En medio de la ajetreada y vertiginosa vida que llevamos, muchas veces nos inclinamos por la comida rápida o chatarra, alimentos procesados e industrializados, mayoritariamente compuestos por ingredientes químicos que le dan textura, color y sabor de manera artificial. De natural queda poco o casi nada y ya ni sabemos lo que estamos ingiriendo.
Los programas de TV inspirados en la cocina tales como Top Chef Chile, la Divina Comida o los de Anthony Bourdain, han popularizado y, sobre todo valorado, este quehacer doméstico. La cocina es expresión de cultura, territorio y diversidad.
La cocina también es un vínculo con nuestras raíces y tradiciones. Honramos el legado culinario de nuestros antepasados y mantenemos viva su memoria. Cada plato lleva consigo una historia, un viaje a través del tiempo y el espacio que nos conecta con nuestras raíces culturales y nos une con quienes nos rodean.
Hay preparaciones que evocan recuerdos. Sabores, aromas y situaciones quedan tan grabados en nuestra memoria que añoramos poder replicarlos. Sobre este deseo y sentimiento trata la novela magistralmente escrita por el autor japonés Hisashi Kashiwai en su novela Los Misterios de la Taberna Kamogawa.
Como contrapunto, podemos ver en menús de algunos restaurantes platos para “niños” que generalmente ofrecen comida de poco valor nutricional. Este tipo de platos, se orienta a dar una solución a los adultos (que el/la niño/a coma) más que las niñeces, sin considerar que este tipo de decisiones les genera distancia (y hasta rechazo) con otro tipo de alimentos.
La cocina es una expresión de amor. Preparar una comida para nuestra familia y seres queridos es una forma de mostrarles cuánto nos importan. Cocinar en una olla común es un acto solidario que se revive en Chile en situaciones de emergencia por crisis económicas o desastres como lo hemos visto estos días en las poblaciones arrasadas por los incendios en Viña del Mar y Quilpué.
La cocina ha servido de analogía para explicar otros aspectos de la vida en sociedad.
Un caso desafortunado fue el del exsenador y exministro Andrés Zaldivar para explicar la política cuando dijo que: “En estas cosas no todo el mundo puede estar en la cocina, ahí muchas veces está el cocinero con algunos ayudantes, pero no pueden estar todos, es imposible”. Años después trató de enmendar sus dichos: “El concepto de cocina tiene que ver con diálogo; no con arreglines” y defendió que va en el sentido de conversar y preparar el camino para lograr acuerdos.
Al hablar de educación, me gusta decir que es como la cocina por cuanto requiere de conocimiento, habilidad y paciencia. La ansiedad es su peor consejera. Enseñar es como cocinar a fuego lento, no se debe apurar la preparación ni estar midiendo sus resultados en cada momento. Calentar la comida en el microondas es como preparar a última hora a las y los estudiantes para rendir la prueba SIMCE. Se pierde todo el sentido de la educación al igual como se pierde la esencia de la comida.
La cocina es una expresión de cultura, territorio y diversidad. Aprender a explorar, conocer y disfrutar las diferentes expresiones culinarias es un buen ejercicio para reconocer y superar nuestros prejuicios y por ello duele ver la cantidad de alimentos que se sirven en el sistema escolar y terminan en los basureros.