por Magdalena León T.*

El largo camino de la paridad de género, herramienta clave para superar desigualdades de las mujeres en la política, va mostrando frutos de manera cada vez más notoria, con proyecciones en distintos terrenos. Los procesos electorales en curso en la región muestran ya un panorama menos excluyente e injusto en términos de balance de género. Es un avance que no se agota en la representación, sino que se asocia a la concreción de derechos y transformaciones pendientes para la sociedad como un todo.

En este ambiente se anuncian las candidaturas de dos mujeres, que parten como posibles finalistas, para las próximas elecciones en México, hecho significativo que despierta singular interés en la región. Si bien en las realidades de nuestros países hay raíces y rasgos compartidos -entre ellos estructuras de poder de corte patriarcal-, estos se configuran y viven en el complejo entramado económico, social y cultural que define nuestras historias particulares. Así, para acercarse a la realidad de un país no caben las generalidades, tampoco solo los fríos datos.

Un grupo de integrantes de la Red Latinoamericana Mujeres Transformando la Economía sostuvimos diálogo con la colega Lídice Ramos, quien desde Monterrey, pero con un recorrido intelectual y político fundido con las causas feministas y transformadoras en Nuestra América, nos ofreció un panorama semejante a un mural. Pudimos apreciar, junto a los datos de hoy, hechos que conectan experiencias, tiempos, territorios, de distintas escalas; que muestran lo cotidiano y lo transcendental, las tendencias y las diferencias.

Pudimos así entrever un camino que enlaza las reivindicaciones más nuevas con las experiencias de hace décadas, que en ocasiones han sido condición de posibilidad para lo que ahora aparece como logro. Un país que ha podido retomar la senda de sus etapas transformadoras, reencontrarse con procesos y temas que sufrieron larga pausa o bloqueo por el neoliberalismo, cuyos estragos determinan, de momento, alcances más acotados para los cambios.  Un modelo cuya hegemonía global prevalece, lo que supone rearmar condiciones para transformaciones de fondo.

En el balance aparecen elementos como la redistribución, la recuperación de lo público, la protección del mercado nacional, la afirmación de soberanía. Está la dinamización de la economía popular, de la economía comunitaria en el sur del país, aún con los dilemas en torno al crecimiento en esos contextos. Se ve el reto y los esfuerzos para desmercantilizar los servicios de cuidados, asumidos como estratégicos. Surge el ejemplo de centros comunitarios diseñados en clave de cumplimiento de utopías, en los cuales géneros y generaciones se articulan y se apoyan mutuamente frente a los desafíos de la vida cotidiana, al tiempo que construyen otros horizontes culturales en lo local.

Logramos intuir realidades de maestras y maestros involucrados en una reforma educativa crucial, disruptiva e histórica a la vez, a la par de la mejora de sus condiciones laborales. Las de economistas feministas que le apuestan a una experiencia ‘micro’ pero que disputa en un terreno crucial como es el sistema financiero. Diversas líneas de economía solidaria, de mercados locales que buscan cerrarle el paso al control corporativo, ávido por captar la liquidez que fluye gracias a las políticas de redistribución.

Relucen experiencias lideradas por mujeres jóvenes, que ya ‘se atreven’ a intentar esquemas igualitarios de acción y gestión desde otras certezas, desde otros soportes. Así también, la revalorización e integración de saberes ancestrales en los sistemas de educación y salud.

¿Cuán profundos pueden ser estos cambios? Ahora que hemos conmemorado los 50 años del golpe al proyecto de la Unidad Popular en Chile, resuena la lección histórica de que los gobiernos de cambio movilizan y estimulan la fuerza social llamada a ser el centro de las transformaciones. Precisamente esa ‘masa crítica’ necesaria para el cambio de modelo, que se anotó en el diálogo como aún débil y frágil. Con límites y contradicciones, esta etapa de la IV Transformación ha logrado desatar esas fuerzas.

El ‘método del mural’ de nuestro diálogo se revela como necesario para la comprensión de una agenda feminista transformadora, que no se circunscribe sectorialmente a los temas considerados de mujeres o género (en general asociados con lo social y cultural), sino que recorre todas las problemáticas y ámbitos de un país. Está particularmente vinculada con todo aquello que tiene que ver con la reproducción ampliada de la vida, tanto en términos prácticos e inmediatos como en los que suponen subvertir el orden para desplazar a la reproducción del capital como eje de la economía.

Vemos que continuar este proceso y profundizarlo es lo que está en juego en el nuevo período con una primera presidenta. Ahora que al fin ser mujer parece ser un mérito y no una desventaja en términos electorales, y que las causas feministas juegan en positivo al punto que se procura capturarlas, conviene diferenciar los alineamientos de ocasión de los compromisos auténticos, tanto en el nivel de las candidatas como de sus entornos. Así, nos queda claro que Claudia Sheinbaum está llamada a ser una presidenta feminista que México y América Latina no pueden ya esperar.

 

Economista ecuatoriana. Integrante del GT ‘Feminismos, resistencias y emancipación’ de CLACSO