Cada cierto tiempo, alguien me recuerda que soy una ingenua, en el sentido amplio de estúpida, inmadura, perdedora del tiempo o desconectada de la realidad.
Pero ¿De qué realidad hablamos? Porque yo veo una realidad, que nadie oculta, de miles de millones de personas en todo el planeta, que viven en la miseria, que mueren de hambre, de sed, por falta medicamentos que no pueden pagar, etc.
Miro y veo una realidad que hace que miles y miles de personas mueran buscando otro lugar donde vivir huyendo de la miseria, convirtiendo –por ejemplo- el Mediterráneo en el mayor cementerio del planeta. Y veo cómo gobiernos que se llaman democráticos y dan lecciones de ello al resto del mundo niegan la entrada a “sus” países a esas personas, dejándolas a su suerte vagando en el mar o haciéndose jirones la vida tratando de traspasar vallas de vergüenza.
¡Todavía creemos en las fronteras, que sólo dividen a las personas y nada al capital! ¡Todavía hablamos de nuestra nación! Pero ¿Quién y de qué catadura moral nos ha convencido de que tenemos más derechos que otros por haber nacido en un lugar y no en otro? ¿Qué catadura moral es la nuestra que no se espanta cuando ve que otros seres humanos mueren por tanta injusticia social cuando hay tanta riqueza en el planeta?
Veo y observo poblaciones enteras que miran hacia otro lado ante estos hechos que se dan a diario, al tiempo que siguen consumiendo sin quererse preguntar que buena parte de lo que consumen es el resultado del trabajo esclavo al que se ven obligadas millones de personas, incluidos niños.
Mirar hacia otro lado es una forma de mirar, la misma que no nos permite ver que casi el 30% de la población que vive en España, donde me ha tocado vivir, es pobre y que una tercera de la población infantil vive bajo el umbral de la pobreza y pasa hambre. O no miramos o preferimos no conectar con esta realidad acuciante para cientos de miles de familias.
Y en ese mirar hacia otro lado, cuando nos afecta directamente la situación de desastre económico y social, nos sentimos fracasados y entonces ocultamos la situación para no mirar de frente, siguiendo en la misma dinámica de quedarnos en las apariencias, en la pura ilusión.
Y vuelvo a preguntar de qué realidad me hablan y escucho a los bienpensantes razonables, que todavía no han sentido el fracaso en su corazón, esclareciéndome y explicándome: la realidad, la realidad de los mercados.
Y entonces vuelvo a las preguntas de mi adolescencia, esas preguntas que eran verdaderas, esenciales, sin disfraces, y vuelvo a decirme como entonces: ¿Es que somos mercancía? ¿Es que todo se reduce a un mercado? ¿Es que somos y nos comportamos como esclavos? ¿Cómo es que aceptamos este estado de cosas sin levantar la voz, sin dejar de colaborar con este sistema? ¿Cómo nos podemos creer tanto este sistema?. Debe de haberse producido algo parecido a lo que pasa con el cuerpo cuando negamos alguna parte del mismo… sufrimos anestesia. Hemos dejado de sentir al otro porque hemos dejado de registrar lo mejor de nosotros mismos.
Pero, mientras, la cruda realidad, la de la calle, grita y habla de niños que no van a poder comer con la llegada del verano y gobernantes que discuten si se mantienen becas de comedor y colegios abiertos o no.
¿Todavía nos cuestionamos si hay opción? No debería de existir. Es un tema moral, ¿Cómo podemos comer y no se nos cierra el estómago viendo a nuestro lado a seres humanos que no pueden hacerlo?. Y, además, qué es eso de dejar las soluciones para organizaciones de caridad, si los gobernantes han rescatado bancos con dineros públicos, esos dineros que todos hemos puesto incluso los más pobres porque directa o indirectamente están pagando impuestos, ¿Cómo es que dichos gobernantes se cuestionan mantener a la tercera parte de la población infantil y a más del 25% de la adulta en la pobreza en todas sus formas?
Y ¿Qué hacemos mientras la población en general? ¿Mirar hacia otro lado? ¿Hacia dónde, si esos niños que son el futuro y pasan hambre cada día son más y nos rodean por todas partes? Van desapareciendo los posibles lados hacia donde mirar y huir.
Miremos, entonces, hacia nosotros mismos, hacia nuestro corazón y nuestra conciencia y preguntémonos qué realidad queremos y qué estamos dispuestos a hacer por construirla. ¡Busquemos ver la realidad tal cual es y romper el velo de lo ilusorio que nos han hecho creer!.
Nada puede justificar el hambre y la miseria de millones y millones de personas cuando unos pocos son cada día más y más ricos. Esos mismos señores que ordenan quemar los excedentes de alimentos para que los precios no bajen en lugar de enviarlos a zonas afectadas por la hambruna.
¡Dejemos de mirar para otro lado!