Por Lucía Yáñez*
En estas fechas es habitual ver como los más pequeños y no tan pequeños preparan en sus escuelas los regalos para el “Día de la madre”, generalmente nos piden materiales adicionales para la clase de artes, o un aporte para la foto de nuestros hijos que llegará en un portarretratos. Y que decir del desayuno que esperamos ansiosas nos llegue temprano el domingo. Podríamos decir que esta es la parte bonita de esta celebración, pero ¿Qué hay detrás de este día? O también podríamos decir ¿Por qué se celebra sólo un día?
Si bien uno ve a las madres como supermujeres o la heroína perfecta, quien siempre estaba ahí para solucionar, contener y acompañar, lo cual lo veíamos como normal y lo que era correcto, sólo siendo madres tomamos real conciencia de la responsabilidad que lleva el título de “madre” y en muchos casos más que responsabilidad, peso, ya que la sociedad espera que “las hagamos todas” y por lo mismo nos autoexigimos para no decepcionar a quienes nos han dado este título. Pero la verdad es, que, solo cargamos más la mochila de tareas que pueden ser totalmente colaborativas con los padres y no de exclusividad de las mujeres. Si bien hoy en día, estamos cada vez más empoderadas en el mundo laboral y defendemos nuestros derechos de nivelar las oportunidades en nuestros trabajos, no dejamos de seguir siendo madres, y lo que ello implica; tareas, colaciones, uniformes, llevarlos a los talleres deportivos, controles médicos y tantas cosas más, sumado claro a las
labores de la casa, del trabajo, la familia, amigas y pareja. Frente a esto, si no somos capaces de regularnos emocionalmente, organizarnos, pedir apoyo, parar y respirar, pronto nuestra salud mental y bienestar estarán en riesgo si es que ya no lo están.
Claramente esta presión de ser madres perfectas en este mundo caóticamente hermoso es abrumadora, sin vía de escape, donde emociones obstaculizadoras del bienestar como lo son la incertidumbre, la frustración y sobre todo la culpa nos juegan una mala pasada, ya que no nos damos permiso para sentir, y continuamos en modo automático. Qué pasaría si un sábado no me levanto temprano a preparar el desayuno, o si no lo llevo al taller de fútbol, o peor aún si un día no los voy a buscar al colegio y va el abuelo porque yo salí con unas amigas ¿Saben qué pasaría? ¡¡¡NADA!!! El mundo sigue funcionando, mis hijos siguen contando con su mamá en calidad de presencia y mejor aún tendrán a una mamá mucho más estable emocionalmente porque está trabajando en su autocuidado y bienestar.
En este día, la invitación está en permitirnos sentir, permitirnos llorar, permitir cuidarnos, porque no olvidemos que la Educación Emocional es eso, primero debo cuidarme yo, reconocer, regular y validar mi mundo emocional para luego cuidar de quienes dependen de mí. No idealicemos el ser madres, no es un trabajo, no es una obligación, es cuidar y amar a los seres más preciados que tenemos en el mundo; nuestros hijos.
*Psicóloga, Directora Académica ONG Liderazgo Chile www.flich.org