Justo antes de que Chile viva su segundo plebiscito ratificatorio sobre la Constitución, conversamos con Efren Osorio, Secretario General del partido Acción Humanista. Efren nos recibe en su oficina y sonríe cuando le mencionamos lo acertado que han sido sus análisis políticos y electorales, incluyendo la última elección de convencionales de mayo pasado, cuando proyectó con gran precisión el triunfo arrollador de la ultraderecha y que las coaliciones de gobierno no alcanzarían el quorum mínimo de 21 consejeros, “me he transformado en el agorero de las derrotas”, responde con humor.   Efren ha sido un persistente constructor de arraigos (lo que hoy se denomina como «territorios»), con sello humanista y siloísta. Lo ha hecho en comunas como San Bernardo y últimamente se ha dedicado apoyar procesos similares en que nuevas generaciones de humanistas intentan replicar experiencias parecidas en otros puntos geográficos. Y ese es uno de sus temas centrales: la importancia del trabajo territorial para las fuerzas de izquierdas y progresistas.

¿Cómo ves la elección del domingo a la luz del actual contexto latinoamericano, el avance conservador y la elección de Milei en Argentina?

Tenemos que recordar que la izquierda y el progresismo chileno vienen de dos derrotas electorales muy fuertes, muy grandes, que pusieron un freno a todo el proceso de transformaciones que se venía desarrollando después del desborde social de octubre del 2019, y lo peor es que estas derrotas no fueron con la derecha tradicional sino con la ultraderecha. Si a eso le sumamos el contexto latinoamericano, donde Milei acaba de triunfar abrumadoramente, va mostrando una tendencia latinoamericana y también mundial. Tenemos el avance de la ultraderecha en Italia, en España, Trump que sigue avanzando con mucha fuerza en USA, Bukele en El Salvador, Turquía, entonces es un contexto complejo a nivel mundial que a mi juicio proviene de dos grandes crisis, la crisis del neoliberalismo y la crisis de la socialdemocracia. Y ese vacío que dejan estas dos crisis y que las izquierdas no fueron capaces de ocupar ha dado la oportunidad para la irrupción de la ultraderecha. Ahí hay mucha evaluación y autocrítica que hacer. A mí no me gusta cuando se le echa la culpa de las derrotas a la prensa de derecha, sabemos que la prensa derecha siempre va a mentir, y por tanto es un dato de la causa. El punto es cómo las izquierdas y los progresismos logramos superar tales mentiras y logramos generar confianza en los sectores populares, cómo logramos recuperar la credibilidad, y ahí hay que plantearse en términos de qué pasa con las urgencias sociales y si el discurso y el accionar de los gobiernos y partidos de izquierda están sintonizadas con tales urgencias, qué pasa en algunos partidos de izquierda que aparecen  vinculados a la corrupción, lo que  ha sido muy nocivo  para los proyectos transformadores. Entonces, los sectores populares y la clases medias precarizadas están a la espera de soluciones concretas a sus urgencias cotidianas y las izquierdas no hemos sido capaces de darlas.

Ahora bien, nosotros esperamos que este domingo el “En contra” triunfe, rechazando la propuesta de constitución que redactó la ultraderecha acá en Chile, que es nefasta, peor que la que hizo Pinochet. Pero el resultado es bien incierto, pues durante los últimos días los ataques han sido feroces, en una verdadera operación de lawfare, la fiscalía activó un caso de corrupción donde aparecen lamentables vinculaciones de un importante partido de gobierno y la prensa hegemónica se ha dado un verdadero festín con la noticia.   De aprobarse este texto constitucional ultraconservador será una derrota por knock out en contra de los sectores democráticos de Chile, mucho peor que el triunfo de Milei en Argentina. Por otro lado, un eventual triunfo del  “En Contra” rechazando la propuesta constitucional, sería una derrota para la derecha y la ultraderecha  pero no necesariamente un triunfo de la izquierda, solo sería un pequeño respiro, ni siquiera un alto en el recodo del río, ni siquiera alcanza para eso, será solo un pequeño respiro dentro de un tsunami que nos envuelve y que nos permitiría por unos instantes sacar la boca para respirar, entonces debemos aprovechar esta transitoria bocanada de aire para reconstituirnos y recuperar fuerza, pero sería un nuevo error pensar que un buen resultado en el plebiscito constituye un triunfo para las fuerzas democráticas.

En esta autocrítica ¿podemos decir que la izquierda fracasó en sus intentos?

Sí, hay un fracaso y hay que reconocerlo. La única posibilidad de enmendar rumbo es asumir los fracasos. Y yo creo que fracasó la izquierda política y también la izquierda social. Fracasamos, hablaría en primera persona plural, y fracasamos porque, a mi juicio, el diagnóstico que hicimos del desborde social de octubre del 2019 y a la luz de lo que ha pasado después, estuvo equivocado. Nos equivocamos y pensamos que ese malestar, esa bronca que se expresó de manera tan fuerte en las calles, en gran parte de manera no violenta, pensamos que esa bronca era la expresión de un momento cercano a un momento pre revolucionario, una crítica y una superación del modelo neoliberal. Pero en realidad la gente estaba cansada de los abusos y privilegios de unos pocos, pero no necesariamente del modelo. Este modelo ha permeado hasta el sustrato cultural de nuestro pueblo y hay que asumirlo, para desde ahí empezar a recambiar ese sustrato. Evidencia de esto hay mucha, por ejemplo, la defensa de los colegios subvencionados por los sectores populares y las clases medias precarizadas. En el tema de las pensiones, penetró muy fuerte  la campaña de la derecha  “con mi platita no!!” como defensa de la cotización individual por sobre un sistema previsional de reparto solidario. En fin, creo que las izquierdas, sociales y políticas, tenemos que asumir el fracaso y desde ahí empezar la reconstrucción de un proyecto de izquierda popular. Y ese fracaso está relacionado con la gran desconexión que hay entre las izquierdas y los sectores populares. Los sectores populares están abandonados, no estamos arraigados, ningún partido ni siquiera los llamados movimientos sociales tienen un carácter realmente popular. Antiguamente, en todos los barrios populares  te encontrabas con sedes, células o bases de los partidos de izquierda y una capilla con un cura obrero predicando . Y ahora vemos que en los sectores populares, no existen los partidos de izquierda, pero encontramos al pastor evangélico, muchas veces vinculado al discurso de la ultraderecha, también encontramos al narco que da cierta “protección” y los matinales de tv que manipulan entrando al dormitorio de los sectores populares. Pero la izquierda y los progresismos no estamos, no somos parte del mundo popular, y cuando hay alcaldes y/o concejales de izquierda entonces encontramos un trabajo más bien clientelar, alejado de un proyecto de empoderamiento territorial. Y ahí hay una autocrítica que hay que hacerse con mucha fuerza. Creo que hay un problema y es que las izquierdas y los progresismos nos hemos transformados en una izquierda sin pueblo y una izquierda sin pueblo está condenada a fracasar.

Efrén, para nuestros lectores latinoamericano, ¿cómo se explica que Chile, en apenas cuatro años, haya pasado de posibilidades de cambios profundos a estar discutiendo una constitución peor que la de Pinochet?.

La única forma de responderlo es volviendo a octubre de 2019, tal como lo decía anteriormente, hay un mal diagnóstico, las izquierdas y los progresismos, pensamos que la gente quería un cambio de raíz del modelo y en realidad solo estaba cansada de los abusos y los privilegios. Dicho en clave “orteguiana”, la gran bronca que se expresó fue en contra de los abusos pero no en contra de los usos del modelo neoliberal.  Y esa confusión o mal diagnóstico llevó a una cierta embriaguez en algunos sectores políticos y sociales, una embriaguez con el estallido, algunos pensaban que estaban en Chiapas  y ya se creían el subcomandante Marcos. Si bien es cierto la mayoría del movimiento fue un movimiento no violento, hubo también excesos y una suerte de romantización de la violencia, saqueos no solo de las grandes cadenas de supermercados sino de pequeños negocios que traumaron a mucha gente, no solo de clase media sino también de los sectores populares. Saqueos que muchas veces fueron inducidos o tolerados por las fuerzas policiales pues sabían muy bien que eso iba a espantar a mucha gente. Entonces, a mi juicio hubo un mal diagnóstico y una cierta embriaguez por el desborde social, ese octubre del 2019 fue muy potente, muy fuerte, pero le atribuimos un sello ideológico, que a la luz de lo que ha pasado después, estaba equivocado.

Acción Humanista es parte del gobierno del presidente Boric. Después del plebiscito de este domingo, ¿seguirán apoyando al gobierno del presidente Boric? ¿por qué?

En este contexto de avance de la ultraderecha creemos que un eventual fracaso del actual gobierno sería la puerta de entrada de la ultraderecha. Para graficarlo de mejor forma: para la segunda vuelta presidencial del año 2000, entre Lagos o Lavín, nosotros fuimos activistas del voto nulo pues entendíamos que ambos exponentes eran parte de una democracia, limitada, restringida, liberal o burguesa si quieres llamarla de otro modo, pero finalmente parte de una democracia. Pero en el caso de la ultraderecha, no tiene absolutamente ningún sello democrático, por el contrario, ellos usan la democracia para llegar al poder y no soltarlo más. Entonces vamos a seguir apoyando este gobierno, pero creo que se hace  imperativo elevar el volumen de la voz humanista.  Hay ciertas situaciones que se vuelven intolerables: Los olvidos con la agenda medioambiental o la deuda estudiantil, por mencionar un par. Hay temas que eran estratégicos, que por distintas razones, justificadas o no, han quedado postergados y este gobierno tiene que ser capaz de salir con mucha fuerza dando las señales claritas en esa dirección, remarcando que si no se avanza es producto de la derecha, pero tiene que notarse con claridad  la voluntad de avanzar y ahí es donde ha faltado, a mi juicio, mayor complicidad con el mundo social. Gran parte del accionar del gobierno se dedica al pirquineo de votos en el parlamento. Un parlamento donde somos minoría y la única forma de cambiar tal correlación de fuerzas es por presión popular, a veces pareciera que al gobierno le importara más el titular de El Mercurio que la opinión de la gente que nos apoyó. Por otro lado, revisar la política comunicacional del gobierno, pues no se ha sido capaz de mostrar lo que se ha hecho, que es bastante. Seguiremos en este gobierno, pero creo que los humanistas tenemos que empezar a hablar más fuerte, no por la chimuchina chica o la tontera de un cargo más o un cargo menos, sino por los temas que le duelen a la gente.

Se ve un panorama muy complejo, ¿cómo se evita la llegada de la ultraderecha?

Nuestra mirada es que el freno a la ultraderecha tiene que darse con mucha convergencia de las izquierdas y los sectores progresistas. Pero esa unidad, esa convergencia tiene que ser en torno a transformaciones profundas que modifiquen la vida cotidiana de la gente. Es decir, que la gente pueda llegar a fin de mes, que la gente pueda educar a sus hijos de buena manera, que la gente pueda cuidar a sus padres, y que cada trabajador sepa que trabajando honradamente va a tener una jubilación más o menos digna. Son cuatro cosas aparentemente simples, pero que en términos de políticas públicas son muy complejas. Pero si la gente nos ve comprometidos y trabajando en esa dirección y no en componendas con la derecha o vinculados a la corrupción, podremos avanzar, de otro modo la verdad es que es muy difícil. Entonces el desafío para nosotros como coalición de izquierda y gobierno, es cómo nos ganamos el corazón de la gente y cómo recuperamos la esperanza. La disputa tiene que ver justamente con esa esperanza que la gente ha ido perdiendo y hay que asumirla. Esa esperanza estuvo con este gobierno y al poco andar, por distintos errores, esa esperanza se frustró. Y no hay nada peor que un pueblo frustrado, entonces tenemos que hacer la autocrítica con sinceridad y mostrar con claridad nuestra vocación de transformaciones. Y eso no tiene que ver con decir aquello que a la elite le guste, tiene que ver con el real compromiso con las necesidades más urgentes de la gente. Las izquierdas se ven en disputas pequeñas y ridículas en el parlamento, muy alejada de los arraigos territoriales. Entonces los sectores populares no nos ven como aliados, no nos ven como herramientas de cambio, nos ven muy alejados porque nos ven discutiendo en términos políticos y no en el arraigo. La gente tiene que ver que hay un compromiso sincero y profundo con superar sus dificultades cotidianas. En resumen, las izquierdas necesitan más arraigos y menos parlamento. Como decía nuestra ex diputada Laura Rodríguez: “De espalda al parlamento y de cara a la gente”.

A propósito de la frustración de la que habla, sabemos que pegadito con la frustración viene el resentimiento. ¿Tú crees que es posible salir, que todavía no entramos en la fase de resentimiento del pueblo? Y si estamos en la fase de resentimiento, ¿será posible salir con señales como tú mencionas?

Creo que estamos en una fase muy cercana, si es que ya no estamos en tal fase. Uno va a los sectores populares y hay mucha rabia, hay una bronca fuerte. Los humanistas decimos que cuando cometes un error tienes que repararlo doblemente. Y yo creo que este gobierno y todos nosotros hemos cometido errores y hay que repararlos doblemente. Y eso significa, uno, que los sectores políticos de izquierda, los partidos políticos, recobremos el arraigo. Volvamos a trabajar en ese trabajo anónimo, humilde y sentido, que no sale en las cámaras de televisión, pero que es tremendamente importante para reconstruir el tejido social. Esa frase tan antigua que hasta parece un cliché, pero que tiene una tremenda profundidad. Segundo, tenemos que ser capaces de mostrar una meta y un objetivo para el corto plazo. No podemos estar ofreciendo solo sueños a largo plazo, también tenemos que mostrar cuestiones muy concretas en el corto y mediano plazo. Y tercero, recién después de lo anterior, tenemos que ser capaces, lo dice incluso García Linera en Bolivia, de disputar la esperanza, tenemos que salir a disputar el futuro. Los humanistas sabemos que cuando el futuro se cierra, cuando no hay futuro, la violencia emerge con mucha fuerza. Entonces, mientras no seamos capaces de abrir futuro, de que las personas sepan que trabajando honradamente van a poder educar a sus hijos y van a poder vivir su vejez tranquilo, mientras no seamos capaces de garantizar eso, vamos a tener a un pueblo buscando mesías por uno y otro lado, pues la gente está tan desesperada que está buscando soluciones al ahora y no al pasado mañana.

Por último, Efren, para Acción Humanista como organización política, ¿cuáles son sus principales desafíos en el ciclo electoral que viene?

Nosotros tenemos que legalizarnos en 6 o 7 regiones de modo de enfrentar las municipales de buena forma y elegir alcaldes, concejales y posteriormente parlamentarios. Un eventual triunfo en el plebiscito, será apenas una bocanada de aire dentro de una ola que nos sigue arrastrando todavía y  nos puede volver a sumergir. Si esta bocanada de aire la tomamos bien y la llevamos a la profundidad de nuestros corazones, podemos pensar en un futuro distinto. Pero no podemos caer en la embriaguez del triunfo, o de que acá no hemos cometido errores y que toda la culpa la tienen por un lado los partidos políticos o los movimientos sociales o los medios de comunicación de derecha. El fracaso es de todos, pero no se trata de un fracaso culposo, tampoco de un fracaso que nos lleve a pasarnos factura entre unos y otros. El fracaso, en el sentido humanista, es liberador e inspirador pues nos permite romper con ese macabro bucle sinfín de la “repetición”, del eterno retorno de Nietzsche, abandonar a ese Sísifo condenado eternamente por los dioses a subir la roca a la cima de la montaña, para luego caer y así volver a subir  una y otra vez. No es el mejor momento para Chile, Latinoamérica o la Humanidad, es un momento muy crítico, donde se comienzan a cuestionar avances civilizatorios que llevaron décadas y siglos de luchas, donde la vida de todas las especies vivientes está amenazada por el cambio climático, donde incluso las nuevas  guerras ya no respetan ni siquiera las reglas de las antiguas guerras y nos horrorizan, donde las bandas criminales capturan ciudades e incluso países completos y mientras más se enseñorea la violencia, más necesario se hace el humanismo. Al mundo le hace falta humanismo, y desde esa profunda y sincera necesidad, que va mucho más allá de la pequeña política, los humanistas debemos buscar la inspiración para llevar adelante nuestro accionar político.