Los vietnamitas perdieron cuatro millones de civiles y los iraquíes, hasta la fecha, han perdido más de un millón de civiles como resultado de la agresión de los Estados Unidos. Dichas pérdidas, en su mayoría niños y mujeres desarmados, son inaceptables, al igual que la horrenda destrucción física a la que han sido sometidas dichas naciones. Vietnam aún no se ha repuesto de los bombardeos del Pentágono y el uso del Agente Naranja. Por su parte, Iraq puede tardar siglos en recuperarse de los estragos de la munición radioactiva utilizada en el país por los Estados Unidos y denominada, eufemísticamente, “uranio empobrecido”.
Incluso hoy en día, algunos estadounidenses creen que su país “perdió” la guerra de Vietnam cuando en realidad salió del conflicto sin daños físicos y sin bajas civiles, mientras que sus bajas militares fueron tan sólo una pequeña fracción de las registradas entre los combatientes vietnamitas. Aún así, las pérdidas que sufrieron las familias estadounidenses fueron devastadoras y las de las familias vietnamitas, mucho mayores. Una respuesta no violenta por parte de otras naciones podría evitar también las bajas entre los combatientes estadounidenses.
Resulta bastante inquietante que el Pentágono haya gastado más de un trillón de dólares en años recientes en refinar los instrumentos de matar más letales, así como en la militarización del espacio, desde donde puede controlar el planeta con una autoridad superior a la que tiene desde sus 1.000 bases en suelo extranjero.
En una entrevista grabada en 2003 y publicada en Ambiciones Imperiales (Editorial Grupo 62; Península Ediciones), el filósofo del MIT (Instituto del Tecnología de Massachussets) dice que los Estados Unidos argumentan que “la única forma de garantizar la seguridad es expandirnos en un espacio del que seamos dueños absolutos”. Y añade: “La militarización del espacio significa, en realidad, poner en una situación de riesgo de aniquilación instantánea sin preaviso a la totalidad del planeta”.
Con respecto a la doctrina del presidente George W. Bush, Chomsky dijo que, en pocas palabras, suponía que “los Estados Unidos gobernarán el mundo por la fuerza, y si su dominio se enfrenta a cualquier desafío (ya se perciba en la distancia, se invente, imagine o lo que sea), los Estados Unidos tendrán derecho a destruir dicho desafío antes de que se convierta en una amenaza”. Esto, dijo, es la “guerra preventiva”.
El presidente Obama, está llevando innecesariamente a la práctica dicha doctrina en Afganistán, además de expandir el conflicto a Paquistán.
En respuesta a las amenazas del complejo militar-industrial estadounidense, las fuerzas no violentas deberían ser tenidas en cuenta. Satyagraha debe tener voz en los conflictos internacionales, tal y como ocurrió con Mahatma Gandhi en India y con el reverendo Martin Luther King en los Estados Unidos.
Las naciones que se enfrentan a un ataque físico ilegal por parte de los EE. UU. (Irán sería un ejemplo, ya que los Estados Unidos lo han amenazado incluso con la utilización de armas nucleares) podrían anunciar que no devolverán el ataque ni se opondrán a la invasión. Si esto parece pedir demasiado, consideremos la alternativa: la imposibilidad de detener las bombas antibúnker y las daisy cutters (literalmente, segadoras de margaritas) o los misiles disparados desde buques de guerra a cierta distancia de la costa (como el columnista George Will ha recomendado en Afganistán).
Debería ser obvio que la mejor manera de luchar contra el fuego no es con fuego, sino con agua. Y la mejor manera de oponerse a la violencia no es con más violencia, sino con no violencia. Si bien cada situación es diferente, un país que se enfrenta a un ataque ilegal podría considerar los siguientes pasos:
Declarar ante las Naciones Unidas y los medios de comunicación que no utilizará fuerza alguna contra el invasor. En tales casos, el invasor que llegue disparando revelará su propio intento criminal ante el mundo.
Solicitar que el invasor presente su queja a arbitraje internacional.
Solicitar que los portavoces de grupos religiosos y otras figuras públicas se mantengan alerta en los tejados o en el interior de probables objetivos atacables. Se podría invitar a participar al clero y a líderes destacados de otros países.
Se podría pedir a las naciones opuestas a la agresión que cierren sus puertos y aeropuertos a personas del estado agresor. Sus ciudadanos podrían organizar concentraciones y marchas solidarias.
Se podría lanzar un boicot global contra las exportaciones de la nación agresora.
Al país agresor se le podría quitar su veto si fuese un miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, un órgano creado para prevenir guerras.
Sin duda hay otros pasos a tener en cuenta que probablemente sean más eficaces, pero estas sugerencias buscan transmitir la idea de cómo se podría poner a funcionar la fuerza no violenta en un entorno global.
*Sherwood Ross ha sido reportero del Chicago Daily News y columnista de agencias de prensa. Durante los años 60, trabajó en capacidad de ejecutivo en una organización de derechos civiles nacionales y más tarde como coordinador de prensa para la Marcha Contra el Miedo James Meredith en Misisipi, en junio de 1966.*
*Fuente: Transcend Media Service*
Traducción: Elena Sepúlveda