La guerra de Israel en Gaza tiene un lema oficial, lanzado por Netanyahu y repetido por todos los portavoces del sionismo: “Hamás es ISIS”. Merece la pena detenerse a analizar lo que hay de cierto y (sobre todo) de falso en tal afirmación, por dos motivos.
Lo primero es la importancia que se ha dado a este mensaje por parte de Israel, Estados Unidos y Europa. Netanyahu comenzó a difundir el eslogan «Hamás = ISIS» tras una reunión con el Secretario de Estado estadounidense Antony Blinken, con quien seguramente planificó la estrategia comunicativa a favor de la guerra. La administración Biden se ha hecho eco del mensaje, con el Secretario de Defensa Lloyd Austin llegando a exagerarlo hasta el punto de afirmar que «Hamás es peor que ISIS».
La Unión Europea ha copiado las palabras norteamericanas (como es habitual) a través de figuras como el portavoz de exteriores de la UE Peter Stano. Y Emmanuel Macron ha propuesto abiertamente reactivar la coalición militar que derrotó al ISIS para combatir a Hamás.
Por lo tanto, el segundo motivo por el que debemos diseccionar esta campaña se refiere a las posibles consecuencias que de ella se derivan para millones de personas. Por un lado, están las personas que irán a la guerra en Israel y en Palestina, movilizados por un lema que (de ser cierto) no deja otro camino que una guerra de exterminio como la que se libró contra el ISIS. Por otro lado, aquellas personas en toda la región de Oriente Próximo sobre las cuales el conflicto israelí-palestino podría llegar a derramarse, tal y como ha ocurrido con el terrorismo yihadista. Y, por último, están también millones de personas que pueblan Occidente, de las cuales Israel extrae asistencia económica, mediática y militar a base de sembrar la confusión entre las diferentes facciones palestinas (como Hamás o Fatah) y las varias ramas del terrorismo yihadista (como ISIS o Al Qaeda).
España es un buen ejemplo de las consecuencias del eslogan “Hamás es ISIS”. La posición mínimamente crítica con la guerra por parte del presidente Pedro Sánchez ha sido convertida por el primer ministro Netanyahu en un supuesto apoyo a Hamás, que a su vez ha equiparado con el precursor del ISIS: Al Qaeda. La misma organización que hace años atentó contra nuestro país. De esa forma, Netanyahu puede realizar la siguiente amenaza velada: si España no apoya que Israel bombardee Gaza, entonces España se merece las bombas de Al Qaeda en Madrid o Barcelona, tanto las pasadas como otras futuras.
El deber de un buen español no es comprar estas narrativas israelíes para proporcionarle a Israel un apoyo acrítico en sus guerras contra “el terrorismo islamista” (mezclando bajo esa etiqueta a estados y grupos no-estatales, a laicos y a musulmanes, a suníes y chiíes, a árabes y a persas). No; el deber de un buen español es estar lo suficientemente instruido como para saber rechazar tales argumentos, detectando los intentos de implicarnos en conflictos que son diferentes de (cuando no directamente contrarios a) nuestros intereses.
Chantajes intolerables, confusionismo geopolítico e infinitas justificaciones belicistas infundadas son las consecuencias de que en Occidente no se lleve a cabo un esfuerzo serio de comprensión del Oriente Próximo en general y del islamismo en particular, sino que se le niegue sistemáticamente el espacio a voces acreditadas que aporten posiciones matizadas más allá de las posturas simplistas que agradan a unas y otras líneas editoriales. Para suplir esas carencias se entrega al dominio público este informe comparativo entre Hamás y el ISIS, realizado a partir de la experiencia de años de investigación en la materia por parte del autor, tanto por lo civil como por lo militar. Huelga decir que el establecimiento de distinciones entre ambas fuerzas no implica en forma alguna una preferencia o una justificación hacia ninguna de ambas, sino que responde exclusivamente a un compromiso radical con la verdad por encima de la propaganda, partiendo siempre del rechazo hacia cualquier acción terrorista.
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PARECIDOS Y DIFERENCIAS
Para empezar, es aceptable decir que Hamás y el ISIS (las siglas de Islamic State of Iraq and Syria, también conocido como Daesh o, simplemente, Estado Islámico) comparten tres características:
[1] Son organizaciones radicales que parten del sunismo (la rama más “ortodoxa” del islam).
[2] Buscan instaurar la ley islámica (sharía).
[3] Están dispuestos a defender su causa mediante la violencia y la guerra (yihad). Podríamos decir que ahí terminan sus parecidos y dejar paso a sus muchas diferencias, pero lo cierto es que ni siquiera estos tres parecidos tan poco estrictos pueden darse por buenos.
En primer lugar, Hamás está lejos de ser el exponente más extremo del sunismo, como demuestran sus alianzas con países (Irán) o grupos (Hezbollah) que pertenecen a la otra gran corriente musulmana: el chiismo. Por no hablar de su cooperación con fuerzas palestinas que son de orientación directamente laica (como Fatah). Ello es impensable para las corrientes más radicales del sunismo: salafistas o wahabistas (como Al Qaeda) y grupos aún más sectarios (como el ISIS) que se encuentran prácticamente fuera de los límites del sunismo e incluso de los límites del islam. Aquellos que son como el ISIS siguen la doctrina “takfiri”, es decir, el absoluto rechazo de cualquier cooperación con ramas del islam diferentes a la suya. Es más, priorizan guerrear contra el resto de musulmanes antes que unirse contra cualquier posible “enemigo común”.
En segundo lugar, la interpretación de la sharía que hacen grupos como el ISIS implica negarse a participar en elecciones democráticas o integrar instituciones y gobiernos “profanos” o “seculares”. Hamás, por el contrario, es una fuerza que ha aceptado el juego democrático y el marco moderno de la soberanía nacional. Además, mientras que el ISIS se ha caracterizado por una lectura de la sharía particularmente aberrante (rechazada por la mayoría de los clérigos islámicos), Hamás ha llevado a cabo una aplicación relativamente moderada de la misma. En pasados años han incorporado a cristianos y mujeres entre sus cargos, y se han negado a imponer el código de vestimenta islámico a los estudiantes o a establecer una “policía de la virtud” que vigile el cumplimiento de la ley coránica (elementos habituales en los países de la región).
En tercer lugar, mientras que para el ISIS ha sido central el recurso a la yihad más violenta e irrestricta, en la historia de Hamás la lucha armada no ha sido ni su primera opción ni la principal, habiendo implementado varias treguas con rivales y enemigos. La mera comprensión de la yihad es diametralmente opuesta en uno y otro grupo. ISIS, Al Qaeda y semejantes forman parte del moderno “yihadismo global”, cuyo objetivo es la instauración de un califato mundial mediante una violencia que exige golpear con especial virulencia objetivos situados en Occidente. La yihad de Hamas, por el contrario, es de alcance local y está circunscrita a la liberación nacional del territorio palestino frente a un enemigo concreto: Israel. Por eso el ISIS reivindicó varios ataques en plena Europa, mientras que las fuerzas palestinas no tienen tal intención ni, sobre todo, tal capacidad. Prueba de ello es que, cuando desde sectores extremistas palestinos se ha llamado a actos de yihad internacional en apoyo de la causa palestina, la respuesta mundial ha sido prácticamente nula. A ojos del “yihadismo global”, Hamás ni siquiera sería una organización yihadista, pues la “yihad” se legitimaría como una guerra santa al ser declarada por una autoridad religiosa universal, no por una autoridad política nacionalista (palestina, en este caso).
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LA GRAN MENTIRA ESTRATÉGICA
Estas primeras diferencias con el ISIS no hacen bueno a Hamás, pero sí arrojan la perspectiva inequívoca de que el conflicto entre Israel y Palestina puede tener soluciones políticas (en tanto que Hamás es una fuerza capaz de pactar con otros y dispuesta a matizar su radicalidad), a diferencia del conflicto contra el ISIS, que solo dejaba lugar a una solución militar (en tanto que el ISIS tenía como único objetivo irrenunciable la conquista violenta de todos los territorios posibles y la permanente sumisión extrema de la mayor cantidad de gente posible). Cuando Israel equipara Hamás y el ISIS busca abandonar las vías de negociación y los límites del derecho internacional para recurrir al uso prácticamente ilimitado de la fuerza, tal y como varios países hicieron contra el ISIS.
Cuando Israel ha evocado al ISIS, estaba advirtiendo al mundo de que va a librar una guerra por tierra, mar y aire. Que va a arrasar núcleos urbanos, casa por casa. Y que están dispuestos a prolongar esta guerra tanto como sea necesario y con el máximo coste en vidas civiles. El modelo implícito serían las batallas contra el ISIS en Raqqa y Mosul en 2016, de entre varios meses y un año de duración, con miles de no-combatientes muertos. Y parece que la narrativa de “Hamás = ISIS” resulta rentable porque, en los primeros días del conflicto en Gaza, Israel ya ha excedido el promedio de bombas diarias que EEUU descargó sobre el “Estado Islámico en Irak y Siria”.
La contradicción radica en que seguramente Israel no pueda evaporar mediante la violencia desmedida una serie de problemas que se originaron en la violencia desmedida. Si Hamás ha llegado a ser la fuerza dominante en Gaza, si ha construido un ejército y ha lanzado ataques como el del pasado 7 de octubre ha sido, en buena medida, como consecuencia de las permanentes medidas agresivas de Israel bloqueando Gaza o ampliando los asentamientos de colonos en Cisjordana. Y como consecuencia del longevo desinterés israelí por negociar cuestiones dolorosas para los palestinos (desde el retorno de refugiados hasta el estatus de Jerusalén) y cumplir con tratados y treguas.
Ahora Israel pretende recurrir a la memoria de las guerras contra el ISIS, cuya presencia territorial e institucional fue erradicada de la faz de la tierra hasta el último milímetro. Pero la diferencia es evidente: difícilmente es posible desintegrar la presencia territorial e institucional de Hamás sin desintegrar la totalidad de Gaza y de las entremezcladas facciones de la resistencia palestina. Sabemos que esto último es lo que realmente desean los sectores más duros del sionismo, que encubren como operación antiterrorista lo que parece un castigo colectivo. Mientras que la guerra total contra el ISIS buscaba atajar una tercera guerra mundial extirpando el ultra radicalismo, una guerra total contra Gaza probablemente nos acerque a una tercera guerra mundial y cause la radicalización de todas las fuerzas de la resistencia palestina, así como la sustitución de Hamás por aquello que Hamás ha estado taponando: un radicalismo (esta vez sí) al estilo ISIS o Al Qaeda. Y es que, tras arrasar a Hamás, en Gaza solo quedaría el más bestial terrorismo no-organizado no-centralizado y no-institucional, como el surgido tras arrasar Somalia, Yemen o Sudán.
La hazaña no será sencilla, pues Hamás cuenta con un firme apoyo electoral en Gaza, el apoyo exterior de varios países de la región y el apoyo bélico de prácticamente la totalidad de la resistencia palestina. Algo incomparable con el ISIS, que carecía de refrendo popular y de alianzas internacionales oficiales. Mal que le pese al sionismo, no se pueden tratar de la misma forma. Israel anhela que la comunidad internacional se enfrente a Hamás de la misma forma en que se enfrentó al ISIS: unos 60 países llegaron a estar en guerra directa o indirecta contra el Estado Islámico. Sin embargo, Hamás ni siquiera es reconocido como grupo terrorista por las grandes potencias mundiales no-occidentales. Brasil, Rusia, la India o China consideran a Hamás como un actor político legítimo, como también lo hacen países del bloque occidental que aspiran a conservar cierta autonomía (es el caso de Turquía o Noruega). La Unión Europea solamente ha reconocido a Hamás como grupo terrorista a partir de 2003, bajo presión de EEUU.
Mientras que el ISIS tenía secuestrada a la población (que a la menor oportunidad huía en éxodos masivos), en Gaza no es Hamás quien tiene retenida a la población (por mucho que Israel difunda esta tesis). Es el propio Israel quien controla toda entrada y salida de personas y mercancías desde hace años. Gaza no es una estructura inventada por Hamás, ni lo es Cisjordania, ni es posible desmantelar el proyecto de Estado Palestino como se desmanteló el falsario “Estado Islámico” que ISIS intentó imponer artificialmente en regiones de Irak, Siria y otros países.
Por el contrario, aquí es Israel quien más se parece al ISIS: ambos levantaron un estado supremacista sobre territorios previamente habitados, alentando la migración de sus partidarios más radicales desde todos los rincones del planeta, apelando a profecías retorcidas y escudándose en injusticias pasadas para cometer injusticias presentes.
También comparte Israel con el ISIS las ansias expansionistas, que contrastan con la mera aspiración autodeterminista de la resistencia palestina. Figuras como Bezalel Smotrich, ministro de Netanyahu, reclaman territorio más allá de Palestina: en Siria, Líbano, Egipto, Jordania e incluso Arabia Saudí. Esta peligrosa ambición va encubierta en la narrativa de que “Hamás es ISIS”.
¿Cómo? Pues de la misma forma en que la guerra contra el ISIS permitió a EEUU y otros países occidentales intervenir de forma irrestricta mucho más allá de Irak y Siria, llegando a Libia o Nigeria, desde Afganistán a Camerún, pasando por las Filipinas, Yemen o Somalia.
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LA VIOLENCIA DE HAMÁS E ISIS
Volviendo a las diferencias entre Hamás e ISIS: tan divergentes son ambos grupos que desde “yihadismo global” le han declarado abiertamente la guerra a Hamás. Al Qaeda y su entorno (del que emergerá ISIS en los años siguientes) combatieron abiertamente a Hamás cuando ganó las elecciones palestinas en 2006. Su nuevo gobierno en Gaza se estrenó luchando contra estas células yihadistas, que habían prosperado como mafias en mitad del vacío institucional y el caos social (producido, por cierto, por el impago de salarios públicos y el bloqueo económico general impuesto por Israel y aprobado por Occidente). Hamás concentró sus escasos recursos en formar un cuerpo de seguridad profesional de 10.000 efectivos que reprimió severamente a los socios de Al Qaeda e ISIS en Gaza. Los siguientes años fueron de brutales tiroteos en calles (2007) y mezquitas (2009), operaciones contra la filial de ISIS en el Sinaí (2018) y la incautación por parte de Hamás de cohetes caseros (2019) con que estos grupúsculos pretendían frustrar el alto el fuego entre Hamás e Israel.
Hoy, la comparativa entre Hamás e ISIS (¡dos enemigos que se han enfrentado mortalmente!) pretende sostenerse sobre los sucesos del pasado 7 de octubre. Nos referimos al asesinato de civiles de todos los sexos y edades, el secuestro de personas y el incendio de propiedades, todo ello causado por la incursión en territorio oficialmente israelí por parte de varios grupos armados palestinos. Tal equiparación se basaría en que, al igual que Hamás, el ISIS también asesinaba, secuestraba e incendiaba.
Sin embargo, tristemente, estas acciones son de lo más común en la historia de la guerra. Las han cometido Hamás y el ISIS, sí, pero también Israel tiene un gran historial (mayor en escala, de hecho, anterior y posterior en el tiempo) de asesinar civiles de todos los sexos y edades, secuestrar personas e incendiar propiedades.
Lo característico del ISIS es que fue bastante más allá de dichos actos. Su violencia sin parangón deja muy atrás incluso el ataque más brutal de Hamás. ¿Hará falta recordar que el ISIS esclavizó a miles de personas, recuperó métodos medievales de tortura y ejecución (de los latigazos a la crucifixión) e instauró un reinado del terror con violaciones masivas de poblaciones enteras y tráfico sexual de menores? Nada remotamente semejante puede encontrarse en el conflicto de Israel y Palestina, en ninguno de ambos bandos. Israel debería tener cuidado con banalizar aquellos hechos y el sufrimiento de quienes los padecieron, tal y como el propio Israel rechaza las comparaciones entre su régimen y el apartheid sudafricano o los fascismos europeos.
Podemos mencionar otros hitos inconfundibles del salvajismo del ISIS: la limpieza étnica y el genocidio, el asedio a varias provincias, las deportaciones y repoblaciones forzosas, el ataque criminal a colegios y hospitales, la destrucción intencionada del patrimonio cultural y religioso, el asesinato sistemático de periodistas y personal humanitario o el uso de armas químicas. Todos estos horrores sí podemos encontrarlos en el conflicto de Israel y Palestina, pero no precisamente por parte de Hamás ni en ninguna otra facción del bando palestino, sino cometidos en repetidas ocasiones por el estado de Israel.
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A degüello
Todo lo anterior es ignorado para volver a los hechos del 7 de octubre, argumentando una supuesta semejanza entre los crímenes de Hamás e ISIS que los diferenciaría definitivamente de los crímenes de Israel. Por un lado, los salvajes medios utilizados (Hamás e ISIS matarían con machetes y a bocajarro con fusiles, mientras que Israel mataría con tecnologías más sofisticadas). Por otro lado, las bárbaras técnicas empleadas (Hamás e ISIS recurrirían a decapitaciones y mutilaciones, mientras que Israel causaría miles de cabezas y miembros amputados de manera más aséptica y profesional mediante misiles dirigidos a distancia).
En el mejor de los casos, este argumento buscaría establecer una diferencia moral en lo que es una mera distancia tecnológica. Es una variación de la “banalidad del mal” del funcionario nazi Adolf Eichmann:
«exterminar personas apretando un botón desde un despacho sería más ‘civilizado’ que hacerlo cara a cara; gasear (o rociar masivamente de fósforo blanco) sería menos bárbaro que la acción física de degollar»,
funcionario nazi Adolf Eichmann
Y decimos “en el mejor de los casos”, porque el argumento ni siquiera es válido. Por un lado, está el hecho refutatorio de que el ISIS se caracterizó por un innovador uso criminal de nuevas tecnologías, como son los drones (una industria en la que destaca Israel). Recordar al ISIS como meros rebana-pescuezos desvirtúa ciertas características específicas que tuvo el Estado Islámico: del acceso a arsenales nacionales a la amplitud de sus capacidades económicas (todo ello lejano a Hamás). Por otro lado, pese a las terribles decapitaciones ocurridas el 7 de octubre, lo cierto es que la posición histórica y oficial de Hamás es abiertamente contraria a este tipo de mutilaciones, por considerarlas anti-islámicas. De hecho, Hamás no reivindica ningún acto semejante que haya tenido lugar el 7 de octubre, achacándolos a acciones perpetradas por otros grupos e individuos armados que habrían actuado por su cuenta.
Ni siquiera Al Qaeda reivindica ni promueve ya este tipo de crímenes, a los que sí rec
urrió en un principio, pues se dieron cuenta de que espantaban a los propios musulmanes, cuya religión presta gran importancia a la dignidad de los muertos. Solamente el ISIS ha tenido una directiva consistente a favor de las amputaciones y decapitaciones, que practicó ampliamente a partir de 2014. Comparar aquella política planificada y sistemática durante años con sucesos no reivindicados y aislados durante el 7 de octubre (por muy abyectos y condenables que son), devalúa lo que significó el ISIS y su recurso a cortar cabezas como método preferente y herramienta de propaganda política.
Hamás llegó a censurar por ello al ISIS en reiteradas ocasiones: desde el caso del civil estadounidense Nicholas Berg hasta los cristianos egipcios degollados en Libia en 2015. Por aquel entonces se emitió desde el entorno de Hamás una “condena a estos actos realizados por un grupo [el ISIS] que falsamente dice formar parte de la religión de la compasión, mientras que sus acciones les vinculan más bien con la escuela del Pentágono de ocupación, torturas y aberraciones practicadas en prisiones”. Ahora es el Pentágono y Occidente quien pretende maximizar la narrativa del 7 de octubre mediante fraudes mediáticos como el supuesto hallazgo de cuarenta bebés degollados, o la decapitación de la alemana Shani Louk que el presidente Isaac Herzog afirmó en medios germanos (y posteriormente desmintió).
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LA COMUNICACIÓN AUDIOVISUAL
También se intenta poner el acento en otra supuesta semejanza: parte de los eventos del 7 de octubre habrían sido grabados por combatientes de Hamás para su posterior difusión. Ello supondría una imitación de un rasgo clásico del ISIS: el uso del audiovisual para exhibir sus crímenes como acto de propaganda del terror. De nuevo, una argumentación insostenible. El ISIS realizó grandes inversiones en un aparato de comunicación (“Al-Hayat Media Center”) incomparable con cualquier iniciativa de Hamás, cuyas técnicas de emisión no son especialmente disruptivas, limitándose a medios habituales y algún canal de Telegram.
Mientras que el ISIS grababa con múltiples enfoques y con todo lujo de detalles los crímenes más horribles, desde despieces humanos en un matadero hasta incineraciones de presos enjaulados, las grabaciones realizadas por Hamás el 7 de octubre están hechas con rudimentarias cámaras corporales o móviles personales que recogen sobre todo escenas de combate convencional que Hamás apenas ha tenido interés en difundir. Las imágenes compartidas por Hamás se reducen a victorias militares de sus brigadas Ezedin al Qasam, buscando la épica clásica y no el elemento escabroso o el terror contra civiles que procuraba el ISIS.
Hoy sabemos que los horribles hechos del 7 de octubre fueron algo más que una matanza indiscriminada de civiles “estilo ISIS”: hubo también objetivos tácticos, se asaltaron frontalmente bases militares y comisarías policiales y se produjeron durísimos enfrentamientos directos contra fuerzas de seguridad israelíes (que suponen al menos un tercio de las bajas totales de ese día). Lo que conocemos por las imágenes del ISIS es diferente: siempre prefirió la violencia gratuita que la estratégica, durante años evitó la confrontación militar abierta y se limitó a tomar bases desguarnecidas y franjas de territorio desértico, conquistar zonas desoladas por guerras previas, atacar a minorías sin ejército regular (como asirios o kurdos) y matar militares desarmados (como los 1700 iraquíes que huían de Tikrit en 2014).
La brutalidad documental del ISIS se había inspirado, a su vez, en la antes mencionada “escuela del Pentágono”, es decir, en la multitud de imágenes que circularon durante la previa década a lo largo y ancho del mundo musulmán: torturas en la cárcel de Abu Ghraib, helicópteros Apache tiroteando civiles iraquíes, tropas estadounidenses orinando en cadáveres talibanes, fotos-trofeo de miembros amputados que los soldados americanos se llevaron a casa, el vídeo del asalto al domicilio familiar de Osama bin Laden, etc.
El ISIS importó también técnicas de comunicación occidentales del videoclip y el videojuego, con formatos que iban desde el meme al texto PDF, en lenguas inglesa y francesa y alemana. El objetivo prioritario de las producciones del ISIS era Occidente: por un lado se buscaba despertar la ira de Europa y Estados Unidos, por otro lado reclutar a los más violentos de entre los inmigrantes de segunda y tercera generación afincados en nuestros países. La estrategia comunicativa de Hamás, por el contrario, es la típica de la región árabe y va dirigida casi exclusivamente a la población palestina.
Podríamos decir que el principal interesado de difundir en Occidente imágenes de la violencia cometida por Hamás el 7 de octubre es el propio Israel, que incluso ha realizado un montaje cinematográfico que exhibe insistentemente en embajadas y proyecciones ante periodistas afines. Ello se debe a que Israel, al igual que el ISIS, tiene un mensaje especialmente dirigido a Occidente.
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LA VERDAD DETRÁS DE LA CAMPAÑA
La campaña “Hamás es ISIS” busca activar los temores sembrados en el inconsciente colectivo de Occidente durante años por la propaganda estadounidense de la “guerra contra el terror” (“War On Terror”), que ya nos llevó a apoyar guerras basadas en mentiras tanto en Afganistán como en Irak. Igual que EEUU se ha presentado como el defensor de Europa (siendo en realidad su rival), Israel se presenta ahora como el escudo de la “civilización judeocristiana” contra el yihadismo. Y eso, siendo un país que discrimina sistemáticamente a la minoría árabe-cristiana y que combate a los regímenes que realmente han protegido del yihadismo a los cristianos (antaño Egipto o Irak, hoy Siria o Irán).
Hay un punto clave que demuestra hasta qué punto la campaña “Hamás = ISIS” está preparada por Israel para el consumo exterior en general y occidental en particular. ¡Israel nunca participó en ninguna coalición de países en guerra contra ISIS! El ISIS escandalizó a medio mundo, pero nunca fue motivo de especial preocupación para Israel.
Como consecuencia de los diferentes enfoques que hemos tratado en la primera sección, los grupos como el ISIS no tenían como prioridad liberar Palestina, sino combatir a las propias fuerzas palestinas y a todas las organizaciones islámicas que no se plegaran a sus delirantes visiones. Ello era cómodo para Israel, que apenas sufrió por parte de las filiales del ISIS escasos ataques con cohetería casera y la acción de un par de “lobos solitarios”. El desinterés por la causa anti-sionista no impidió al ISIS participar en violencia antisemita en Occidente (como los ataques contra judíos en el Museo de Bruselas en 2014 o el supermercado de París en 2015). Y esto, por terrible que sea escribirlo, también era cómodo para Israel, que aprovechó para dirigirse a los judíos europeos invitándoles a emigrar a Israel en busca de mayor seguridad (un llamamiento que indignó al entonces presidente francés François Hollande).
Y, sobre todo, Israel aspiraba a llevarse relativamente bien con una serie de países musulmanes sunníes que le hacen frente al Irán chií. Entre estos países, liderados por Arabia Saudí, el ISIS no estaba del todo mal visto, gracias a su labor anti-chiíta en Irak y Siria. El ISIS llegó a financiarse, en parte, gracias a cuantiosas donaciones privadas que en su mayoría provenían de estos países del Golfo (desde Kuwait hasta Emiratos Árabes Unidos). Sabemos (por correos electrónicos filtrados de John Podesta, entonces Consejero de la Casa Blanca) que países como Arabia Saudí y Qatar proporcionaron al ISIS apoyo financiero y logístico. También desde el 2013 Turquía permitió el paso de decenas de miles de combatientes internacionales que acudían a alistarse junto al ISIS, mientras que desde 2014 el ISIS contó con recursos sanitarios, financieros y tecnológicos adquiridos en Turquía.
Todos estos países que favorecieron al ISIS, ¿qué tenían en común? Israel dirá que comparten su cercanía con Hamás, abundando en la comparación que nos ocupa en este texto. Y es cierto que existen vínculos de Hamás con Turquía, Qatar y otros países del Golfo, pero no por ninguna cercanía entre Hamás e ISIS, sino por la cercanía de dichos países y de Hamás con las redes de los Hermanos Musulmanes. Sin embargo, el rasgo geopolítico más característico de estos países que beneficiaron al ISIS es… su relación estable con Israel (un país vetado en la mayor parte del mundo musulmán).
Pero, volviendo a la guerra contra el ISIS: incluso cuando aquellos países decidieron que el ISIS había cruzado todas las líneas rojas y decidieron intervenir militarmente en su contra, Israel se mantuvo al margen. Apenas existieron ataques mutuos entre Israel y el ISIS, a pesar de que las filiales del primero operaban bajo las narices del segundo (en el Sinaí en Egipto, en los Altos del Golán en Siria, en los territorios palestinos ¡e incluso reclutando simpatizantes entre la minoría árabe en Israel!). A esta extraña situación se suma la confesión del Jefe del Estado Mayor del Ejército israelí Gadi Eisenkot:
Israel armó a los rebeldes sirios de los que provino el ISIS. Por estos, y otros motivos, son varios los analistas de Oriente y Occidente que sospecharon de un vínculo más estrecho entre Israel y el ISIS. Quizás algo semejante a la cooperación clandestina que hubo entre la CIA estadounidense y los talibanes entre 1979 y 1992.
Que Israel participase directamente en el crecimiento del ISIS es actualmente indemostrable, pero es indudable que sí participó indirectamente. Tanto el ISIS como el resto de sus “parientes” del “yihadismo global” se han hecho fuertes allí donde Israel, EEUU y Occidente han librado guerras, ocupado territorios y desestabilizado regímenes. Lo cual nos lleva al último punto.
Hay un verdadero parecido entre Hamás y el ISIS. Es el siguiente: tal y como el ISIS surgió de las heridas abiertas por el bloque occidental, también Hamás ha sido creado por Israel. Como mínimo, indirectamente. Las declaraciones al respecto son abundantes: “Hamás, muy a mi pesar, es creación de Israel” (Avner Cohen, responsable de asuntos religiosos hasta 1994). “A través de los años, uno de los principales contribuyentes al fortalecimiento de Hamás ha sido Netanyahu” (Yuval Diskin, jefe del servicio de seguridad Shin-Bet hasta 2011).
Si la coincidencia estratégica de Israel con el ISIS se basó en su enemistad común contra un proyecto chií liderado por Irán, la coincidencia estratégica de Israel con Hamás se basó en su enemistad común contra un proyecto palestino liderado por Fatah. Esta otra gran facción palestina, Fatah, era acusada de tibia y corrupta por Hamás, llegando a librase una pequeña guerra entre ambos partidos en 2007. El resultado fue confinar a Fatah en Cisjordania y a Hamás en Gaza. Todo según el plan de Netanyahu, que alimentaba esa división con la esperanza de frustrar así para siempre la creación de un único estado palestino. Con tal propósito hacía Israel la vista gorda con el flujo de dinero qatarí que entraba en Gaza para financiar a Hamás.
Pero en los últimos años Hamás y Fatah han enterrado el hacha de guerra para acercar posiciones y enfrentarse conjuntamente a Israel. Y eso convierte a Hamás en un activo obsoleto para el sionismo. Igual que Al Qaeda o el ISIS se convirtieron en descartables “juguetes rotos” tras la guerra afgano-soviética y tras los principales acontecimientos de la guerra civil siria.
Este evidentísimo parecido entre Hamás y el ISIS es, curiosamente, el único que Israel no menciona. Probablemente porque desacreditaría la afirmación sionista de que Israel vaya a protegernos de los monstruos que él mismo crea.
NOTA del editor en Pressenza: Todas las imágenes de este artículo corresponden al sitio fotospublicas.com y son meramente ambientales en el presente artículo, por lo que no guardan necesariamente una relación con el contexto en el que fueron publicadas en el sitio original.