Nos sacuden, nos golpean. Nos inducen a ponerle el letrero de “traidor” a Alexis Tsipras o, como mínimo, a aceptar que no se puede, que no hay forma, que el entramado de corruptelas financieras y equilibrios fiscales están santificados y nadie tiene derecho a revolver ese guiso. No se pueden cuestionar los decálogos del Banco central Europeo, ni las recetas agrias del FMI. No vale la pena votar ilusiones, mejor elegir al verdugo experimentado que nos va cortando en trocitos con cara de tahúr y profesionalismo.
Abandone toda esperanza, la voluntad de la reina teutona, o de los que manejan los hilos de la reina, son inevitables.
Una mala novela de frustración, de desengaño. Nos quieren hacer tirar la esponja. Pero mientras uno los ve deshumanizados, inertes, castrados de sentimientos, reprimiendo a gente que huye de hambrunas y masacres. Que les ofrecen hospicios abandonados, cuarteles de invierno, burocracias kafkianas, inoculación de odios y aberración en cada una de las caras de estos tecnócratas de cuarta, agitadores de cola de los directorios globales, de los CEOs o Zeus de estos tiempos…
La sangre la seguimos poniendo los mismos.
El telón está echado, pero no consigue taparnos a todos, algunos asoman por abajo, otros por los costados, por arriba, algunos agujerean el lienzo. Si tiramos todos a la una, el telón se corre y la obra se pone nuevamente en marcha. Que nadie se crea que va a ser fácil, que nadie piense que estamos de acuerdo en cuál debe ser el libreto, los roles, la música, la escenografía. Algunos quieren quedarse con los decorados antiguos, otros quieren prenderlos fuego. Otros arrancan las tablas y otros iluminan los rincones, pero es mejor estar al desnudo, a la intemperie, asumiendo la derrota y el fracaso para pensar ideas menos remanidas, para no atragantarse de dudas.
Porque estos malos decididores seriales, solo comprenden las cifras de 9, 10 u 11 ceros, pero no entienden que el planeta está por estallar. No debería hacer una lista de los lugares con conflictos armados, sino rescatar los pocos oasis donde no se están llevando a cabo ese tipo de sacrificios humanos.
Pese a su enorme desigualdad, Latinoamérica sigue siendo una tierra fecunda de disputas ideológicas, donde más se ha condimentado y removido el guiso neoliberal. Y algunas cosas valiosas han salido y han servido para rescatar de la indigencia, o sea, de la incapacidad de decidir nada, a millones de seres humanos, que ahora levantan la vista y encuentran un horizonte. Podemos discutir eternamente sobre las dimensiones, proximidad, extensión y distancia de ese horizonte, pero acordaremos que es nuevo y que encarna aspiraciones comunes que atraviesan la región de punta a punta.
El desafío que nos compete es que ni el temor, ni la falta de ideas, ni las presiones de los lobbys nos lleven al callejón sin salida que atrapa a Europa. Que no creamos que las respuestas engañosamente exitosas pueden ser faro, apenas si pueden ser piso de nuestras aspiraciones más profundas.
Pero para reencontrarlas, para poderlas colocar en ese horizonte que nos lleva a dar pasos hacia adelante, tenemos que seguir aprendiendo mancomunadamente, tenemos que incluir a los que todavía no se han podido subir al tren, incluso a aquellos que prefieren bajarse si no pueden seguir yendo en primera clase. Educación, educación y educación, que no quiere decir escuelas solamente, sino valores, nuevos paradigmas, nuevas concepciones del mundo material y del espiritual.
Necesitamos construir sueños capaces de renovar la fe y la esperanza en un ser humano que pareciera alejarse cada vez más de su centro, pero que seguirá porfiando porque no en vano la experiencia se acumula, y lo mantiene fértil la búsqueda de futuros colectivos.