En el mundo se ha instalado una falsa democracia, un falso sentido de la libertad, dado que las personas no son libres para decidir lo más importante para sí mismos, que es su vida y su seguridad personal, y la democracia solamente se reduce a elegir a sus gobernantes, que una vez instalados en el poder hacen todo lo contrario de lo que la mayoría de la gente quiere y necesita. Esto lo prueba la escasísima popularidad de todos los poderes del Estado en general.
Este fenómeno no es ajeno al tema de las relaciones internacionales, muchas veces manejadas en forma tan poco democrática, con intereses bastante poco claros, con alianzas y participaciones en foros internacionales que se vinculan y se desvinculan dependiendo del color político del gobierno de turno.
Situación similar se vive en los Parlamentos, los que actúan muchas veces presionados por los lobbys empresariales, financiados y cooptados por los mismos, con lo que pierden su independencia y voluntad. Y tantas otras veces por acuerdos de partidos o alianzas políticas con similares resultados.
A nivel internacional, en todos los países, la situación es similar, las grandes empresas internacionales y las instituciones financieras globales dominan ampliamente la política exterior de los países, y el pueblo, el electorado elige a un representante, que da lo mismo quien sea, porque el lobby es el mismo, y si se pone duro, y no respeta la decisión de las empresas, lo botan o lo asesinan, poniendo en su reemplazo a otro gobernante afín a sus objetivos.
El problema es muy poco reconocido, dado el dogma mántrico de la competencia y el libre mercado, proclive a una libertad tan alabada como el libre emprendimiento y la sana competencia, que garantiza precios bajos, pleno empleo y riqueza para todos. Lo que no considera este idílico escenario es que no contempla la naturaleza humana, y que éste tipo de libertades tan anheladas estimula defectos muy acendrados en los emprendedores, como una creciente ambición que empieza a rayar en la codicia, y que obnubila las mentes y los corazones, que finalmente no dudan en cometer todo tipo de abusos a los derechos humanos de las poblaciones, con el objetivo no necesariamente productivo y conveniente, de hacer crecer las empresas sin ningún techo ni medida, incluso colonizando e invadiendo países y continentes completos en función de sus cuestionables intereses.
El segundo problema, y que es el que desencadena el desastre, es que los países poderosos, poseedores de tecnologías superiores, se disputan los territorios y los recursos naturales, tal como lo hacen a nivel más micro los narcotraficantes, pero con perspectivas mucho más peligrosas aún, como las infaltables guerras, vergüenza de la historia de la humanidad, patrimonio destructivo y desolador, que cada vez se torna más peligroso en la medida en que las armas se han vuelto más letales y destructivas, capaces de poner fin a todas las especies vivas del planeta.
Este libre emprendimiento glamoroso no ha vacilado jamás en arrasar con poblaciones humanas completas, como lo demuestran las colonizaciones de América y Africa, y si se han detenido un poco hoy en día, producto de los organismos multilaterales, tratados y convenciones que regulan las relaciones internacionales, el intervencionismo en las políticas públicas de otros países no cesa, y si no es afín a los intereses imperiales de dichas empresas, se derrocan gobiernos, se instigan guerras civiles sin ninguna consideración, para que las empresas sigan creciendo y derramando su riqueza urbi et orbi.
Las empresas así creadas, fruto de esta romántica libertad, han crecido más que los Estados, han adquirido más poder, tanto, que ahora dominan las relaciones internacionales de numerosos países, en particular de uno, que todos imaginan cual es, y las cuales, como antaño los países, no trepidan en estimular el armamentismo y las guerras en función de mejorar sus posiciones geoestratégicas
al amparo de sus naciones y sus gobiernos.
En un comienzo las guerras se peleaban con armamento muy precario, lo sabemos, pero a medida que se fueron implementando ejércitos, generando una casta militar poderosa, se comenzaron a planificar las guerras, se creó la industria de las armas que no ha parado de crecer desde entonces, tal como todas las industrias, al alero del desarrollo científico y tecnológico, logrando después de un par de siglos una industria armamentística tan poderosa, que una tercera guerra mundial no podría sostenerse sin acabar con la humanidad completa, dada la destrucción mutua asegurada que proclaman los poseedores de armas nucleares.
La carrera desbocada por el control del poder mundial, y de sus recursos, tiene a la humanidad en vilo, los gobernantes se han transformado en instrumentos del poder empresarial y las alianzas militares, totalmente cooptadas por el poder financiero. Estas Alianzas militares están jugando una ruleta rusa que, salvo ellos en este mundo, nadie quiere ni necesita jugar. Ciegos y sordos, alienados, no le hacen caso a nadie, ni a los líderes espirituales ni religiosos, ni a los sabios ni a los intelectuales. Mucho menos a las personas comunes y corrientes que trabajan con esmero para llevar el pan a sus hogares, a sus hijas e hijos.
El último problema y definitivo es que las industrias necesitan seguir creciendo para ser sustentables, y la Naturaleza le está poniendo un freno definitivo a este crecimiento compulsivo, los recursos naturales se agotan, el cambio climático se acelera, y ya no se puede seguir creciendo ni siquiera a costa de la competencia internacional.
No existe freno a esta demencia, ni siquiera los parlamentos nacionales ni internacionales de estos países beligerantes han sido ni medianamente suficientes para contenerlos, más bien han guardado un silencio cómplice, sin darse cuenta al parecer de la peligrosidad de este fenómeno apocalíptico.
En las zonas no directamente afectadas por no estar en conflicto, como en África y Latinoamérica, su política de relaciones internacionales no interpela a los países que alimentan las guerras, ya que el mundo es uno solo, y que cualquier decisión que pueda afectar su seguridad, debe ser de consenso unánime. Los parlamentarios debieran presionar a sus gobiernos en tal sentido, pero hasta el
momento han permanecido mutis por el foro.
Las personas comunes de todo el mundo contemplan con estupor el desarrollo de todos los procesos bélicos, los genocidios, las invasiones, las anexiones, totalmente impotentes a cambiar en nada el curso de los acontecimientos. Algunos participan en ONGs antiguerra, pacifistas, no violentas, que salen a protestar a las calles en números crecientes, desde algunos cientos hasta cientos de miles, sin tener lamentablemente un resultado suficiente para cambiar la mentalidad de sus gobernantes.
Indudablemente este sistema de democracia representativa no está resultando, los representantes gobernando en forma autocrática y el pueblo protestando en masa. Es necesario pasar a nivel global a un sistema de democracia participativa con consultas populares frecuentes, sobre todo en temas tan importantes que puedan afectar su seguridad e inclusive su vida. Porque no es posible que las
personas contemplemos impávidos como de la noche a la mañana podamos desaparecer de la faz de la tierra sin ni chistar.
Es hora que le demos su justa importancia a la gente, que se le eduque e informe bien, y se respeten sus derechos que como humanidad se han establecido a través de los organismos internacionales. No solamente cuando sean de conveniencia para sus intereses, sino a todo evento.
Es necesario que se den las condiciones necesarias para pasar de esta democracia representativa que deviene en autocracia, a una democracia participativa en que haya un referéndum revocatorio para sus representantes y sus decisiones, cuando se excedan, o sea contrario a lo que la mayoría de la ciudadanía estima necesario para su seguridad personal y la de sus familias.
El ser humano es lo verdaderamente importante, pero se ha puesto por encima a todo lo material, desconociendo la ética, los valores humanos de la solidaridad, de la colaboración, de la equidad y de la justicia. Todo ello por no reconocernos como hermanos, como iguales, con las mismas necesidades. Esta forma de sentir y de pensar ha generado mucha agresividad en las personas, que se expresa en la violencia, en la falta de respeto, en el de querer apropiarse de todo en desmedro de los demás. Esta forma violenta de vivir nos está arrastrando a nuestra destrucción como especie. En este sentido he llegado a la convicción muy profunda de que el futuro deberá ser no violento o si no, no habrá futuro.