Donde algunos sienten que la democracia va en caída libre y otros el sufrimiento de un pueblo sin destino, yo veo cómo se expresa la reserva moral del país, hoy representada por héroes anónimos y por quienes silenciosamente desde las instituciones públicas, minadas por la corrupción, sacan adelante al país en los momentos más aciagos.

El Equipo de Fiscales contra la Corrupción en el Poder (EFICOP), liderados por la Fiscal Marita Barreto, y el equipo especial de la Policía Nacional del Perú (PNP) llevaron a cabo el 26 de noviembre un impecable megaoperativo que denominaron Valkiria 5, que puso bajo arresto a los tres asesores directos de la Fiscal de la Nación Patricia Benavides. La hipótesis fiscal que dio base a este operativo es que la hoy Ex Fiscal de la Nación lideraba una organización criminal orientada a perpetuarse en el poder, caso que denominaron “La Fiscal y su cúpula de poder” y que devino en su suspensión por seis meses y en procedimiento sumario por parte de la Junta Nacional de Justicia.

Estos hechos, que parecieran ser la punta del iceberg de un complejo entramado de corrupción enquistado en el Congreso de la República y demás poderes del Estado, han dado lugar a interpretaciones de los hechos diametralmente opuestas por parte de los líderes de opinión, analistas y partidos políticos. Aquí desarrollo mi punto de vista desde la orilla del humanismo universalista.

Opiniones encontradas

En general los artículos de los politólogos interpretan la caída de la Fiscal de la Nación Patricia Benavides como una señal más de que el país se sigue hundiendo en una crisis recurrente y cada vez más profunda y sin salida. Así explican los acontecimientos que devinieron desde la detención de Jaime Villanueva, mano derecha de la hoy ex Fiscal de la nación.

Quienes forman parte de la cúpula gobernante afirman que el operativo Valkiria resulta ser un atentado contra la democracia y de quienes tuvieron las agallas de recuperarla del gobierno del expresidente Pedro Castillo. Destacan el rol que cumplió Patricia Benavides en su calidad de Fiscal de la Nación frente a dicho gobierno. Benavides llegó a presentar una denuncia constitucional ante el Congreso de la República en contra del expresidente que acumula 3 investigaciones por corrupción y le abrió 51 carpetas fiscales. Algunos líderes de opinión inclusive llegan a afirmar que con la caída de la Fiscal de la Nación Patricia Benavides hoy “los demócratas” tendrían sus días contados en libertad, argumentando que quienes “acaban de tomar” el Ministerio Público irían en contra ellos como lo hicieron con la defenestrada Patricia Benavides.

Por su parte, otros politólogos perciben que el país se debate en una crisis sin fin y que el caos reinante del “sálvese quien pueda” refleja la disfuncionalidad de sus instituciones, como lo demuestran los escandalosos actos de copamiento del poder por parte del Congreso de la República y la ex Fiscal de la Nación; o el caso de la liberación del expresidente Alberto Fujimori, condenado por crímenes de lesa humanidad, por parte del Tribunal Constitucional y el Ejecutivo, en un hecho que desacata una Resolución de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Cabe recordar que dicho Tribunal fue elegido por la mayoría congresal.

Así, afirman que el Perú ahora pareciera haberse convertido en un paria internacional. En ese mismo sentido Gonzalo Banda en su artículo “Sufre peruano sufre”, escrito para el diario español El País, afirma que el pueblo peruano habría caído en un fracaso colectivo más. Sin embargo, lo que habría que rescatar de todo aquello es que justamente el fracaso es lo que nos empodera y no el sufrimiento, porque es desde el fracaso que vuelve a surgir la esperanza, aquella terca insistencia en que construir un mundo mejor es posible.

Lo que anima: la esperanza en medio de la crisis

Desde mi punto de vista, lo que estamos viendo es que la esperanza nuevamente se abre paso en medio del desorden. El Perú es un pueblo que parece rumiar en silencio su descontento y que sostiene tercamente la reserva moral de una cultura que solo en aciagas circunstancias salta a la escena pública de la manera menos esperada. Lo vimos en la marcha de los 4 Suyos, con la recuperación de la democracia y la caída de Fujimori tras el escándalo de los Vladivideos; en la marcha de los pulpines, exigiendo mejores condiciones de trabajo juveniles; en las elecciones generales, donde el pueblo peruano apostó mayoritariamente por encontrar expresiones políticas que lo representen, como fue en su momento la elección del expresidente Castillo, en donde se pudo vislumbrar una alianza tácita entre los colectivos urbanos “No a Keiko” con las mayorías regionales que pugnaban por expresarse políticamente.

Hoy entre estos héroes anónimos, que desde sus “trincheras” vienen trabajando por un país democrático y sin corrupción, se encuentran aquellos ciudadanos de a pie que masivamente rechazaron el gobierno de la presidenta Dina Boluarte por percibir lo que denominaron traición en su decisión de mantenerse en el poder luego de la caída del gobierno de Pedro Castillo, con movilizaciones en defensa de la democracia que duraron más de tres meses y que tuvieron un lamentable saldo de 47 personas asesinadas por proyectil de armas de fuego.

También los pueblos indígenas, que a pesar de poner en riesgo sus vidas continúan tercamente cuidando sus bosques; según refiere la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP) del 2013 a la fecha los pueblos indígenas habrían perdido 32 defensores ambientales en la lucha contra el narcotráfico, el tráfico de tierras, la tala y la minería ilegales, el último de ellos el Apu Quinto Inuma, asesinado el 29 de noviembre. O los colectivos ciudadanos urbanos, que desde las redes sociales y movilizaciones se resisten a aceptar la corrupción como un estado natural de las cosas. Es muy necesario mencionar también al periodismo independiente, que se sostiene gracias a quienes apuestan por estas opciones para mantenerse bien informados, y lo hacen frente al monopolio de la prensa oficial.

Y hoy asistimos a un nuevo capítulo en esta larga historia de los ciudadanos que, desde la función pública bien entendida, hacen silenciosamente su trabajo de servicio al bien común.

Allí tenemos ahora la reserva moral del país, que una vez más me devuelve la esperanza de que es posible ir construyendo un futuro más luminoso para el país.