En 1971, un 11 de julio, vio la luz el acuerdo que redactó la resolución política transversal, después de varios años de deliberación y que atravesó dos gobiernos de distinto signo, dando inicio a la histórica nacionalización del cobre y la creación, casi simultánea, de la empresa estatal CODELCO.
Eran años en que la política buscaba modelos de Estado que pudieran dar respuestas a las necesidades de evolución en los distintos campos; pero, más allá de las distintas visiones y de los bandos, se tenía claridad en que cualquiera fuera el modelo que se impusiese, este requería de fuertes ingresos para financiar la política pública de los programas de gobierno, sustentados en un Estado potente.
En esa época, aún las empresas extranjeras y nacionales, estaban en manos específicas de magnates independientes, y las luchas hegemónicas se daban entre distintos Estados Nacionales, que adscribían a modelos ideológicos también en pugna en el seno de las poblaciones en el planeta.
En ese contexto, y hoy lo sabemos, EEUU defendió los intereses anglosajones afectados por tal resolución soberana chilena, promoviendo, complotando y financiando la asonada golpista que derrocó al presidente Salvador Allende.
En medio siglo el mundo cambió. Los Estados nacionales han perdido su poder, a la par del desprestigio público de la dirigencia política en toda latitud. El poder derivó en estas décadas en manos de un entramado poder financiero especulativo, de un paraestado internacional que desde las sombras fue tejiendo su poder económico, desde el cual avanza hacia el control de toda actividad humana, incluida la política, que hoy apenas sobrevive como una caricatura de los liderazgos del siglo pasado.
Hoy el Estado chileno apenas controla la extracción del 30% de la minería del cobre nacionalizada en 1971, y esta pérdida del 70% aún no les resulta suficiente a las empresas multinacionales (que ya no son como antaño y que responden al nuevo orden mundial) y siguen presionando para que CODELCO privatice su operación futura (Chile tiene el 21% de las reservas mundiales de este metal); mientras ellas mantienen toda su operación minera tributando al país cifras irrisorias a vista y paciencia de sus títeres, tanto en los cargos de gobierno como los “representantes del pueblo” en el parlamento.
A medio siglo, en que se previó que después del salitre y el carbón, el cobre sería el sueldo de Chile, se intuyó la importancia futura de este metal conductor eléctrico, que resulta clave en las nuevas tecnologías limpias. Así lo
comentó el texto de CODELCO – en la celebración del día del cobre chileno- : “La crisis climática requiere de una rápida transición hacia fuentes de energía limpias. Placas solares fotovoltaicas, autos eléctricos y turbinas eólicas son todas tecnologías de uso intensivo de cobre”, ejemplificando que una central convencional requiere alrededor de 1 tonelada de cobre para producir 1 MW de electricidad, mientras que la eólica necesita 3-5 ton/MW para construir las turbinas. “Y mientras un automóvil convencional de combustión interna usa hasta 23 kilos de cobre, un vehículo eléctrico con baterías utiliza 83 kilos de cobre; es decir, cuadruplican sus requerimientos de este mineral” (otra historia similar se puede contar con el LITIO nacional).
Hace 50 años mataron al presidente chileno, bombardearon La Moneda y sostuvieron a un grupo de civiles y militares dispuestos a imponer un prototipo neoliberal a sangre y fuego, escarmentando a la política chilena que jamás levantaran la cabeza. Este es el único “Nunca Más” real que existe en Chile. La élite política abandonó su dignidad y le dió la espalda a su pueblo, afirmando que no existe posibilidad alguna que se recupere para todas, todos y todes el fruto de las riquezas de la patria. También nos aconseja (¿amenaza?) que debemos ser realistas y que no se vuelva a exigir en las calles DIGNIDAD.
Pero, las necesidades de la gente se manifiestan en un clamor por una revolución social que cambie drásticamente las condiciones de vida del pueblo, una revolución política que modifique la estructura del poder. Una revolución social que pase por la toma del poder político para realizar las transformaciones del caso, pero obviamente que tal toma de poder no sea un objetivo en sí.
Una revolución noviolenta que implique la apropiación de la banca privada, de tal manera que ésta cumpla con prestar su servicio sin percibir a cambio intereses que, de por sí, son usurarios. Una revolución noviolenta que
implique que en la empresa la gestión y decisión sean compartidas por el trabajo y el capital. Por tanto, la ganancia deba invertirse, diversificarse o utilizarse en la creación de nuevas fuentes de trabajo. Una revolución noviolenta que implique educación y salud gratuita para todas, todos y todes, porque en definitiva, esos son los dos valores máximos de la revolución que se requiere y ellos deberán reemplazar el paradigma de la sociedad actual dado por la riqueza y el poder.
¡Hasta que la dignidad se haga costumbre!
Redacción colaborativa de M. Angélica Alvear Montecinos; Sandra Arriola Oporto; Ricardo Lisboa Henríquez; Guillermo Garcés Parada y César Anguita Sanhueza. Comisión de Opinión Pública