¡Qué difícil me resulta separar a Miguel de toda su parentela! Hablar de él, es hablar de su familia, de su entorno cercano, de lazos que trascienden todos los tiempos y dificultades.
Cultor de amistades, me atrevería a decir eternas, era alguien que marcaba hondo a quiénes lo trataban y querían.
Pero para mí, que conocí primero a sus viejos, a su hermano menor Hernán y a él lo traté muchísimo tiempo después, se me hace muy difícil disociarlo de toda esa bondad y buena onda que transmitía su familia.
Dely y Tope, los padres de hijos viajeros, trashumantes, aventureros. Los recuerdo siempre sonrientes, dispuestos a dar una mano, cariñosos conmigo, que era un nene que se sentía cuidado por esos abrazos, por las risas y por alguna cosita dulce.
Cuidado también por Hernán y Mariana, en alguna excursión al mar cerca de Barcelona, siendo todavía niño. Y seguramente también cobijado por las redes humanistas construidas por Miguel y Susana cuando me fui a vivir a Barcelona allá por 1996.
Porque Miguel y su compañera eterna, Susana, eran grandes tejedores. Armadores de cofradías y complicidades. Una palabra permanente: militancia. Derechos Humanos, respeto a las diversidades, ayuda a los migrantes, rechazo de la violencia en todas sus formas, humanismo. Y en cada frente de batalla, ahí estaban ellos.
A veces en primera fila, a veces cubriendo la retaguardia, con esa capacidad de desdoblamiento que era uno de sus grandes atributos. Hacer sin necesidad de colgarse las medallas. ¡Qué lindo tipo era Miguel!
El mes pasado hablé con él en el Parque La Reja, su lugar en el mundo desde hace unos cuantos años. Lo complicado que estaba todo en términos políticos, económicos, ideológicos y recuerdo su fortaleza para seguir apostando al optimismo, “vamos a salir de esta” o algo parecido me decía. Yo, un tanto más escéptico le cuestionaba que a veces esa esperanza obturaba un pensamiento crítico que nos permitiera desentrañar con mayor claridad y exactitud el diagnóstico para ser más asertivos en las decisiones a tomar.
Reflexionamos juntos, alcanzando, claro, un punto intermedio donde pudiéramos abrazarnos y sentir que el otro estaba ahí, para uno y para el conjunto.
Ese fue el registro cuando me despedí con un “nos vemos en un rato”…
El 23 de septiembre, Pedro nos contaba que Miguel estaba en el hospital, que su estado era muy delicado, aunque en buenas manos. Hoy, recibo un escueto mensaje que me avisa que la interesante conversa con el amigo Miguel, quedará suspendida por un tiempo más.
Pero la infinidad de actos lanzados por este hombre nos conectan y nos seguirán conectando.
Un abrazo gigante para Susana, Hernán, Pedro, Xavier, Mercè, François y tantos más que sé que deben estar pasando por un duro momento. Ellos saben mejor que yo, que Miguel está en todos lados.