Por Juan Gómez

Mundo sin guerras y sin violencia Chile

La sentencia anterior pareciera de una total obviedad en una democracia como en la mayoría de los países del denominado mundo libre. El ciudadano emite su voto para elegir a quien mejor representa sus ideas, ya sea para congresista, alcalde o presidente, muchas veces (pero no siempre) con un programa que el candidato promete cumplir cuando esté en el Gobierno, en el Congreso o la Alcaldía.

Una vez que son electos, las promesas de campaña se cumplen muy parcialmente, ya que existe una oposición que normalmente entraba todos los proyectos de ley que se tramitan para el cumplimiento de dicho programa. Comienza así la eterna lucha por el poder, de la cual los representados están totalmente ausentes y para nada representados. Luego intervienen los cabilderos profesionales que le agregan otro pelo a la sopa “comprando” o “coimisionando” a los representantes parlamentarios perdiendo así su libertad de decidir en conciencia, lo que ya había ocurrido con las “ordenes” o posiciones de partido.

De todo lo anterior surgen decisiones y leyes, o enmiendas de ellas que no tienen absolutamente nada que ver con el sentir de la población representada. Eso sucede en todo el mundo para desgracia del pobre pueblo que vota con toda fe y esperanza en que su representante va a hacer valer sus derechos. Nada más alejado de la realidad, la cocina en donde se cuece esta sopa está a un nivel inalcanzable para nadie. ¿Es esto verdadera democracia, entendida como etimológicamente significa gobierno del pueblo? No existe ni referéndum revocatorio ni plebiscitos ciudadanos que amparen a una ciudadanía que permanece al margen de las discusiones y las decisiones.

Y estos representantes de pacotilla son los que siempre se las arreglan para tomar las decisiones, de espaldas a la ciudadanía. Es lo que ocurrió con el proceso constitucional en Chile. Lograron convencer al electorado de votar rechazo a un proyecto que el 80 % había votado porque fuera hecho con una Convención Constitucional formada sólo con ciudadanos extraparlamentarios, por lo que se haría una totalmente nueva con personas expertas electas popularmente. Lo que finalmente ocurrió fue que luego de ganar el rechazo, se llegó finalmente a un acuerdo partisano que generó un consejo constitucional constituido esencialmente por parlamentarios. Además, se nomino una comisión de expertos elegidos también por parlamentarios para que elaborara un anteproyecto con bases constitucionales previamente acordadas, y con una comisión de admisibilidad que votara la viabilidad del proyecto constitucional, en relación a dichas bases constitucionales. O sea, exactamente lo contrario de lo que la ciudadanía quería en primera instancia. Dicho en términos simples, los partidos políticos y los parlamentarios ursurparon el proceso constitucional al pueblo, quien quedó en la práctica excluido de dicho proceso, a no ser que junte 10.000 firmas para un proyecto que puede o no ser incluido en la Constitución, ya que dichas propuestas no son legalmente vinculantes.

Y esto no solamente ocurre en Chile, sino en todo el mundo, por una razón muy simple. Los políticos son los que tienen más acceso a los medios de comunicación, y los empresarios, por otro lado, son los dueños de dichos medios, por lo tanto, para ellos es muy fácil convencer a la ciudadanía de cualquier acuerdo que los políticos tomen en base a sus negociaciones, o también en base al cabildeo que hacen los empresarios de acuerdo sus intereses particulares

Así, fácilmente se comprende porque lo que el pueblo quiere rara vez forma parte de las políticas públicas nacionales o internacionales, ya que tiene que formar parte de los intereses de los empresarios que cabildean a los políticos. Así, por ejemplo, todo el mundo quiere vivir en paz, no en guerra, pero la paz no forma parte de los intereses del empresariado fabricante de armas, que es muy poderoso, y no le conviene la paz. Porque es precisamente el temor, la inseguridad, la desconfianza, la enemistad entre los pueblos lo que promueve la venta de sus productos, por lo tanto, la paz es difícil que sea un objetivo político, sobre todo de los países productores de armas.

Cultivar el miedo y la inseguridad es una tarea muy fácil. La humanidad a través de toda su historia se ha movido en función del miedo. El miedo ha creado la desconfianza, y ésta la inseguridad y la necesidad de defenderse. Por eso las sociedades humanas se han armado, por el temor de que lo invadan, que le roben, que les quiten sus territorios marinos o terrestres.

A nivel individual, si examinamos bien detenidamente, nos daremos cuenta de que la ambición por el poder, por el dinero, la codicia y sobre todo la avaricia, tienen su origen en el miedo. El temor a no tener suficiente, a no ser considerado, a no calificar en un determinado estrato socio económico por no poseer los bienes que esa clase social admirada posee, todo eso infunde temor y por lo tanto ambición, y en casos más extremos, codicia. El hecho de no tener suficiente poder, y con ello sentirse apocado, lo llena de insatisfacción, y para sobreponerse a ese estrés, se estimula la ambición por poseer poder, como un bien que, si no se posee, produce sufrimiento, así como como todas las carencias de bienes y reconocimientos.

Si este temor lo extrapolamos al nivel estadual, se comprenderá que ese temor colectivo hace generar en los círculos gubernamentales, la necesidad de generar políticas de relaciones internacionales fundadas en la inseguridad y la desconfianza, y en tener un sistema de defensa basado en fuerzas armadas potentes con armamento de alta gama que demuestre que cualquier agresión será repelida con fuerza.

Si alguna vez a través de su historia ciertos pueblos han invadido a otros ha sido por el temor de que sus recursos naturales escaseen, y que los de su vecino se ven más abundantes, el pueblo se ve impulsado a tratar de arrebatarle esos recursos. Sin embargo, hubo algunos seres que se creyeron de una naturaleza superior, absolutamente egoicos, casi de naturaleza divina, y que lograron arrastrar a pueblos enteros a aventuras de conquista, de colonización, que ya no tenían que ver con una necesidad de recursos, sino de satisfacer un ego malvado. Este ego fue muchas veces alimentado por las religiones quienes hicieron creer a la población que ellos eran investidos por Dios en esa condición, lo que estimulaba aún más su ego, que más que divino era satánico, y que lo impulsaba a construir palacios, castillos, y catedrales gigantescas y suntuosas, para la gloria de Dios y como acción de gracias en su honor. Todo de la mano del clero, la otra clase privilegiada, consagrada por Dios. No importa que en esta gesta heroica tuvieran que morir miles de soldados y población civil. Esta realidad sigue vigente hoy como lo vemos en las altas esferas del poderío mundial como el Club Bilderberg, el grupo de países G7, la OTAN, y del instrumentalizado Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.

Una vez que los pueblos comenzaron a planificar guerras ya no pudieron parar nunca más, porque provocaron las revanchas de otros pueblos, que a su vez los hicieron tener que defenderse de su ataque. Luego un contrataque y una nueva disputa, una nueva contienda para definir quien se queda con más territorios y así no perder poder e influencias, lo cual forma parte de la esfera del miedo. Y así el ser humano ha construido su vida en base a miedos y ambiciones, que lo han forzado a permanecer en guerras sin fin, de las que no quieren ni pueden deshacerse.

La guerra que antaño comenzara como una forma de generar nuevos recursos, o defender los territorios propios o colonizados, ha comenzado desde los tiempos de la Guerra Fría, a constituirse en un negocio en si misma a través de la venta de armas cada vez más caras y sofisticadas a los países en conflicto. Siempre se está fraguando alguna guerra, algún conflicto, con la idea de generar una suerte de inseguridad entre los países, la inmensa mayoría sin situaciones de conflicto. Pero el hipotético temor a ser invadidos, atacados por sus vecinos, los hace comprar armas caras y sofisticadas a los países productores, los mismos que son impulsores y promotores del clima de inseguridad, como herramienta de marketing para la venta de sus nefastos productos. Esta industria y los recursos que genera ha pasado a ser parte del presupuesto de esas naciones, que tiende a ser mayor en la medida en que la venta de armas y municiones crezca.

Se ha desafiado a Rusia para invadir a Ucrania, luego a Israel a apoderarse de la Franja de Gaza, y probablemente luego de Cisjordania, y luego como una maquinación diabólica, a impulsar a China a intentar anexar a Taiwán definitivamente, para intentar debilitar y socavar el poderío chino con otra guerra larga y costosa, y así el complejo militar industrial norteamericano seguir vendiendo armas a Taiwán (ya lo está haciendo de hace mucho con Ucrania e Israel). La paz no es negocio para ellos por eso no la buscan, sino por el contrario, buscan perpetuar las guerras para su beneficio. Por eso olvídense de lograr la paz con los productores de armas, que son los que dominan el mundo. Lo peligroso es que ellos aunque parecen darse cuenta de la peligrosidad de toda esta promoción de las guerras, dado el poderío nuclear de los beligerantes, no retroceden y parecen dispuestos a ir al sacrificio de sus propias vidas en el intento de salvar sus mezquinos intereses.

Por todo lo anterior, el pueblo consciente se ha tenido que agrupar en ONGs y Alianzas, para tratar de detener, hasta ahora infructuosamente, esta carrera desenfrenada hacia el abismo. Se han establecido Tratados y Convenciones al alero de Naciones Unidas, sin que esto haya disuadido en absoluto a los guerreristas a vender armas prohibidas a países en donde se violan los derechos humanos, la cosa es seguir con el negocio sin importar las vidas humanas, la destrucción del medio ambiente, la seguridad de sus pueblos, su salud, vivienda y alimentación. Están corriendo como caballos desbocados, ciegos y sordos hacia el precipicio, arrastrando a toda la humanidad con ellos.

Sin embargo, volamos en alas de un pájaro llamado Intento, y tenemos que seguir adelante con nuestra tarea no violenta de detener esta locura formando Alianzas y Coaliciones por la Paz hasta generar una masa crítica que sí se haga oír, y detener el influjo satánico que parece haberse apoderado de esas mentes febriles.

Sin duda, hay que comenzar a hacer lo que no se hizo durante siglos, lo que no se hizo jamás en la historia de la humanidad, que es construir y fortalecer las confianzas entre todos los países del mundo, de cambiar el paradigma de la competencia por el poder y los recursos naturales, de los nacionalismos egoicos, por la colaboración y la cooperación mutua entre todas la naciones, por superar los antagonismos raciales, religiosos y políticos y construir una Gran Nación Humana Universal en la que la unión y la tolerancia de todas las culturas predomine por sobre todas las diferencias y se logre un multilateralismo de verdaderas Naciones Unidas trabajando por un mejor destino común para todas los pueblos de la tierra.

Estamos en la encrucijada final de nuestra civilización humana, y tenemos la oportunidad histórica de ir hacia un futuro maravilloso para la especie humana. Todo depende de cada uno de nosotros.