Por Naimul Haq
Solo tiene 16 años, pero el bangladesí Mohammad Yasin ya vivió un infierno del que pudo escapar de milagro. Logró sobrevivir a una peligrosa travesía por el océano Índico, hacinado junto con otras 115 personas en la bodega de una precaria embarcación.
Estuvo 45 días a la deriva entre Bangladesh y su destino, Malasia, con muy pocos alimentos, sin agua y pocas esperanzas de llegar vivo a la costa.
Yasin vio morir de hambre a un compañero de viaje, un destino del que casi no se salva.
El adolescente vivía con su familia de zapateros pobres en Teknaf, un pueblo en el extremo sur de la ciudad de Cox’s Bazar, y se echó a llorar al relatar su periplo.
Su historia se repite por el masivo éxodo de migrantes y refugiados políticos en Asia sudoriental, una situación que mantiene en alerta varias instituciones de derechos humanos y a la propia Organización de las Naciones Unidas (ONU).
45 días de tortura
Yasin contó a IPS que todo comenzó cuando un grupo de hombres del vecino distrito de Bandarban prometió trasladarlo a Malasia para buscar trabajo, junto a otras cinco personas de Teknaf.
Con un ingreso de 80 dólares mensuales y una familia de cuatro personas, que incluye al padre enfermo de Yasin, Malasia parecía un “destino soñado” para el muchacho, pues lograría generar suficiente dinero para ayudar a sus parientes.
“El hombre nos dijo que no tendríamos que pagar nada ahora, sino que ‘deducirían’ 2.600 dólares a cada uno una vez que encontráramos trabajo en Malasia”, explicó el debilitado adolescente.
“Una mañana soleada de la última semana de abril, condujeron a un gran grupo de hombres y mujeres a la isla desierta de Shah Porir Dwip, donde ese mismo día, horas más tarde, abordamos un gran barco de madera”, detalló.
Ya en medio de la bahía de Bengala, en el puerto de Chaungthar en la sureña ciudad malasia de Pathein, se sumaron al grupo unos cuantos musulmanes rohingya.
La minoría étnica sufre una persecución religiosa en Myanmar y ahora constituyen el grueso del movimiento de seres humanos que hay en esta región.
Junto con los 10 organizadores, que resultaron ser traficantes, el grupo lo integraban 130 personas. La forma en que llegarían a destino, o cuándo, era una incógnita para los pasajeros. Ellos tenían sus vidas entre sus manos.
“Los suministros eran escasos y la comida y el agua se racionaban cada tres días. Muchos vomitaamos mareados por el movimiento del barco al surcar las poderosas olas”, contó Mohammad Ripon, del central distrito bangladesí de Narayanganj.
De día, los organizadores abrían la escotilla por la que entraba un sol abrasador. De noche la cerraban y los pasajeros se congelaban. Además, no había quién durmiera entre los llantos y los quejidos de las personas enfermas y asustadas.
No sabían nada y nadie se atrevió a preguntar por miedo a sufrir abusos físicos o ser lanzados por la borda. Sus captores ya habían golpeado a varios de los pasajeros por hacer demasiadas preguntas.
Después de un mes y medio de sufrir esa tortura, la Guarda Costera de Bangladesh condujo el barco a la isla de San Martin, frente a la costa de Cox’s Bazar, muy cerca de donde había comenzado el periplo de los esperanzados inmigrantes.
No fue hasta que emergieron, piel y hueso y los ojos hundidos que se dieron cuenta de que la tripulación había abandonado el barco.
Traficantes se aprovechan de la pobreza
A pesar de las penurias, el grupo tuvo suerte, las personas sobrevivieron y no perdieron ni sus posesiones ni su dinero.
Según el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, unas 88.000 personas, la mayoría bangladesíes pobres o musulmanes rohingya desplazados de Myanmar, intentaron cruzar la frontera con Tailandia, Malasia o Indonesia en un plazo de 15 meses.
De ellas, unas 63.000 personas lo intentaron entre enero y diciembre de 2014 y otras 25.000 más en el primer trimestre de este año.
Y de esas, unas 300 personas murieron en el mar en el primer trimestre de 2015. Desde octubre de 2014, 620 personas perdieron la vida en travesías marinas peligrosas no planificadas en la bahía de Bengala.
Para empeorar las cosas, el descubrimiento de redes de traficantes llevó a gobiernos de la región, en particular a los tailandesas y los malasios, a arremeter contra los arribos irregulares, a impedir el atraco de barcos y, a veces, hasta remolcarlos de vuelta a alta mar, a pesar de la presencia de personas desesperada.
De humildes aspiraciones a peligrosas travesías
Los inmigrantes de Bangladesh huyen de la pobreza y el desempleo en su país de cerca de 157 millones de habitantes, 31 por ciento de los cuales son pobres.
La Oficina de Estadísticas de Bangladesh señala que el desempleo afecta a 4,53 por ciento de la población económicamente activa, por lo que unas 6,7 millones de personas no tienen trabajo.
El soldador Mohammad Hasan, de 34 años y procedente de la aldea de Boliadangi, en el noroccidental distrito de Thakurgaon, es uno de los muchos que soñaron con una vida más próspera en un país diferente.
“Vendí mi tierra ancestral para viajar a Malasia, donde esperaba conseguir un empleo en la construcción; mis ingresos no alcanzaban para una familia de seis personas”, contó a IPS.
Ganaba 100 dólares al mes, pero no era tarea fácil alimentar a siete personas con unos 15 dólares al día. Desesperado, puso su vida en manos de los traficantes y se embarcó rumbo a Malasia.
A principios de este año, abandonado por quienes le prometieron una travesía segura, él y otros 100 hombres fueron encontrados a la deriva frente a la costa de Tailandia. Por suerte, todos sobrevivieron, pero perdieron el dinero que pagaron para el viaje.
Entre 60 y 70 por ciento de la población bangladesí vive de la agricultura, y la vasta mayoría tiene dificultades para sobrevivir.
Aninda Dutta, quien trabaja para la Organización Internacional para las Migraciones en este país explicó: “En Bangladesh, hay un fuerte vínculo entre migración y tráfico humano, pues una travesía que comienza por motivos económicos se vuelve un caso de tráfico debido a las circunstancias”.
Las ‘circunstancias’ son pagos por extorsión de los llamados agentes, redes de traficantes, golpizas y otras formas de abuso, como violencia sexual, durante la travesía, robo de sus pertenencias en el mar o abandono sin un céntimo en distintos lugares, principalmente en Tailandia o Malasia, donde quedan a merced de la ira de las correspondientes autoridades de migraciones.
En un intento por cortar el problema de raíz, la Guardia Fronteriza de Bangladesh dispuso más puestos de control para aumentar la vigilancia, y propuso que el gobierno endurezca las normas de registro de barcos.
Pero hasta que el gobierno de Bangladesh no atienda el problema subyacente de la pobreza extrema, es poco probable que en breve mengue el éxodo.
Editado por Kanya D’Almeida / Traducción por Verónica Firme