Habitualmente, y ya por costumbre, se habla del término inmigración como si fuera un problema cuando en teoría no debería serlo. Un 50% de la inmigración registrada en nuestro país procede de África y, a medida que nuestro Estado celebra un cumpleaños, la tasa de inmigración africana en España aumenta. Y es que cuando uno es maltratado en su casa, la abandona y se va a otra.
En Costa de Marfil, Sudán, Uganda o la ex británica y perdida Somalia se disputan hoy cruentos conflictos civiles, de esos de los que no nos enteramos porque no salen en las noticias. Otros países como Malí, Níger, Chad o Etiopía se secan y adelgazan ante la pasividad más descarada de los líderes de las naciones «desarrolladas». Otro gran problema del continente son las parodias democráticas de Ghana, Zimbaue o Guinea Ecuatorial, por citar algunas, por no hablar ya de la corrupción descarada de los líderes políticos de Nigeria o Sudán, por ejemplo.
Los “políticos del norte” afirman públicamente que el problema no es de España, sino que está en la raíz, pero, ¿qué ocurre si se atiborra de agua la raíz?, que el árbol se ahoga. Por ejemplo, el presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, ha llevado a cabo un sistemático saqueo del tesoro nacional depositado, casualmente, en el banco estadounidense Riggs, el mismo con el que Pinochet trataba para favorecer los negocios de empresas de armas británicas con el ejército chileno. A las naciones «desarrolladas» no les interesa el desarrollo de los países «en vías de desarrollo». Raíz igual a líder africano corrupto, árbol igual a país africano corrompido.
Por otro lado, no es nada fácil dejar entrar a miles o millones de personas en España y regalar papeles a diestro y siniestro, ni blanco ni negro. En 2005 todo el mundo fue testigo de lo ocurrido en Melilla cuando una alambrada de tres metros de alto frenaba la entrada de cientos de inmigrantes del continente «pobre» (luego veremos que en otro sentido no lo es tanto). La policía marroquí junto con los 240 militares pertenecientes a la Legión y Regulares rechazaron de manera violenta a los inmigrantes antes incluso de que estos situaran sus escaleras sobre la alambrada.
Los gobiernos de España y Marruecos abrieron una investigación acerca de la muerte por disparos de cinco inmigrantes subsaharianos en una avalancha de 500 personas sobre la valla fronteriza de Ceuta el 6 de octubre de 2005. Dos de los subsaharianos, que aparecieron muertos en zona española, presentaron orificios de bala y, por la trayectoria de los mismos, los disparos que recibieron sólo pudieron proceder de territorio marroquí. Lo único claro es que varios seres humanos desarmados fueron acribillados indiscriminadamente. Cada uno de ellos fue una cicatriz más en el cuerpo de África, un dolor que no se consume, sangre que no pude ser borrada.
En aquellos días, el Gobierno de Marruecos puso en práctica una inusual táctica para echar a los africanos de sus tierras: transportarlos hasta el desierto de Oujda, en la frontera con Argelia, y abandonarlos a su suerte sin agua ni alimentos. En los cinco primeros días de Octubre, Marruecos abandonó alrededor de 2.600 africanos en dicho lugar. Es evidente que las soluciones de las naciones «socializadas» están muy lejos de acercarse al diálogo y racionalidad que tanto proclaman en los medios de comunicación.
África, explotada ya durante el período de colonización por parte de las principales potencias europeas, es el continente más rico en recursos naturales del mundo. La región subsahariana cuenta con un 20% de las reservas mundiales de uranio, 90% de cobalto, 40% de platino, 65% de manganeso, entre un 6 y un 8% de las reservas de petróleo y un 50% del oro y diamantes, que son objeto de comercio internacional e instrumento de enriquecimiento y corrupción de los líderes políticos africanos. En definitiva, que África tiene de pobre lo que las países industrializados y desarrollados de franqueza.
Si ni siquiera el ser humano sabe con certeza de dónde venimos, menos podrá tratar de saber a dónde vamos. África sabe de donde viene y lo que en su día se hizo con ella, y por seguro sabe el trato que recibe hoy día. A dónde va, no lo sabe. De momento, sólo puede decir: «Perdone, ¿me deja pasar por favor?».