Si una determinada acción política contribuye a contrarrestar el sufrimiento de las poblaciones es porque logra su sentido histórico, verdadero, esencial. Cuando una medida de gobierno, una ley, un programa social disminuye de modo directo las postergaciones, la falta de oportunidades, las imposibilidades; cuando un derecho adquirido permite mejorar la alimentación de tus hijos, te facilita su acceso a la educación, posibilita mejorar su vestimenta y su salud, es un momento en que el todo social da señales de avanzar en su humanización creciente. Es el caso de la Asignación Universal por Hijo (AUH), un seguro social que entró en vigor en 2009 y que hoy favorece a 3,6 millones de niños y niñas en todo el país.
Es una conquista no sólo de un gobierno que lo implementó, sino de una sociedad con sus organizaciones sociales, políticas y sindicales que durante décadas presionaron para su consecución. Ahora ya es un derecho adquirido que corresponde a los hijos de las personas que están desocupadas y que trabajan en la economía informal con ingresos iguales o inferiores al Salario Mínimo, Vital y Móvil. Además el cobro de esta asignación requiere la acreditación anual de escolarización y controles de salud de los niños.
Ayer en cadena nacional la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner anunció un aumento del 30 % en la AUH, de modo que pasa en junio de 644 a 837 pesos. Asimismo, la primera mandataria informó que enviará al Congreso un proyecto de ley para que la Asignación Universal por Hijo, la Asignación Universal por Embarazo y las asignaciones familiares de trabajadores en relación de dependencia aumenten por el índice de movilidad que ya se implementa en las jubilaciones dos veces por año. Es decir que la AUH aumentará cada año por ley, no quedará la decisión en manos del Ejecutivo.
Se trata de un derecho conquistado, que es momento ahora de defenderlo en el tiempo, profundizarlo y siempre mantener en alto su bandera para que ningún gobierno logre contrarrestarlo. Porque seguramente alguien que pertenece a los sectores económicos medios o altos, que siempre tuvo acceso a una educación privada o pública, a un hospital privado o público, a un plato de comida dos veces al día, al abrigo y a la vivienda, quizás se le hace difícil comprender que una diferencia de unos cientos de pesos por mes es la línea que divide entre comer bien o comer mal y poco, entre vestirse adecuadamente para no sufrir frio, entre poder estar en condiciones de ir a clases cada día, en poder contar con la oportunidad de acercarse hasta a un hospital público cuando la salud lo requiera. Es un límite entre la mínima dignidad humana o la postergación violenta de los sectores más discriminados históricamente. Es importante que estemos cada vez más lejos de ese límite.