscolus chayamansa) y la caña agria (Costus spicatus) que, mezcladas, asegura que resuelven problemas renales.
Calixto, uno de los 30 médicos tradicionales registrados y con credencial de las autoridades sanitarias en su región, es uno de los miles de herbolarios que procesan y comercian plantas medicinales y cuya protección legal es aún endeble.
La Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional, construida por la pública Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), enlista más de 3.000 especies de uso cotidiano. Se comercializan frescas y deshidratadas más de 250 especies.
En México, con unos 120 millones de habitantes, ocho de cada 10 personas consume plantas y productos animales para curar dolencias.
“Hay poca protección legal, no hay legislación adecuada, debe haber una ley federal y una institucionalidad que se repita a nivel estadual” para prevenir la biopiratería y otorgar reconocimiento a esa sabiduría ancestral, dijo a IPS el académico Arturo Argueta, del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM.
Investigador de largo historial, Argueta publicó con otros colegas en 1994 el primer “Atlas de las plantas de la medicina tradicional mexicana”. Sus pesquisas develaron que ese material biológico prolifera especialmente en zonas del sur de Ciudad de México, sus usuarios pertenecen a todos los estratos sociales y sus precios son bajos.
“Las más usadas son 50, una buena cantidad es silvestre y otras son sembradas por la población. Se pasó de un usuario exótico localizado en el sur (del país) a uno más extendido”, indicó el especialista.
Varias de las especies están cubiertas por la regulación azteca por estar amenazadas o en riesgo de extinción.
La medicina tradicional indígena esta reconocida en la Constitución Política de México como derecho cultural de los pueblos ancestrales.
Además, la Dirección de Medicina Tradicional de la Secretaría (ministerio) de Salud, creada en 2002, cuenta con un cuadro básico de 125 variedades para recetarse en el sistema nacional, a partir de las reformas introducidas en 2008 en la Ley General de Salud, en la que se incorporó y reguló la medicina tradicional.
Ese marco legal reconoce la existencia de medicamentos herbolarios y el Reglamento de Insumos para la Salud regula la definición, registro, elaboración, envasado, publicidad y puntos de venta de los medicamentos herbolarios y remedios herbolarios.
Esa dependencia extiende credenciales anuales a los médicos tradicionales para autorizarles la práctica, transmitida de generación en generación.
Es el caso de la indígena maya Lorenza Euan, que elabora jabones, pomadas, repelentes antimosquitos, gel antibacterial, jarabes y champú junto a otras cuatro mujeres en la cooperativa Maya Dzak (medicina maya, en esa lengua), en el municipio de Lázaro Cárdenas, en el sudoriental estado de Quintana Roo.
“Lo heredamos de nuestros antepasados. Uno se cura con un tallo, con una planta, con una raíz”, declaró a IPS, para mostrar después como ejemplo una pomada para dolores musculares y golpes que contiene extractos de 18 variedades botánicas.
“Recogemos plantas frescas, las pesamos, las lavamos, las molemos y hervimos la mezcla”, con la que preparar los productos, explicó.
Las mujeres de la cooperativa mantienen un jardín botánico, donde cosechan unas 25 especies, como ortiga, árnica, sábila y albahaca.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda proteger el conocimiento ancestral, integrar la medicina alternativa a los sistemas nacionales, fomentar la investigación y certificar a sus practicantes.
Euan se suma al coro que reclama mayor protección “para que haya más promoción y más reconocimiento”.
La Secretaría de Salud delineó la “Guía de implantación para el fortalecimiento de los servicios de salud con medicina tradicional“, que reconoce como amenaza la pérdida de la biodiversidad, resultante de los procesos de cambio de uso del suelo por la actividad agrícola, la deforestación y la depredación de los recursos naturales.
En su “Estrategia sobre medicina tradicional 2014-2023”, la OMS plantea que a medida que se vuelve más popular “es importante equilibrar la necesidad de proteger los derechos de propiedad intelectual de los pueblos indígenas y las comunidades locales, así como sus tradiciones de cuidados de salud”.
Al mismo tiempo, arguye, se debe asegurar el acceso a la medicina alternativa y promover la investigación, el desarrollo y la innovación en ese segmento.
Además, La OMS alerta de que si bien la propiedad intelectual permite apoyar la innovación y proporciona un estímulo a la inversión en investigación, también puede utilizarse “de manera abusiva para apropiarse indebidamente de recursos” de la medicina tradicional.
La Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI) protege los conocimientos médicos tradicionales contra la utilización no autorizada por terceros.
Pero su Comité Intergubernamental de la OMPI sobre Propiedad Intelectual y Recursos Genéticos, Conocimientos Tradicionales y Folclore aún no alcanza un acuerdo sobre un instrumento jurídico internacional que aseguren esas garantías.
A esos fenómenos se suma la postura del gobierno mexicano de prohibir la utilización de algunas especies botánicas en la preparación de infusiones o aceites vegetales por su nivel de toxicidad, planteamiento que rechazan los médicos tradicionales y los expertos.
La última lista, de 1999, veta 76 especímenes, entre ellos algunos usados habitualmente en la herboristería y la medicina tradicional, como cálamo, cáñamo (variedad de la hierba de cannabis), belladona, epazote (Dysphania ambrosioides), ruda y salvia.
En septiembre de 2014, el actual gobierno del conservador Enrique Peña Nieto tenía pronta la actualización de ese catálogo, con su ampliación a 200 variedades prohibidas, pero su entrada en vigor se ha congelado.
Para Argueta, es una contradicción, porque “en vez de informar sobre los problemas, actúa de manera punitiva, sin información”.
“No estamos de acuerdo que se declaren tóxicas a las plantas que sean curativas”, planteó Calixto.
Euan tampoco le ve justificación. “No entendemos por qué nos quieren perjudicar, si lo que necesitamos es apoyo”, se quejó.
Argueta plantea que una solución sería registrar la medicina tradicional como patrimonio cultural intangible ante la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
“Estamos empecinados en acopiar información de calidad sobre el sector, en ofrecer una imagen digna y completa”, indicó.