El gobierno de Tsipras hace algo que en una democracia debería ser obvio y natural: consultar a los ciudadanos sobre un tema de vital importancia para el presente y el futuro del país. ¡Se desató el infierno! Llovieron críticas de lo más intransigentes, arrogantes y chantajistas, que han caracterizado los últimos meses desde que la victoria de Syriza ha desordenado los papeles en Grecia y en Europa.
El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem, invita a los griegos a votar por el Sí en el referéndum del 5 de julio. Final amenazador: «Un ‘no’ en el referéndum, sería un ‘No a Europa’”. Angela Merkel no se queda atrás: «Si el euro fracasa, Europa fracasa», truena. El primer ministro español, Mariano Rajoy, el de la «ley mordaza» que entrará en vigor mañana, pide la dimisión de Tsipras. Tal vez nuestro Matteo Renzi quiere hacerse perdonar el imprudente regalo de la corbata a Tsipras durante su primera visita a Roma, ya que desde entonces no deja de marcar distancias con su coetáneo (por suerte, muy diferente de él). En una entrevista con el ‘Sole 24 Ore’ lo acusa de querer ser astuto y de no respetar las reglas, y declara: «El No de Alexis y los suyos me parece inútilmente obstinado.»
Afortunadamente, hay diferentes voces. Una declaración del Podemos español resume muy bien la situación: «Hoy en Europa existen dos campos opuestos: la austeridad y la democracia, el gobierno del pueblo o el gobierno de los mercados y de sus poderes no elegidos. Nosotros estamos con la democracia. Estamos con el pueblo griego».
Pero tal vez el golpe más grave al coro de los que continúan apoyando las mismas medidas que llevaron a Grecia a la catástrofe, viene de una fuente autorizada, que tal vez esto no encuentra espacio en los medios de comunicación italianos: el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz. En un artículo en The Guardian, titulado «Cómo votaría en el referéndum griego», Stiglitz señala que Grecia ha recibido solo migajas de las enormes sumas prestadas – que en cambio fueron a dar a manos de los acreedores privados – pero pagó un precio muy alto para preservar el sistema bancario, sobre todo de Francia y Alemania. De hecho, precisa, no se trata del dinero, sino del intento de obligar a Grecia y forzarla a aceptar lo inaceptable, o sea, medidas de austeridad y políticas punitivas.
Aunque admitiendo sinceramente que ambas alternativas – la aprobación o rechazo de las condiciones impuestas por la troika – implican riesgos e incertidumbres, Stiglitz sugiere con claridad cómo votaría: en caso de la victoria del Sí, prevé una depresión sin fin y un país tan empobrecido como para tener la posibilidad de obtener la ayuda que otorga el Banco Mundial a los más necesitados. Por el contrario, la victoria del No al menos proporcionaría a Grecia la oportunidad de tomar su destino en sus propias manos, y así dar forma a un futuro que, aunque quizás menos próspero que el pasado, produce una esperanza muy diferente a la absurda tortura del presente.