El cantautor muere de un infarto de miocardio en Zahara de los Atunes (Cádiz).

«A Javier le gustaba dejarse sorprender. Era un tipo súper ingenioso. Con sus aires de burgués, que sorprendían un poco, pero era un erudito como pocos he visto», dice a eldiario.es su amigo y editor David Villanueva.

Por Paula Corroto

«Adios… bueno… mejor hasta luego». Así se despedía ayer Forges de su amigo Javier Krahe en una viñeta especial. Triste y emotiva. Un hasta luego al cantautor sarcástico, de pluma afilada y que no se dejó engatusar ni por unos ni por otros. Krahe hasta el final. «Cuervo ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú», como le cantó –sin poner nombres- a ese PSOE que trasteó con la OTAN en esa canción de mediados de los ochenta que acabaría siendo censurada por Televisión Española en 1986. Por sus letras, por su actitud, por no claudicar, Krahe se ganó a una buena manada de fieles que siempre llenaban salas como el Café Central, Clamores o Galileo, en Madrid.

La muerte llegó a las cinco de la mañana de un infarto de miocardio. Así lo anunció su amigo Pablo Carbonell pasadas las diez a través de Twitter.

Una noticia que era del todo imprevisible. Como contaba ayer su amigo, el editor y cantautor, David Villanueva a eldiario.es, «es increíble. ¡Si estaba en plena forma!». Este editor lo sabe bien. Vecinos del barrio de Malasaña, de la calle Pez concretamente, se habían despedido pocos días antes porque «Javier se iba a Cádiz con su familia y su guitarrita. Pensaba, además, tomarse un año sabático», señalaba Villanueva. Días antes habían estado compartiendo comida junto a Santiago Auserón. Poco tiempo atrás, aún caían los whiskies, las risas y las conversaciones en buena compañía.

«A Javier le gustaba dejarse sorprender. Era un tipo súper ingenioso. Con sus aires de burgués, que sorprendían un poco, pero era un erudito como pocos he visto. Un tipo leído, pero instruido en los clásicos, franceses y españoles. Era un tío muy espontáneo, que decía cosas como «David, esto de los insectos, menos mal que son pequeñitos, imagina que fueran de nuestro tamaño, con lo feos que son, qué pasaría». Eran esas reflexiones un poco infantiles, pero te constaba así, «ignorante, si no piensas en esas cosas para qué estás aquí. Lo importante es hacerse la pregunta», relataba David aún afectado por la noticia.

La despedida de sus amigos

El adiós de Krahe fue un estruendo en las redes sociales. La cremita de la intelectualidad hizo borbotear Twitter. De alguna manera, el cantautor –de aires burgueses- provenía de esa clase social de estudios en el Colegio del Pilar, de empezar la facultad en los sesenta, de abandonarlo todo por el amor a la canadiense Annick y a músicos de la época como Leonard Cohen y George Brassens. De volver después a España y animado por Chicho Sánchez Ferlosio empezar a actuar en locales madrileños donde conocería a Joaquín Sabina y Alberto Pérez, con quienes grabó el disco La  Mandrágora en 1981.

Desde entonces, Krahe, ese tipo espontáneo que se hacía preguntas, fue azote para muchos. Los devaneos de los socialistas de Felipe González estaban entre sus críticas más aceradas. La cosa biempensante también. A la Iglesia católica la soliviantó con unas imágenes en las que se veía arder un crucifijo en un horno en 2004. Es más, por ello fue declarado persona non grata por Jesús de Polanco, director de PRISA –las imágenes se habían ofrecido en el programa de Canal +, Lo más Plus- e incluso llevado a juicio aplicándole el artículo 525 del Código Penal (mucho antes de la Ley Mordaza) que señalaba la «ofensa a los sentimientos religiosos de los miembros de una confesión religiosa» y el «escarnio de dogmas, creencias o ritos». Después de dos horas la fiscal  afirmó que no veía delito alguno y dos semanas después fue absuelto de todos los cargos. La sátira, que aún se atraganta en España.

Muchos amigos se acordaron ayer de su figura. Desde el propio Pablo carbonell, con quien había fundado la discográfica 18 chulos en 1999 hasta cantautores contemporáneos como Pedro Guerra, Ismael Serrano y Quique González, quienes en Twitter señalaron:

Otro amigo como Santiago Segura también tuvo palabras para él:


Al poeta Benjamín Prado, con quien veraneaba a menudo en la costa gaditana, también se le atragantó el desayuno con la noticia:

El humor no casa con la militancia Krahe nunca se casó con nadie. No formó camarilla con ningún político. El humor y la sátira deben ser libres de militancias parecía ser su lema. Sin embargo, en los últimos meses, Pablo Iglesias, líder de Podemos, se había subido al escenario con él, y ayer recordaba aquel encuentro: «Se nos va el gran Javier Krahe. Que la tierra te sea leve amigo. Fue el mayor honor entrevistarte y cantar contigo». Alberto Garzón, de Izquierda Unida, tampoco evitó el pésame:


E incluso Manuela Carmena señaló que…

Porque Krahe, nacido en 1944, era de esos madrileños de barrios que aún no se habían gentrificado. De otra escuela. Y eso quedó plasmado en sus quince discos (más el homenaje Y todo es vanidad), en sus filmes como 10 comentarios, de 1978 y grabado en Super-8. O en los conciertos que en navidades ofrecía en el Café Central.

Su último disco, de 2013, fue ‘Las diez últimas’ (antes del recopilatorio En el Café Central de Madrid), un título escogido «porque es una frase hecha del tute. En este juego de cartas uno se apunta ‘las diez de últimas’ cuando se lleva la última baza, ¿no? En definitiva, no sé si seguiré en la música. Escogí este nombre porque es ambiguo», afirmaba el propio Krahe en una entrevista. El álbum venía acompañado de un dardo: el libro

‘El derecho a la pereza’, de Paul Lafargue. Una lanza por una vida disfrutadora en la que no hay que trabajar tanto porque esa no es la finalidad del hombre. En esa misma conversación admitía su desconfianza hacia los políticos, hacia las políticas que se habían puesto en marcha para atajar la crisis, hacia este mundo en el que se cercena tanto el humor. Y él mismo lo dejaba claro: «con el humor no se ataca a nadie, es una defensa ante la hostilidad».

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