Por María E. Zaracho R. desde Paraguay

En el año 2014, la embajada de Paraguay en Francia, había sugerido la inconveniencia de realizar una exposición de la obra del pintor y escultor paraguayo Fidel Fernández (San Juan Bautista de Ñeembucu, 1984. Premio Matisse, 2012) por considerarla “fea”. Las obras de Fernández, destacan como virtuoso retrato de la realidad contemporánea tanto campesina como urbana (no exenta de dificultades) poniendo como protagonista al ser humano, su vitalidad y sus contradicciones.

Hace apenas unos días, el gobierno actual, enuncia que el audiovisual “Fuera de Campo” (ganador de la IV Edición del Programa DOCTV Latinoamérica) del documentalista Hugo Giménez, presentaría una “mala imagen” del Paraguay por lo que no debería ser exhibida el próximo 17 de Mayo en la Muestra de Cine Latinoamericano en Uruguay, organizada por la ALADI.

La obra tiene como escenario Curuguaty, territorio de la masacre en la que fallecieron 17 personas entre policías y campesinos el 15 de junio de 2012 y que constituyó el principal motivo de juicio político y posterior destitución del entonces presidente constitucional del Paraguay, Fernando Lugo, provocando una profunda crisis interna que se mantiene hasta hoy.

Más allá de que “feo” y “malo” constituyen, desde una primera impresión, adjetivos enclenques para sostener la censura a dichas producciones artísticas, una extraña fortaleza parece sostenerlos históricamente y con ellos a la estética y ética de nuestros sucesivos gobiernos.

Pero, ¿qué es aquello que produce rechazo, descalificación y marginación por parte del gobierno sobre estas obras, aquello que las inscribe como “feas” o “malas”? ¿Será un mandato de corte neocolonial y represivo que caracterizó por siglos a nuestros círculos de poder y que se reitera? ¿Acaso contienen estas obras una representación de aquello que pervive en nosotros, los paraguayos, de aquel teko o ser guaraní que quizá añoramos o concebimos como bello o bueno, y que se confronta con el discurso-mandato de nuestros gobernantes?

Las preguntas nos llevan a una pequeña arqueología de la censura, en primer lugar, la colonial y sus vínculos con todo aquello que representara el mundo guaraní, pues no parece haber gran diferencia entre la postura del gobierno actual respecto a cierta producción artística contemporánea y la mentalidad heredada de aquella “clase dirigente y culta que proclamaría la independencia de 1811 y en la cual no se operarían (o será más acertado decir, no se operan) cambios sustanciales hasta fines de siglo” (Meliá, 2011).

Solo a modo ilustrativo y sin caer en la personalización es destacable la postura de desprecio hacia lo “guaraní” en Félix de Azara, cuyo “espíritu racionalista y algo iluminado lleva a (…)la imagen más sombría y despreciable de todo el tiempo colonial. (…) y cuyas obras, fruto y raíz de tantos prejuicios y discriminaciones, han tenido una nefasta influencia hasta hoy” (Meliá, 1987: 29-30). (1)

Vinculadas al efecto de aquellas representaciones del poder colonial, también encontramos que en nuestra historia reciente, la experiencia de la producción artística durante el régimen dictatorial (1954-1989) implicó la puesta en circulación de ciertas metáforas que, desde la belleza y pese al horror, la censura y la amenaza a la propia vida, criticaban la estética dictatorial.

Salerno (2008) refiere que “a nivel de la producción de artes audiovisuales, el régimen de Stroessner se movió mas desde el desconocimiento, la ignorancia o el desprecio, que a través de la represión directa (…) la estética se basaba en la épica nacionalista, militarista y guerrera, por una parte y por otra, en la promoción de valores fijos que eludían todo tipo de crítica y toda idea de cambio. El Paraguay eterno de Stroessner petrificaba el tiempo: desconocía los conflictos y paralizaba el devenir histórico; es decir, intentaba reproducir un sistema jerárquico autoritario y verticalista”.(2)

A diferencia de la descripción anteriormente expuesta, el gobierno actual, no solo conoce, sino que deliberadamente margina y etiqueta a las mencionadas obras con las categorías ya señaladas. Conserva sin embargo, la defensa de aquella estética nacionalista, acrítica y romántica. La vieja y siempre actualizada imagen del Paraguay nostalgioso y atemporal de las postales, es una imagen que no está al servicio de una memoria en movimiento sino al concepto de “marca-país” y su visualidad inerte tan aludida por el actual gobierno.

Las obras de Fernández y Giménez, entre muchas otras que emergieron y que sin duda se seguirán construyendo, se mueven en el terreno de la trasgresión de ese viejo orden equilibrado de justicia, verdad y belleza que definían los regímenes coloniales – dictatoriales y que implican por cierto una incómoda perturbación, una amenaza a su perene estabilidad.

Ambas producciones artísticas, se acercan a lo que años atrás Olga Blinder (1985) definiera al respecto de la obra del joven artista Selmo Martínez, (por cierto, creada en tiempos de censura): son “figuras (…) hermosamente feas, horriblemente bellas ¿Consientes o inconscientes reminiscencias? Ahí están presentes el Bosco, Brueghel y Goya, Bacon, Cuevas y Botero. (3)

La cita de Blinder nos presenta la complejidad en la que se mueve el artista paraguayo contemporáneo que toma el soporte pictórico, el audiovisual (pero que también pudiera ser el de las letras, la música, o cualquier otra manifestación del arte), para sostener y visualizar el horror y la tajante normatividad que define al otro como bueno o malo, como bello o feo, en medio de una cotidianeidad donde la constante parecen ser la muerte y el violento despojo de toda humanidad (temas por cierto que trascienden lo particular para hacerse universales).

Más allá de la postura del gobierno actual ¿que implica este nuevo caso de censura en la representación y percepción del paraguayo como espectador/ actor de una obra?
El gobierno también está conformado por paraguayos, como nosotros, ¿haekuera (ellos) también son Ñande (nosotros)?

Quizá estemos presenciando y vivenciando una renovada pugna individual y colectiva de aquellas contradicciones profundas que forman parte de nuestro ser (para)guayo: ese ser borroso, múltiple, policromo. (4)

La aparentemente sólida y atemporal postura ética y estética del gobierno que pasó de la colonia al periodo independentista y de la dictadura a la “democracia”, se resquebraja.

Nosotros, espectadores-actores de estas obras contemporáneas nos detenemos a observar las fisuras que agrietan esa idea de lo bueno, bello e inmutable que tiene el Paraguay. Nosotros, seres hermosamente agrietados, fisurados, feos, malos, abigarrados: ¿nos reconoceremos como tales?.

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  1. Meliá, B (2011) Mundo Guaraní. Segunda Edición. Servilibro. Asunción-Paraguay
  2. Boccia Paz, A. Palau, R y Salerno, O (2008) Paraguay: Los archivos del terror. Los papeles que resignificaron la memoria del stronismo. Cap. 7. Los archivos de la imagen. El arte en tiempos de Stroessner. Osvaldo Salerno. Segunda Edición. Servilibro.
  3. Blinder, O (1985)1956- 1985. Comentarios. Pintura. Dibujo. Fotografía. Ediciones Idap. Texto incluido en el Catálogo de la exposición de Selmo Martínez, Galería de Arte Sanos, Mayo de 1985.
  4. Jover Peralta y Osuna (1952) Diccionario Guaraní-Español-Español-Guaraní. Editorial Tupã. Buenos Aires-Argentina. Para: Guar. Matizado, de varios colores, policromo, abigarrado.