No es tarea sencilla comentar desde la óptica de un periodismo no violento lo sucedido en el auditorio del ayuntamiento de Krokus, en las afueras de Moscú. Más difícil aun, si el cronista intenta por un momento ponerse en la piel de los familiares de las decenas de asesinados o sentir el terror que pueden haber atravesado quienes estuvieron allí y lograron salir con vida.

Sin embargo, es necesario hacer el esfuerzo. Imprescindible. Porque dejar en manos del periodismo monopólico el relato sobre esta nueva tragedia, es tan incendiario como los explosivos que causaron las llamas en el techo del lugar.

Irresponsabilidades

El foco informativo (y desinformativo) se centra en estos casos en los posibles autores del crimen y en sus mandantes. En cuanto a los primeros, no es nada difícil identificarlos. En un mundo de amor al dinero, de millones de despojados, de sufrimientos mentales extendidos, de gobiernos empapados en la miseria moral y conspiradores de Estado de mente oscurecida, resulta simple contratar, equipar y entrenar mercenarios para una tarea tan abominable.

Colocar una bandera, emitir comunicados adjudicando la responsabilidad a tal o cual grupo, guionar aquello que deben decir en caso de ser capturados, es más sencillo todavía, por lo que más allá de la rabia que suscita la perversa acción, es secundario evidenciar a los actores.

En relación a los mandantes, pueden ser rastreados por el objetivo de la acción. En un ambiente geopolítico de total crispación, en una lectura superficial, es obvio que este atentado pretende provocar al Estado ruso a respuestas que justifiquen el ambiente pre-bélico que hoy intentan generar los voceros, militares y fábricas de armamento atlantistas.

La aparición en el guión de las milicias del Estado Islámico, apunta posiblemente a crear un nuevo flanco en el escenario guerrerista, con la pretensión de sembrar discordia en las repúblicas centro asiáticas mayoritariamente pobladas por musulmanes. No es casual que una de las primeras comunicaciones telefónicas del reelecto presidente Putin fuera con su par uzbeko, Shavkat Mirziyoyev, quien condenó el atentado y expresó sus condolencias hacia las familias afectadas. Uzbekistán es aliado de Rusia en la Organización de Cooperación de Shanghai y alberga las oficinas centrales de la estructura regional antiterrorista creada por esa articulación.

Ya en un plano absolutamente especulativo, es dado pensar que la atribución del atentado a un grupo islamista y posibles acciones retaliatorias del gobierno ruso, podrían tener la intención de exacerbar a rebeldes contra la decisiva presencia militar de ese país en Siria o de desviar la mirada e incluso apuntar a generar un quiebre en el bloque internacional que condena sin cortapisas la limpieza étnica que hoy lleva adelante el gobierno de Israel contra la población palestina de Gaza.

El huevo de la serpiente

Alejadas de estas monstruosas conspiraciones, las grandes mayorías aspiran a la paz y al progreso personal y social y condenan la guerra, el terrorismo y la violencia como metodología de acción.

Pero estas pesadillas incuban más cerca de lo que uno pudiera pensar. El discurso de odio se consume a diario en las pantallas y en las redes sociales, en los estereotipos repetidos una y otra vez por una prensa también mercenaria, en los temores que siembran las fobias y los estigmas, en la imagen de enemigos internos y externos que el poder fabrica para desorientar a las personas y no ser reconocidos como verdaderos causantes del caos.

Ese discurso logra echar raíces en nuestra propia conciencia, cuando permanecemos adormecidos y no advertimos la inutilidad de naturalizar la violencia. La realidad, lejos de convencernos de ello, nos impele a despertar y desplazar esas mentiras de nuestra imaginación y a elegir una actitud donde prime la empatía, la compasión, la solidaridad y el afecto por los demás.