Intervención en la presentación del libro «Perspectivas desde el Humanismo sobre las encrucijadas del mundo actual»
Se me ha pedido que hable de Latinoamérica, y que lo haga en 7 minutos. Así que lo que viene será
prácticamente una sucesión de twitteos de 140 caracteres.
Actualmente es posible distinguir dos miradas acerca del mundo, miradas desde dónde se piensa y construye
el mundo, hay otras obviamente (de dominación, apocalípticas, etc.) pero para el caso, hablaremos de éstas
dos. Una mirada Optimista y otra pesimista, ambas miradas bien intencionadas.
Los optimistas plantean que nunca antes en el mundo ha habido más progreso que en los últimos 100 años.
Y sacan cifras y datos duros muy potentes: en los últimos 100 años, el promedio de vida se ha duplicado,
el ingreso per cápita se ha triplicado y la mortalidad infantil se ha reducido 10 veces en TODO EL PLANETA.
Señalan que gracias a la Ley de Moore, la tecnología tiene un desarrollo a tasas exponenciales y que ese
desarrollo nos permitirá construir en tres décadas una sociedad de abundancia.
La mirada pesimista, por su parte, hace énfasis en las grandes amenazas que hoy se ciernen sobre la
humanidad: El Cambio Climático, el Desastre Ecológico, las crisis económicas y las guerras, es decir, hambre,
destrucción y muerte.
Y cuando se encuentran un pesimista con un optimista parece un diálogo de sordos. El pesimista intenta
fundamentar su mirada con datos duros que – a su vez – son rebatidos por otros datos duros del optimista,
en una conversación de nunca acabar.
Lo que pasa es que ambos tienen razón, pues la humanidad se encuentra en una encrucijada, en un
equilibrio inestable. Por un lado: un desarrollo científico y tecnológico espectacular y maravilloso; y por otro
lado, un desarrollo político – social – económico desastroso que nos puede llevar a una nueva Edad Media
producto de un desastre nuclear o algo parecido.
Y dentro de este contexto es que quiero hablar de América Latina. Hace 20 años era inconcebible imaginar
que gobiernos de América Latina fueran encabezados por 3 ex guerrilleros, un indígena, un obrero, un
militar con un discurso bolivariano y antimperialista o un joven economista capaz de desafiar a los británicos.
Hace 20 años atrás resultaba impensable imaginarse una Europa y Norteamérica sumida en crisis económica
con convulsiones sociales junto a una América Latina con crecimiento económico, relativa estabilidad política
y gobiernos “progresistas” o mejor dicho “gobiernos de avanzada”.
A los Teóricos, politólogos y cientistas políticos les ha resultado muy difícil caracterizar a estos gobiernos
pues no siguen los modelos conceptuales o los moldes clásicos de los procesos de izquierda. Es que,
definitivamente, tales gobiernos son tributarios de lo mejor de nuestra América latina, de esa “cosa”
extraña conocida en el resto del mundo como “realismo mágico”. Correa, Chávez, Morales, entre otros,
indudablemente tienen mucho de ese “realismo mágico”
Pero indudablemente son gobiernos de avanzada, y si los miramos con los ojos de nuestro conservador Chile,
incluso, algunos llegan a ser revolucionarios.
Desalineación de Estados Unidos; Recuperación de la soberanía a través de procesos constituyentes;
Importantes avances hacia la democracia directa, revocación de los mandatos, iniciativa popular de ley;
Recuperación de los recursos naturales; Reconocimiento de los pueblos originarios; aceptación de la
diversidad, etc. etc. etc.
Por tanto, para los humanistas el apoyo a estos gobiernos resulta fundamental, más allá de las carencias
que puedan exhibir o los riesgos y amenazas reales de terminar en un mero populismo, clientelismo,
caudillismo, o sumidos en la corrupción.
Hay que reconocerlo con claridad meridiana: En este contexto de crisis planetaria ¿qué hubiese sido de
América latina de no existir una Cuba junto a una Venezuela Bolivariana y un Lula en Brasil?
Pero la mejor pregunta es: en medio de esta ventanita que esa abre producto de la crisis de Europa y
Norteamérica (que se puede cerrar en cualquier momento) ¿Cuál es el rol que América Latina debiese jugar?.
Los humanistas planteamos que Latinoamérica tiene hoy una oportunidad histórica de avanzar hacia la
integración, no solo económica sino política y social y construir su identidad común, convergiendo en su
gran diversidad. Avanzar desde la democracia representativa hacia la democracia directa. Fortalecer nuestra
soberanía energética y alimentaria. Integración en los derechos laborales, medioambientales y en la defensa
de los DDHH. Impulsar el libre tránsito de las personas e impulsar con fuerza y decisión la reducción del gasto
militar, reorientando tales recursos hacia el mejoramiento de la calidad de vida de nuestros pueblos.
Ahora bien, y desde otro plano, hay un elemento que no se ha estudiado y que lo toqué a la pasada cuando
hablé del realismo mágico de nuestro continente.
Es curioso, los pueblos latinoamericanos han dado grandes luchas, han hecho revoluciones y han botado
dictaduras sangrientas, y en cada uno de estos procesos, siempre estuvo – oculta o solapadamente – la
invocación a la Pachamama, Viracocha o al dios Inti de los pueblos andinos; la plegaria al Itzamna o
Quetzalcóatl en los pueblos mesoamericanos; que se mezclaron con los cultos africanos de Shangó y Yemayá
en Cuba o los de María Lionza, Guaicaipuro o el negro Felipe de la santería venezolana y que resonaron con
el Cristo Proletario de la Teología de la Liberación de los años setenta.
¿Qué quiero decir con todo esto? Que en todas las luchas por los oprimidos, que en todas las mejores
inspiraciones que han soplado en nuestra América, ha estado presente una difusa religiosidad, o mejor
dicho, una profunda espiritualidad. Por algo el propio Fidel Castro, el año 71 en su visita a Chile señaló
una enigmática frase: “Vivimos en una época en que la política ha entrado en un terreno casi religioso con
relación al hombre y su conducta. Yo creo que a la vez hemos llegado a una época en que la religión puede
entrar en el terreno político con relación al hombre y sus necesidades materiales”.
Quizás en estas encrucijada histórica, en este equilibrio inestable, debiese emerger esa difusa religiosidad
para transformarse en una profunda espiritualidad, que cómo dijo Silo hace ya varios años, deberá ser capaz
de combinar el paisaje y el lenguaje de esta nueva época (de ciencia, tecnología y viajes espaciales) con el
surgimiento y necesidad de un nuevo Evangelio Social.