Las intromisiones en la división de poderes lastran el normal funcionamiento de las instituciones y del país

Entes de control controlados y controlando por encima de sus atribuciones; fiscal del Estado haciendo campaña y saliendo de rositas de una de las peores etapas de la institución que encabeza; su sucesora (¿decidida de antemano?) acusada de mentir y ocultar pruebas; un poder legislativo que quiere juzgar; un poder judicial que quiere ejecutar, y un ejecutivo al que no dejan gobernar.

Ahí están esas Colombias, tres o más, que puede que ninguna sea la real pero que no dejan ser a la que debería. Porque, tal vez, la Colombia de verdad sea la que nunca contó para acceder a sus derechos constitucionales pero sí para que le contaran sus muertos. Puede que sea la que sale a la calle a pedir que le dejen a su presidente hacer su labor.

Esa es la Colombia que se ha movilizado una vez más, porque el ejercicio político de la democracia se hace en la calle y por y para el pueblo; porque así fue como se consiguió que llegara el Gobierno del cambio, y porque de lo que se trata es de que el país avance con lo que sus gentes han elegido.

Según el propio Pacto Histórico, las movilizaciones convocadas lo que buscan no es tanto presionar a la Corte Suprema para que elija nueva fiscal, que también, pese a que, de momento, no lo han conseguido, sino para “rechazar la ruptura institucional” y el “golpe blando” que se ejerce desde las élites y los medios cercanos a ellas.

Sin entrar a valorar las meteduras de pata del presidente, que las hay, como en todas partes, sobre todo de tipo comunicativo, ni sus trinos fuera de lugar y tono ni los bailes de personalidades al frente de algunos cargos, lo que es cierto es que en menos de dos años de andadura han sido más las veces que se ha tenido que agachar a quitar las piedras del camino que a dedicar esfuerzos a gobernar y avanzar.

 

Afirmaciones como que si la izquierda no sirve para dirigir, que si mira más allá que acá, que si fulanito sí o menganita no, que si un familiar hizo, dijo o dejo de hacer, que si tal o que si cual. Fallos y aciertos en el oficio de gobernar que no deslegitiman su autoridad, lograda al ganar unas elecciones democráticas, o su capacidad, mostrada con su largo historial político y de gestión, y que deberían permitir que gobierne y que si no lo hace como se esperaba, o esperábamos quienes le dimos nuestra confianza, que no se le renueve en 2026.

Pero, otros presidentes lo hicieron mucho peor antes y tengo la sensación de que ni se les persiguió ni se les impidió tanto y con tanta fuerza. Es la primera vez que el país no está en manos de las familias de siempre, de los godos que expoliaron el territorio y a sus gentes; la primera vez que no dirige la nación un apellido de renombre que nunca se molestó por avanzar en libertades, en derechos o en justicia social; es la primera vez que la gente del común, los colectivos marginados y las personas excluidas, por mucho artículo constitucional que lo recoja, se sienten parte del país al que pertenecen con los mismos derechos que  la ´gente de bien`.

Así que, si las mayorías permitieron durante décadas que los políticos y sus secuaces hicieran y deshicieran a su antojo sin poner un pero, pero demasiadas veces dejando que la sangre de las demás tiñera de rojo el país, dejen ahora que gobiernen quienes quieren la paz y fueron democráticamente elegidos.

El Gobierno actual tiene en contra a las otras Colombias: la de la clase política tradicional y a gran parte de los organismos institucionales, cooptados durante años por tejemanejes políticos para conservar el poder, y la de los medios masivos de difusión de noticias, la mayoría de ellos, que hacen oídos sordos a todo aquello que no esté en consonancia con la línea editorial que les marcan los que manejan los hilos.

Pero pese a todo ello, hay otra Colombia que forman las personas que salen a marchar y que reclaman respeto por la legitimidad del Gobierno y que le dejen gobernar, que no rompan más el país y que permitan que Colombia sea una. Una que avance hacia un futuro esperanzador, una en la que la dignidad se haga costumbre y que se pueda convertir en potencia de vida, no de muerte ni de corrupción.