La prensa del mundo civilizado, con su acostumbrada ‘humanidad’, nos cuenta la historia de una joven holandesa, Zoraya ter Beeke, que ‘cumpliendo su derecho a una muerte digna’ morirá en mayo de este año, cuando le apliquen la eutanasia que ella solicitó hace tiempo. El periodista Albert Molins Renter, en el diario español La Vanguardia, nos relata que «la joven goza de una buena salud física, pero sufre de problemas de salud mental que le causan ‘un sufrimiento físico y emocional insoportable'» y que «vive en una casa con sus dos gatos y su novio Stern […] del que en varias entrevistas asegura que está enamorada».
No sé qué pensarán los dos gatos de Zoraya ni su novio, pero me parece absolutamente brutal solo imaginarme a ella, sentada en el sofá de su casa, frente a los micrófonos de los carroñeros conductores de programas de entretención, buscadores de ‘rating’ para un público que ya no se emociona con nada, mostrando sus ‘varias entrevistas’, abrazando a su novio y/o acariciando a sus gatos y contándole al mundo la muerte que se le avecina. Por fin su alivio. El triunfo de su derecho a decidir. La conquista de una libertad más.
En Países Bajos 2022 las muertes por eutanasia, es decir, suicidio asistido, corresponden a un 5,1 % de todas las muertes en el país. Fue el primer país del mundo que legalizó la eutanasia en 2002.
Mi mirada no tiene nada que ver con ningún dogma religioso. Efectivamente, creo que los seres humanos adultos tenemos derecho a decidir qué hacer con nuestra vida frente al infinito abanico de posibilidades que nos abre la publicidad o nuestra imaginación. El misterio de la vida sin la libertad de elección incluida, sería incompleto. Pero siento que, como todo en estos tiempos, la cuestión de la eutanasia se saca totalmente de contexto, se convierte en una moda macabra y al final termina en una excusa perfecta para que la muerte fácil, legal y democratizada sea la respuesta cada vez más común a cualquier doloroso desafío de la vida.
Preferiría equivocarme, pero viendo el gran retroceso cultural, humano y cognitivo de la sociedad occidental moderna, no puedo creer en sus autocomplacientes y triunfalistas telenovelas sobre la salvación de las foquitas por Green Peace o de los crecientes cumplimientos del derecho a morir de los seres humanos. Y no porque me sean indiferentes las foquitas o porque niegue a alguien su derecho de suicidarse.
Me preocupa la dirección mental que construye las miradas de este tipo, cuando nos enseñan a celebrar la muerte con el mismo entusiasmo con el que antes, tan ingenuamente, celebrábamos la vida. Y hasta respetando el derecho a decidir de Zoraya ter Beeke, esto llega a ser un tema de la prensa nacional e internacional, la prensa que crea modas y locuras masivas en tiempos de semejante crisis y clara falta de referencias.
Ahora, pongámonos por unos minutos malpensantes y recordemos el contexto histórico y social de este mundo real, donde en unas semanas más, morirá Zoraya. Estamos en una realidad profundamente compleja y convulsionada, donde no habrá respuestas fáciles ni modelos prefabricados a seguir. Lamento estar seguro de que próximamente, dentro de este modelo social moribundo y prehistórico, seguirán creciendo la violencia, el dolor, la locura y lo que más se echará de menos será el sentido común y una reflexión no apasionada, las únicas que nos sirven para no perdernos. Pero frente a cualquier problema mental que el sistema nos inculca con sus valores y creencias, sus médicos nos ofrecen como solución drogas, anestesia, amnesia y, al final, eutanasia.
Con la misma habilidad con la que la justa lucha por los derechos de la mujer y de las minorías sexuales, el sistema logró convertirse, en muchos casos, en una verdadera guerra entre los sexos, un mecánico conteo de cuotas en los cargos de los nuevos gerentes de las viejas corporaciones según su género y, por si fuera poco, la mutilación lingüística del verbo humano, la normalización y hasta la romántica promoción de la eutanasia ‘como una manera más’ de ‘solucionar nuestros problemas’, que puede ser convertida en otra arma de la guerra del sistema neoliberal contra la humanidad.
El sinsentido de la vida, garantizado por una sociedad individualista y consumista, la destrucción de la cultura y el aumento de la pobreza y la marginalización, inevitablemente seguirán creando cada vez más trastornos mentales, porque hay que ser un robot para no volverse loco frente a una realidad de este tipo.
Si los que sobran para el sistema, optan por el último derecho democrático que les queda, el de no sufrir vía una amable eutanasia, sin dolor y hasta con un poco de ‘glamour’, incluso sumándole la carga y el costo a los sistemas de salud, el objetivo estará cumplido. Ganan todos, hasta los medios de comunicación que obtienen gratuitamente su morboso ‘show’. En vez de matarnos con las guerras y las pandemias, nos ofrecen un ‘derecho democrático’ a ‘elegir libremente’ entre la vida y la muerte.
Puedo equivocarme con el caso concreto de Zoraya ter Beeke, pero estoy seguro de que los que conscientemente convirtieron esta historia privada en pública, no fueron movidos por su compasión hacia una chica de 28 años que tendrá que morir «porque los médicos ya no saben más que hacer».
Tal vez, debería agregar aquí varias frases obvias y banales sobre el gran don de la vida, que desde nuestra ignorancia no podemos afirmar nada definitivo, que mientras haya vida siempre habrá esperanza, que la ciencia médica seguirá avanzando no solo hacia nuevas armas biológicas, que ante la falta de respuestas de la medicina occidental, hay cientos de caminos de tratamientos ‘no tradicionales’ (que en realidad son mucho más tradicionales que los del arrogante ‘mundo civilizado’).
Respeto sagradamente las decisiones de los otros acerca de su vida. Solo quiero que sean realmente conscientes y despierten. Lamentablemente, en este mundo de tantos conceptos, fetiches y causas, cada vez más revueltos y manipulados para el beneficio de unos pocos, no puedo confiar en estos nuevos anuncios promocionales. Sobre todo, si lo que se promueve es la muerte.
Y para la joven Zoraya ter Beeke, le deseo que su deseo no se cumpla. Le deseo el milagro de la vida que es superior a todos nuestros derechos y a todas nuestras libertades. Y a sus dos gatos y a su novio, con algo de molestia por cosas que ahora no voy a explicar, les deseo lo mismo.