Por Alternativas Noviolentas
Dos años de guerra en Ucrania son suficientes para ver las graves consecuencias de la guerra y, sobre todo, para hacer una lectura crítica y poner los medios para evitar la guerra siguiente o la escalada de ésta hasta la apoteosis militarista de la Destrucción Mutua Asegurada en Europa. Las guerras no son inevitables, ésta se pudo evitar, también se pudo parar en las primeras semanas y tenemos que tomar nota para no dejarnos envolver y seguir preparando guerras que nos destruyen, nos expolian y amenazan a toda la vida, con falsas excusas. Ucrania nació como Estado en 1991 tras un referéndum apoyado por la inmensa mayoría de la población. No hubo un valeroso ejército liberador de la nación sino el surgimiento de un nuevo Estado, de un territorio que se independiza de Rusia por el voto. ¿Necesitaba un poderoso ejército como el que ha llegado a tener antes de la guerra? Para muchas personas y líderes de la Unión Europea, la invasión ordenada por Putin el 24 de febrero sería la demostración de que Ucrania sí necesitaba un poderoso ejército y mejor haber invertido más en “seguridad”. Sin embargo, esta aparente lógica responde a una percepción engañosa de la seguridad marcada por el sesgo militar, que oculta deliberadamente los acontecimientos anteriores a la invasión, echando toda la culpa y responsabilidad de los hechos al adversario. El crecimiento militar ucraniano y la presencia americana en su territorio hace aumentar también la presencia militar rusa en la frontera, sentando las bases de la guerra. Un dicho popular señala que “dos no se pelean si uno no quiere”. Esta guerra en Ucrania no sólo ha sido querida por dos, sino por muchos más actores, que la han preparado, alentado, financiado y ejecutado. Se ha hecho mucho por prepararla y nada por evitarla. Señalo algunos de los procesos y momentos más notables en los que se pudo hacer algo por evitar la guerra y no se hizo.
El nacionalismo ucraniano
Tras la independencia hubo un fuerte proceso de creación de una identidad nacional, reinterpretando hechos históricos y reafirmando la propia identidad frente a la rusa. En un estado donde la mayor parte de la población hablaba ruso y ucraniano (para un alto porcentaje el ruso era la lengua materna) pretender hacer un estado borrando la cultura de más de 8 millones de ciudadanos no deja de ser una temeridad y una clara violación de los más elementales derechos. La consideración de Stepán Bandera como héroe nacionalista ucraniano, pese a ser un confeso criminal de guerra, es una buena muestra de esta deriva. ¿La diplomacia europea no se dio cuenta de lo que pasaba? La Europa que ha ayudado con entusiasmo a Ucrania a armarse contra Rusia parece que no le advirtió de las consecuencias del nacionalismo identitario y excluyente que desangró a la propia Europa. De nuevo, el patriotismo y el militarismo se han impuesto a los intereses de la inmensa mayoría de la población.
El Euromaidán
Europa sabía lo que pasaba y apoyó el Euromaidán, un golpe de estado que acabó destituyendo al presidente legítimo y donde la embajada americana parece que hizo algo más que repartir bollitos en Kiev. El difícil equilibrio entre la Ucrania occidental, más nacionalista y proeuropea, y la Ucrania oriental, más pro-rusa, se rompió en favor de los primeros y de los intereses de Europa, EEUU y la propia oligarquía nacionalista surgida del desmantelamiento de los recursos del estado en la economía socialista. Esta injerencia en Ucrania es parte muy importante en el proceso de militarización, pues tras los acontecimientos y la deriva nacionalista, la región del Dombas se revela contra la nueva política dando pie a una mal llamada guerra “civil”, pues todas las guerras las dirigen y hacen militares, por lo que no hay guerras “civiles”, y menos, “civilizadas”. En ésta parece que tampoco faltaron los criminales de uno y otro lado. Ni siquiera la quema de la casa de los sindicatos en Odesa con 50 muertos-asesinados hizo saltar las alarmas. ¿Hizo algo la Europa de los Derechos Humanos para evitar o parar este conflicto? No que se sepa, aunque sí estuvo presente en los acuerdos de Minsk.
Los acuerdos de Minsk
Firmados por Ucrania, Rusia y la OSCE como garante del acuerdo, representada por Francia y Alemania, pretendían buscar una solución consensuada al conflicto dando, entre otras cosas, más autonomía a las regiones rebeldes. Ucrania no hizo su tarea y los representantes de la OSCE parece que nunca creyeron en los acuerdos y, que si los firmaron fue para dar tiempo a Ucrania a armarse y prepararse para la guerra, según confesiones posteriores. Si el gobierno ruso tiene la grave responsabilidad de haber invadido Ucrania tras esperar ocho años con los acuerdos muertos, Europa, EEUU y la OTAN tienen la grave responsabilidad de haber dejado morir los acuerdos, de haber atizado el conflicto entrenando a los militares ucranianos, y de haber abasteciendo de armas e instalando centros militares en territorio ucraniano. Las hostilidades en el frente del Dombas continuaron durante estos años con acusaciones mutuas de ruptura de los acuerdos. Si después de conocer el tremendo sufrimiento y destrucción que ha causado la guerra en Ucrania pudiéramos volver hacia atrás con la moviola de la historia al momento de la firma de los acuerdos de Minsk, a casi todo el mundo le parecería una buena solución dotar a los territorios del este de una autonomía que les garantizara el ejercicio de sus derechos. Incluso yendo un paso más allá, mejor que la guerra sería la realización de un referéndum con las debidas garantías sobre su pertenencia o no a Ucrania. Se ha acusado a Rusia de haber hecho un referéndum de anexión que ha sido una farsa, y es cierto, pero Ucrania y Occidente tuvieron la oportunidad de haberlo hecho cuando no había estallado la guerra, y no lo hicieron. No hay que temer a las urnas, sino a las armas. Una vez más, hay que recordar que las vidas valen más que las patrias.
La OTAN
No podremos entender la guerra en Ucrania sin analizar el papel que ha jugado la OTAN a lo largo de su historia. Nacida como muro de contención frente a la URSS, debería haberse disuelto una vez caído el muro de Berlín, disuelto el Pacto de Varsovia y desaparecida la URSS. Hubiera sido un buen gesto de paz y una llamada al entendimiento, que era lo que se necesitaba tras la Guerra Fría. De nada sirvieron los llamamientos de Gorbachov a construir la “Casa Común Europea”. Lejos de asentar las bases para el entendimiento y la cooperación, la OTAN no sólo se mantuvo como herramienta de poder y dominación liderada por los Estados Unidos, sino que rompió la promesa de no expandirse hacia el este, llegando en sucesivas oleadas de incorporaciones hasta Ucrania, demasiado cerca de Moscú, para que una mente militarista formada en las cloacas de la KGB lo tolerara. La creciente presencia militar de occidente en Ucrania, la solicitud de entrada en la OTAN aprobada por el parlamento ucraniano y la planificación de maniobras conjuntas para 2022, son gestos que suponen para el lenguaje militar una clara provocación. Recordemos la crisis de los misiles en Cuba. Los países deben saber situarse en el mapa. Europa pudo apostar por la paz, pero prefirió ser fiel a los intereses de los Estados Unidos, dejándose llevar a una estrategia de confrontación frente a la opción de la contención. Cuando se desperdician las oportunidades para el entendimiento y la cooperación y se opta por la confrontación y la preparación de la guerra, no nos debe extrañar que ésta llegue de una manera u otra, cualquier chispa prende la mecha.
Las conversaciones de Ankara
Si podemos afirmar que Occidente no quiso evitar la guerra, también podemos firmar que no la quiso parar. En las primeras semanas de guerra hubo conversaciones para pararla, con la condición de que se dieran garantías de la neutralidad de Ucrania y su no ingreso en la OTAN. Parece que tanto EEUU como Reino Unido animaron a Zelenski a continuar la guerra. Nos hubiéramos ahorrado miles de muertos, de destrucción, de desastres ecológicos, y de empobrecimiento de la población tanto europea como mundial. ¿Qué intereses primaron para no firmar la paz?
Tras estos dos años de guerra es muy evidente que se trata de una guerra entre potencias, EEUU y Rusia, donde Ucrania se ha prestado a ser el escenario, decorado y animado por un cómico, y Europa ha tomado el papel de acólito fiel de los intereses del amigo americano en esta ceremonia militarista. El objetivo de la desnazificación de Ucrania esgrimido por Rusia para esta guerra no declarada es tan poco creíble como el de defender la libertad que esgrime occidente para apoyar a Ucrania, donde, si algo falta, son precisamente las libertades.
Como argumento contra las guerras se dice que “en las guerras no gana nadie”, pero no es del todo cierto. Nos falta valor para reconocer, parafraseando a Eduardo Galeano, que “hacemos guerras para robar”. En esta hay claros beneficiarios: la industria militar americana, las empresas energéticas y las multinacionales, que han encontrado en Ucrania un campo abonado para el negocio y la especulación. A la pérdida de vidas humanas, de heridos y mutilados de guerra, difíciles de cuantificar por el secreto de estado y su uso propagandístico, hay que añadir las pérdidas materiales en hogares e infraestructuras. En esta guerra hay que señalar también los importantes desastres ecológicos provocados por la voladura del gaseoducto Nord Stream, la presa de Nova Kajovka en Jersón, así como por el uso de munición, metralla y bombas, que siguen suponiendo un peligro para la población y los ecosistemas. No hay que olvidar el grave riesgo que suponen las centrales nucleares como la de Zaporilla. A ello hay que añadir el coste de preparar la guerra, fábricas, materias primas, energías, mano de obra, que sólo valen para destruir y matar. La guerra ha empobrecido aún más a la población más pobre de Europa y del mundo por la subida de los alimentos y la energía, pero también nos empobrece porque cada vez se empleará más dinero público en preparar la guerra, detrayéndolo de las necesidades sociales.
La OTAN supone más del 50% del gasto militar mundial y todavía a sus dirigentes les parece poco. Más gasto militar no da más seguridad, sino que aumenta el riesgo de guerra al percibir el adversario este aumento como una amenaza que le llevará a su vez a aumentar el gasto militar, en una loca carrera hacia la destrucción, donde la última garantía no es de seguridad, sino de destrucción mutua. Buen consuelo para mentes militarizadas, mala solución para cualquiera con sentido común que ame su vida, la de los demás y la del planeta. Sorprende la banalidad con la que los líderes europeos quieren llevarnos a una confrontación directa con Rusia, pero es aún más sorprendente que nos creamos que lo hacen por nuestra seguridad, amenazando a una potencia nuclear. ¿A que oficina de reclamación militar iremos a denunciar por publicidad engañosa el día que un bombardeo nos pulverice o una bomba nuclear nos convierta en ceniza?
Salirse del marco
No hay solución a las guerras dentro de la lógica patriarcal-militarista de dominación. Necesitamos aprender y practicar con urgencia que la verdadera seguridad es un ejercicio de reciprocidad, que nuestra seguridad sólo será real cuando nuestros vecinos se sientan también seguros y perciban que no somos una amenaza para ellos. Es algo que practicamos en la vida civil cotidiana. Ni vamos armados, ni aconsejamos a nuestras hijas e hijos que vayan con navajas o pistolas por su seguridad, pues sabemos que tienen muchas más probabilidades de acabar en un hospital que si no lo llevan. Lo mismo podríamos decir de una comunidad de vecinos. Sólo una mente perturbada adaptaría la mirilla de su puerta para acoplarla a un rifle. Fomentar el respeto, las relaciones de confianza, el apoyo mutuo y la cooperación aporta más seguridad que las armas. Además, la preparación de la guerra detrae numerosos recursos a la seguridad de cada día, la seguridad humana, la seguridad que nos da tener servicios sociales que no nos dejarán solas en caso de necesidad, la de tener una sanidad de calidad, alimentos saludables, acceso a la educación, a una vejez digna, al agua y a un aire sano, a un trabajo digno y útil, a una justicia imparcial, a una economía social y solidaria… La pertenencia de España a la OTAN y el vasallaje de los sucesivos gobiernos a los dictados de EEUU nos ha llevado a participar en guerras que objetivamente no han mejorado nuestra seguridad ni la de a quienes fuimos a “proteger”. Guerras de las que no hemos hecho aútocrítica, por lo que seguimos cometiendo los mismo errores. ¿Nos dio más seguridad el participar en una guerra montada sobre mentiras, injusta y criminal como la de Irak? No; los mayores atentados en España fueron consecuencia de la participación en esa guerra. En ella demostramos además que somos capaces de cometer crímenes de guerra como todos los demás, en Diwaniya. La desolación y el desamparo en Afganistán tras casi 20 años de implicación española, con miles de millones invertidos, debería merecer un mínimo de autocrítica. La intervención en Libia extendió el terrorismo por todo el Sahel, lo que se convirtió en una nueva excusa para el intervencionismo militar pues, metidos en su lógica, entramos en un círculo vicioso que se autoalimenta.
Ver la guerra desde claves democráticas y de defensa de los derechos humanos, saliendo del marco patriarcal, nos debe llevar a algunas reflexiones:
- No hay seguridad en la amenaza.
- La guerra es la peor de las opciones.
- La preparación de la guerra es la peor de las inversiones.
- Prepararse para la guerra es la garantía de que habrá guerra.
- la permanencia de España en la OTAN es un riesgo para toda la población.
- La paz es demasiado importante para dejarla en manos de los militares.
- Ningún ejército defiende la paz.
Tenemos las guerras que preparamos: podemos llamarlo efecto Pigmalión, lógica militar, profecía autocumplida o, sencillamente, estupidez humana. Si quieres la paz, no prepares la guerra.