Angela Merkel tenía un aliado incondicional en Nicolás Sarkozy. Ambos son partidarios de la liberalización total de la economía y de la eufemística austeridad social. François Hollande llegó al poder prometiendo, entre otras cosas, rescribir el tratado europeo de austeridad que sellaran los dos mandatarios a fines del año pasado.

Alrededor de 80 mil personas se manifestaron en París para recordarle la promesa y que no valide la entrada en vigor de estas pautas presupuestarias que fragilizarían la economía de la mayoría de los franceses.

Sarkozy, mientras se dejaba ver como el ícono de la austeridad y del control financiero, aumentó en casi un 50 % la deuda pública, sobrepasando el 90 % del PBI francés. Y Merkel, es bueno recordarlo, mantiene el congelamiento de los sueldos desde hace 20 años, lo que está provocando que se incremente de manera exponencial la cantidad de pobres en Alemania, un país que tiene 3 millones de desempleados que viven de una pequeña ayuda que reciben del estado.

Estos modelos del estoicismo popular también han elevado el nivel de ingresos de las élites, que nunca han visto crecer sus fortunas como en los últimos años. La crisis es un negocio magnífico para aquellos que especulan con eurobonos y títulos de deudas soberanas.

Capitalismo obsceno

Hollande ha presentado esta semana una nueva grilla impositiva que grava severamente a las mayores fortunas del país. Previo a la confirmación oficial varios de estos billonarios amenazaron con llevarse sus ahorros y fijar su residencia en países más laxos con sus impuestos. Este juego de amenazas se suma al de las grandes empresas que reniegan de los costos de tener empleados y exigen tratos de favor y a las bancas que siguen otorgando primas millonarias a los mejores especuladores bursátiles.

Esta obscenidad manifiesta está haciendo mella en la credibilidad de los políticos, de las instituciones y del sistema capitalista en sí mismo. El aumento de la influencia de las extremas derechas en todos los países de Europa son una señal de alarma del pánico que empieza a cundir entre las clases desfavorecidas y que obedecen a los discursos del miedo retransmitidos a todo volumen por los medios afines a estas corrientes ideológicas.

Pero también es cierto que un movimiento  de fastidio se extiende desde Atenas a Lisboa y que repercute también en las capitales del norte europeo. La mentalidad voraz y acumuladora que regía la subjetividad de generaciones anteriores repugna a los más jóvenes y a aquellos que han comprendido el fracaso absoluto de la ideología consumista desechadora que deja la vida del ser humano a merced de las regulaciones de los Mercados.

Algo muy interesante de esta nueva marea de desencanto es que tampoco toma como propias las armas de lucha de las viejas generaciones, reconociendo que esa alternancia de izquierdas y derechas nos han conducido a este momento representado por un callejón sin salida. Sin salida, al menos, desde la misma forma de pensar y de buscar respuestas.

Por supuesto que no todos tienen claro cuál debería ser la nueva dirección a seguir, ni cuáles serían las soluciones a todos los problemas, pero sí comienza a hacerse evidente aquella frase de Albert Einstein que decía: “No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”.

[/media-credit] Manifestación en el Congreso de Madrid, 29 de septiembre