Como dijo un protagonista del inmortal novelista ruso Mijail Bulgakov, “todos somos repentinamente mortales”. Por la tarde del 6 de febrero de este año, el helicóptero del ex presidente de Chile Sebastián Piñera se estrelló en el lago Ranco, al sur del país. Sucedió durante un paseo familiar, después del almuerzo con su amigo empresario. Tres pasajeros escaparon nadando y el ex presidente, que iba al timón, murió.
Ahora la prensa oficial chilena se revienta de condolencias por la muerte de un “destacado demócrata”, un “estadista ejemplar”, un “verdadero líder”, etcétera. Algunos que se dicen “de izquierda” añaden lo políticamente correcto “a pesar de nuestras grandes diferencias políticas”. En el mismo coro se escuchan las voces del actual presidente de Chile, el “de izquierda autónoma”, Gabriel Boric, y la de la vocera de su gobierno, la comunista Camila Vallejo.
Hasta hace sólo unos pocos años, Gabriel, Camila y cientos de miles de sus compañeros resistieron bajo los chorros de carros lanza aguas, gases lacrimógenos y balas de goma, las políticas de este “demócrata ejemplar” quién fue uno de los principales artífices ideológicos del saqueo del país por parte de las élites chilenas y extranjeras. Las supuestas “grandes diferencias políticas” no fueron temas de las filosóficas disputas con los ilustres pensadores, sino sangre y lágrimas en las calles de Chile de día y de noche, con el horrible zumbido de las astas de los helicópteros policiales, al igual que en los años de la dictadura de Pinochet. Fue Piñera quien convirtió el “nunca más” en el eterno retorno a la peor pesadilla de Chile.
A pesar de los máximos esfuerzos de los hábiles y bien pagados magos mediáticos, la muerte no posee el don de convertir lo negro en blanco. Sin alegrarnos por el trágico accidente, que le costó la vida a Piñera, no podemos dejar de lamentar que en esta vida nunca haya sido juzgado por sus crímenes.
Tampoco se podrá dejar de recordar los asesinados por parte del ejército y policía chilena, de decenas de sus compatriotas que durante sus dos gobiernos, los que nunca volaron en sus helicópteros privados a las mansiones de amigos empresarios a un almuerzo, sino que salieron a las calles para defender los derechos mínimos a la educación y a la salud, a los que el multimillonario Piñera consideró sólo como “mercancías”.
Recordemos también a los cientos de chilenos que perdieron sus ojos durante el estallido social del 2019, porque al reprimir las manifestaciones contra su gobierno y obedeciendo órdenes superiores, los carabineros dispararon deliberadamente a los ojos de los manifestantes. No olvidemos tampoco la brutal ocupación de las tierras mapuches por parte de las fuerzas racistas del Estado chileno, decenas de casos de «terrorismo» fabricados por la policía a los dirigentes sociales asesinados, el entrenamiento paramilitar de los carabineros chilenos por la narcopolicía de Colombia y una cavernícola demagogia anticomunista en la prensa oficial.
Jamás celebraré ninguna de las muertes. Pero los que no han perdido la memoria y a quienes aún les queda algo de vergüenza no pueden llorar a este hombre.
Ahora me vienen muchas cosas a la memoria. Por ejemplo, la carta del escritor chileno Pedro Lemebel dirigida a Piñera todavía en 2009, en plena campaña electoral, antes de su primer periodo presidencial, cuando aún no derramaba sangre de sus manos. En su misiva Lemebel tocó uno de los mitos fundacionales del discurso piñerista: la creencia de que durante el plebiscito de 1998, Piñera votó por el “No” a la dictadura (como el voto es secreto, nadie hasta ahora lo podrá comprobar).
“…Demasiado barato quiere comprar este paisito, don Piñi; usted que va por la vida tasando y preguntando cuánto vale todo. Y, de un guaracazo, se compra medio Chiloé, con botes y palafitos incluidos. Con cerros, bosques y ríos, hasta que se pierde la mirada en la distancia, le pertenece a usted. ¿Cómo puede haber gente dueña de tanto horizonte? ¿Cómo puede haber gente tan enguatada de paisaje? Me parece obscena esa glotonería de tanto tener. Me causa asombro que, más encima, quiera dirigirnos la vida desde La Moneda. Muy barata quiere rematar esta patria, don Piñi, y sólo con un discurso liviano de boy scout buena onda. Pura buena onda ofrece usted, don Piñi boy, como si estuviera conquistando al populacho con maní y papas fritas. Nada más, el resto pura plata; empachado de money, quiere pasar a la posteridad sólo por eso. Porque, cuando cita mal aNeruda, se nota que a usted le dio sólo para los números y no para la letra. Es decir, usted es puro número y cálculo, señor Piñi, poca reflexión, poco verbo, poca idea, aunque esa es la única palabra que usa entre sus contadas palabras efectistas. Buena onda y futurismo. Las heridas se parchan con dólares. La memoria queda atrás como una tétrica película que olvidar. Sin vacilar marchar, que el futuro es nuestro (parece himno de la juventud nazi)…O sea, usted se pasa de listo, don Piñi. Quiere hacernos creer que siempre fue demócrata, pero lo recordamos clarito sobándole el lomo a la dictadura,(…), amigote de la misma patota facha que le anima la campaña. Los peores, la gorilada del terror. Parece que este suelo nunca aprendió la lección, ni siquiera a golpes, y con facilidad se traga el sermón de la derecha pinochetista, ahora remasterizada con piel de oveja neoliberal. Pero son los mismos de entonces, soberbiamente gozando los privilegios de la democracia que conseguimos nosotros, y sólo nosotros, porque también yo dudo que, en el plebiscito, votara que no simpatizando por la derecha…”
Aunque muchas veces en la vida uno se jura a sí mismo no sorprenderse con nada, para mí lo más triste de la muerte de Piñera, es tanta supuesta izquierda chilena, la que hace poco se movilizó para liberar y devolver a Pinochet, de Londres a Chile, y ahora con tanta naturalidad llora a otro asesino.
El artículo original está tomado de desinformemonos.org y se puede leer aquí