Por Dr. Pablo Tailanian*
Entiendo que todo intento de reescribir la historia es una mentira que conlleva un modo de intentar apagar la conciencia crítica del hombre y de los pueblos y deja en el subconsciente general la posibilidad que los hechos se reediten. Y el negar los hechos ocurridos o tergiversarlos intenta a que no se haga justicia y muestra que es posible que lo que otrora sucedió, pueda volver a ocurrir sin consecuencias.
Me refiero a que el Genocidio contra el pueblo armenio desde sus prolegómenos en 1892, pasando por el hito de 1915, que continúa hoy con la responsabilidad Turquía y Azarbaiyan, no sólo es una mancha en la historia del hombre donde él mismo ha sido su propio lobo, sino que además nos recuerda cuánta hipocresía y cuantos dobleces rigen en el mundo so pretexto de la conveniencia o inconveniencia de asumir este genocidio.
El genocidio incluye la matanza de personas sin importar su número, la apropiación de su cultura y presentarla luego como propia, además de implicar un proyecto más ambicioso, más vasto: destruir un pueblo en su totalidad, desde su origen hasta su futuro.
Por tanto, no solamente es el asesinato físico de seres humanos, si no que apunta a destruir su genealogía y al hacer esto impedir toda posibilidad de trascendencia y transmisión de miles de años de historia propia. De ahí que además del exterminio de personas, el proyecto genocida se acompaña de su negación como modo de sostener la desaparición de la existencia de las víctimas a fin de que se transformen no en muertos, sino en algo que jamás existió.
Así los sobrevivientes al enfrentarse a que han sido excluidos de toda la existencia por siglos y siglos de vida armenia, hicieron suyo el deber de permanecer vivos para retener en una memoria viva a todos muertos. Pero también del propio valor de su existencia y evitar que la negación sea cómplice del asesinato de la memoria colectiva que nos estructura a la humanidad como grupo.
Los crímenes contra la humanidad cometidos y su posterior negación apuntan a producir una segunda muerte, a negar la existencia de víctimas y por este medio, perpetuar el dolor de los familiares sobrevivientes en un duelo impedido que se hace eterno. De manera que negar el genocidio implica seguir cometiendo hoy un crimen sobre sus víctimas, pero también sobres sus descendientes. Es decir, están cometiendo un nuevo genocidio.
La supresión de la verdad histórica y su sustitución por versiones fraudulentas, así como la prohibición de hacer referencia al tema se sostiene en normativas creadas para la ocasión. Por ejemplos sólo dos asombrosos: el decreto el 14 de abril de 2003, del Ministerio Turco de Educación Nacional, obliga a los directores de los centros escolares a negar a sus alumnos que haya existido exterminio de minorías y fundamentalmente la de los armenios. Sin comentarios.
Y otro es el artículo 301 de la constitución turca que prohíbe mencionar el genocidio cometido contra los armenios, así como toda expresión que posibilite inferir acerca del hecho, bajo acusación de traición a la patria o de atentar contra la identidad turca.
Las asociaciones de periodistas del mundo entero saben de las decenas y decenas de colegas turcos que han conocido y conocen la cárcel por expresar sus ideas. Una larga serie de escritores, intelectuales, dirigentes sindicales y de organizaciones sociales han sido y son víctimas de acoso y de cárcel. Taner Akçam, un destacado historiador turco, Orhan Pamuk, premio Nobel de literatura, se ha visto forzado al exilio por afirmar la existencia del genocidio perpetrado contra armenios y kurdos, Hrant Dink, periodista, ciudadano natural turco de origen armenio, fue asesinado en la vía pública por acción de un grupo ultranacionalista.
Por todo esto son saludables las resoluciones de distintos Parlamentos, simbolizando en Uruguay (como primero en el mundo) que a partir de una iniciativa firmada por los diputados Martínez Moreno, Hugo Batalla, Aquiles Lanza, Alfredo Massa, Zelmar Michelini y Alberto Roselli, recogía en su exposición de motivos la Convención para la Sanción y Prevención del delito de Genocidio de las Naciones Unidas del año 1948, aprobándose la ley nº 13326 en abril de 1965 por ambas Cámaras.
La aprobación de esta ley mediante la cual el Estado Uruguayo reconoce y condena el Genocidio Armenio, recordando a sus víctimas fue un acto inédito, sin precedentes a nivel mundial, que jalonó el camino de la búsqueda de la Justicia en una dirección que los parlamentos del mundo continúan transitando hasta el día de hoy: el pronunciamiento legislativo en repudio de la impunidad de la que todavía goza el estado responsable de este crimen de lesa humanidad.
Los argumentos empleados en el Parlamento Uruguayo, lejos de quedar reservados a los historiadores, han cobrado año a año mayor actualidad, en la medida que más y más parlamentos, siguiendo el ejemplo pionero del Uruguay, se pronuncian en este sentido, valiéndose de dicha ley como antecedente.
Al mismo tiempo, este pronunciamiento reveló el carácter universal de ese crimen; lo extrajo del ámbito exclusivo de sus víctimas armenias, para transformarlo en un problema de la humanidad toda.
La valentía de los legisladores uruguayos, la claridad de sus conceptos y lo enérgico de su repudio a toda forma de genocidio plasmada en la Exposición de Motivos de la Ley y en las actas de las Sesiones durante su trámite parlamentario, tiene la fuerza de un símbolo que muestra un aspecto viable de un hombre diferente y que habla y muestra el rostro de la decencia y de los valores humanos.
Como en La República de Platón y como en el Arca de Noé reposada sobre el Monte Ararat, el mensaje es que la milenaria vida del Pueblo Armenio ha estado signada por destrucciones y reconstrucciones con una permanente amenaza de extinción pero con un eterno retorno, siempre renaciendo.
Por eso y por mucho más, recordaremos a Vahagn Teryan (28/1/1885 – 7/1/1920):
“Cada Piedra Sagrada es el temple de nuestra tierra. Si cada uno de nosotros se percibe a si mismo como un bloque de piedra en el templo, verá qué tan fuerte hermosa e inmortal será si estamos juntos y lo vulnerables que somos cuando a la pared del templo le falta una piedra”
*Cónsul de Armenia Occidental en Uruguay