Crónica desde la comunidad indígena Puente Quemado 2, que exige la devolución de territorios y que se retire la multinacional Arauco. «El monocultivo de pinos es una tragedia y vamos a luchar para recuperar el monte», afirma el cacique Mbya. En pleno siglo XXI, no cuentan con agua ni electricidad. La complicidad del Gobierno, la vulneración de derechos y el extractivismo.
La construcción es de madera, de unos diez metros de largo por unos siete de ancho. Color blanco y celeste ya desgastados. Es la escuela de la comunidad Mbya Guaraní Puente Quemado 2, a 150 kilómetros de la capital de Misiones. Techo de chapa, un pizarrón verde muy pequeño y media docena de mesas. Todo muy humilde. Y, en pleno siglo XXI, no cuenta con agua potable ni energía eléctrica , pero —eso sí— dice presente un mástil prolijo y alto para que flameen las banderas de Argentina y de Misiones. Como un mal chiste del poder: que no falte el emblema patrio a pesar del mar de necesidades y violación de derechos.
Es viernes a la mañana. Atrás quedaron cinco días de lluvia. Salió el sol y hace «frío» para el clima misionero, unos 15 grados. El punto de partida es Aristóbulo del Valle. La camioneta zigzaguea mientras esquiva charcos de agua y una variedad de pozos que pueden hacer despistar. El «Vasco» Baigorri, comunicador del Equipo Misiones de Pastoral Aborigen (Emipa) y con larga trayectoria con comunidades indígenas, pisa el acelerador, quizá va más rápido de lo conveniente, pero tiene a su favor que conoce los caminos misioneros.
En el andar se deja ver el monte nativo, chacras e, impactante, el monocultivo de árboles de las empresas forestales. Parecen un ejército: verdes, prolijos y en fila. También sorprende el silencio del desierto verde: no se escuchan pájaros en esos árboles, reflejo del monocultivo y de la falta de biodiversidad y casi ausencia de vida.
El vehículo avanza por el camino de tierra —la ruta provincial 220— y, kilómetros adelante, aparece la selva nativa, la variedad de verdes en árboles, arbustos y palmeras que no dejan de sorprender. Y todo contrasta más con la tierra colorada y el cielo azul impoluto. Hasta que, en un repentino cruce de caminos, giro a la derecha y se observan decenas de hectáreas arrasadas, árboles cortados al ras y tierra yerma, como si una bomba nuclear hubiera caído. No hubo explosión: fue la «cosecha» de los árboles con destino a aserraderos y plantas de celulosa. Las máquinas forestales arrasan con todo. Solo dejan en pie a las pindó, un tipo de palmera. Cintia Gimenez, de Emipa, explica que el dicho popular advierte que —de talar una pindó— el hombre perderá la virilidad.
El paisaje se repetirá a lo largo de una hora. Por momentos hay monte nativo. Durante muchos otros kilómetros se impone el monocultivos de pinos.
Luego de más de una hora de andar sorprende un cementerio de pinos quemados, aún en pie, que son la antesala de la comunidad Mbya Guaraní Puente Quemado 2, que enfrenta a la forestal Arauco, la mayor propietaria de tierras de Misiones con 230.000 hectáreas.
La forestal Arauco en territorio Mbya Guaraní
La comunidad Puente Quemado 2 habita desde generaciones 657 hectáreas, donde viven 46 personas, desde niños hasta ancianos. Cuenta con el relevamiento territorial de la Ley Nacional 26.160 desde 2014, pero ningún nivel estatal (municipal, provincial ni nacional) cumple la legislación para reconocer el territorio indígena y, mucho menos, lo hace el Poder Judicial, principal responsable de hacer cumplir las leyes. La multinacional Arauco avanzó sobre 331 hectáreas y empresarios locales, entre ellos Roberto Ruff, sobre otras 300 hectáreas.
Al ingresar a la comunidad, recibe la escuela, el patio de tierra colorada, unos árboles frondosos y, a unos veinte metros, comienzan las casas, construidas con madera, chapa y plásticos negros.
Santiago Ramos, de 36 años, es el mburuvicha (cacique) de la comunidad. Recibe con el saludo tradicional: levanta levemente las manos, muestra las palmas y dice «aguyjevéte» (palabra de bienvenida con un significado muy espiritual, es un saludo sagrado que representa el respeto hacia el otro). Invita a sentarse a la sombra de un árbol y solicita esperar a que lleguen otros integrantes de la comunidad. Dos horas después, cuando ya están presentes otros tres mbya (y otros tantos pasaron a saludar), comienza la entrevista formal. Repasa el estado de situación: no se cumple la educación bilingüe-Intercultural, no cuentan con agua ni electricidad, no pueden hacer uso de los bienes naturales, padecen los agrotóxicos de las empresas forestales y, sobre todo, no pueden utilizar el territorio que les pertenece. En definitiva, casi ninguno de los derechos de la Constitución Nacional se cumplen. Pero la bandera argentina, izada por la maestra al llegar, sigue flameando.
«Energía eléctrica y agua es algo básico, aunque sea para la escuela. Es para los chicos, para seguir estudiando y también para poder ayudar a los abuelos y abuelas. Es un sueño que tenemos», explica el cacique. Y también señala cuál es la traba para eso: la empresa Arauco exige un acuerdo (donde la comunidad ceda la tierra) y, luego de eso, promete que hará un pozo de agua y hará llegar la luz. El gobierno provincial (ahora a cargo de Oscar Herrera Ahuad, pero siempre controlado por Carlos Rovira) mira para otro lado. La Dirección de Asuntos Guaraníes, el Ministerio de Ecología y el Instituto Misiones del Agua miran para otro lado.
Advierte que en el tema vivienda «no hay tanta preocupación». Percibe la sorpresa ante la respuesta. Y se explaya: «Sabemos que no tenemos techo como muchas personas de afuera quieren, sabemos que vivimos precarios, pero a la vez vivimos bien digamos, no sufrimos nada de enfermedad y, bueno, no hubo tormentas fuertes, tenemos nuestra espiritualidad».
«Hemos pedido el agua en la Cámara de Diputados y al Gobierno. Pero nos dicen que harán eso cuando se delimite la tierra para que Arauco pueda seguir sembrando pinos», denuncia. Tierra Viva le pregunta cuánta tierra quiere la empresa. Ramos precisa: «Quieren toda la tierra. Dicen que es de ellos. Con el abuelo (cacique anterior) habían ofrecido que nos quede solo cinco hectáreas. Ahora nos ofrecieron veinte metros más allá de las casas. Si solo tenemos eso, vamos a morir».
El fuego que reinició la lucha
En el verano de 2022 la zona de Garuhapé fue una de localidades afectadas por los incendios. La comunidad Mbya estuvo rodeada, literalmente, de fuego. Incluso se incendiaron dos de sus viviendas y los mayores (abuelos y abuelas) tuvieron que refugiarse en un arroyo cercano. Recuerdan que, durante días, padecieron el humo que los asfixiaba, llamas de más de treinta metros de altura y el miedo a pérdidas humanas.
Ya conocían el accionar del monocultivo forestal, pero los incendios fueron el punto de quiebre. En asamblea, decidieron que no iban permitir más la entrada de empresas y muchos menos dejarlas sembrar nuevamente.
Se pueden ver los miles de troncos quemados de pie. Son más de 300 hectáreas. Arauco insiste en ingresar, cortar lo incendiado y volver con nuevos pinos.
Los Mbya se apoyan en el Convenio 169 de la OIT sobre Pueblos Indígenas, tratado de derechos humanos que en Argentina tiene rango supralegal, por encima de las leyes locales.
«No sabíamos qué hacer ante tanto fuego. Algunos abuelos agarraron sus bolsitos y querían irse, pero no había dónde. Era todo muy triste. Se quemó nuestro poco monte que teníamos. Y ahí perdimos nuestras medicinas. Sufrimos mucho. Algunos anduvimos con baldecitos… como si pudiéramos hacer algo ante tantas llamas», relata el cacique.
También recuerda que uno de los niños casi queda encerrado por el fuego, que los bomberos tardaron en llegar y, sobre todo, que fueron testigos en lo rápido que las llamas crecían y avanzaban sobre cada metro de la comunidad. Los pinos, especie foránea, propagan el fuego mucho más que los árboles autóctonos. Las llamas arrasaron cientos de hectáreas.
«Fueron días sin dormir. Con miedo. Con mucho humo que no dejaba respirar. Recién nos quedamos más tranquilos a los veinte días, porque llovió y ya apagó todo. Pero ahí vino la inundación. Y el agua ahora sube hasta lugares donde antes no llegaba», resalta.
Las comunidades campesinas e indígenas lo dijeron antes que nadie. Cuando se arrasa el monte nativo, el suelo se impermeabiliza, el agua ya no penetra y, con la lluvia, sobreviene la inundación.
«La empresa es responsable. Antes de los pinos acá no había ni venenos, ni fuego ni inundaciones. Es por los pinos todo este sufrimiento. Por eso decidimos, luego del incendio, que no queremos más pinos, no queremos más sufrimiento», afirma el mburuvicha y detalla: «Nos hizo reflexionar que tenemos que luchar por nuestro derecho territorial, que la empresa no entre más porque el monocultivo de pinos es una tragedia y vamos a luchar para recuperar el monte».
La forestal Arauco
Arauco es una multinacional forestal que opera en treinta países. En Misiones controla más de 230.000 hectáreas, el diez por ciento de la provincia. Ninguna empresa ni persona física de Argentina concentra tanta tierra en una sola provincia. Y acumula denuncias de campesinos y pueblos originarios por usurpación de tierras, contaminación y vulneración de derechos. «La comunidad ya existía desde mucho antes que la empresa. Pero un día llegaron y se apropiaron de todo. Y nosotros no teníamos capacidad para enfrentarlos», señala el cacique Ramos.
Ya es mediodía, hora de almuerzo. Alcanzan un guiso de arroz con pollo que las mujeres cocinaron en grandes ollas a fuego de leña. Todos comemos debajo del árbol. Se apaga el grabador y la charla deriva en fútbol, la visita que hizo el cacique a la ciudad de Buenos Aires (lo abrumó el ruido y tanta gente) y el calor que comienza a sentirse.
En la sobremesa, se retoma la entrevista. Santiago Ramos resume: «Nosotros estamos en nuestro territorio, y ellos no nos quieren respetar, nos presionan y amenazan para que los dejemos plantar, pero eso no va a pasar. Tenemos derechos y nos tienen que respetar».
Relata que Arauco les ofreció «un pedacito» de tierra para sembrar maíz y mandioca.
—¿Cuánta tierra les ofreció?
—Dos hectáreas para toda la comunidad.
—¿Y ellos cuántas se quedarían?
—Casi todo.
—La empresa dice que quiere tener buena relación con ustedes.
—La única buena relación de la empresa es con quien no reclama. Porque la empresa hace lo que quiere en todos lados. Se lleva bien con los mburuvicha (caciques) que no reclaman. Esa es la «buena relación» que quiere la empresa.
Territorio Mbya y futuro
Los Mbya Guaraní muestran sobre la mesa el mapa del relevamiento territorial que establece la Ley 26.160. Se trata de 657 hectáreas. Y dejan claro que es muy simple: «Nosotros vivimos así, dentro del monte, porque pertenecemos a la naturaleza. Es nuestro derecho el andar en el monte y seguir manteniendo nuestra costumbre y educación. Los ‘jurua’ (blancos) tienen que entenderlo y respetarlo. La empresa y el Gobierno tiene que entenderlo y respetarlo».
Aclara que no están contra el gobierno provincial ni nacional. Solo quieren el territorio relevado. Se ríe al recordar que alguna vez un funcionario provincial los tildó de «invasores» de su propio territorio. Y más se sonrió cuando Arauco les dijo que las hectáreas sin pinos eran «improductivas».
«No entienden lo importante que es el monte, todo el alimento y remedio que brinda. El monte es vida. Y si no fuera por los pueblos indígenas, ya estaría exterminado todo el monte nativo», afirma.
Las sillas se van corriendo en busca de sombra. Aunque siempre están presentes, el resto de los Mbya no habla. Asienten, sonríen y le dicen alguna palabra en guaraní al cacique.
«Nuestro sueño es lograr el título de propiedad comunitaria para que podamos estar en tranquilidad, que nadie nos moleste, poder trabajar libremente, sin que nadie amenace. Lo que sí estamos seguros que no vamos a dejar de pelear, vamos a sacar los pinos y vamos a sembrar nuestra comida», advierte.
Aclara que esta época es ideal para mandioca, maíz y batata. Y afirma que ya están listos para cultivar, incluso cortando los pinos quemados.
El cacique dice unas palabras en guaraní ante la ronda de diez personas. Mira a los otros Mbya y le responden en gesto de aprobación. Con una sonrisa, extiende la mano para saludar, cerrar la entrevista e invitar a recorrer el territorio y conocer el arroyo (a unos 200 metros) que fue refugio ante el incendio. Los niños juegan fútbol con una pelota un poco desinflada. Mientras la bandera argentina, muy prolija, no deja de flamear en territorio Mbya Guaraní.