Aceptar la nueva realidad global pasa por reconocer la creciente desaparición de las barreras culturales e incluso barreras físicas. Activistas como Ernesto Maleno abanderan y trabajan en España con el concepto de transculturalidad para fomentar la integración tras la frontera.

Ernesto Maleno es un politólogo, comunicador y activista español-marroquí que destaca por su trabajo en diferentes áreas de los derechos humanos. Empezó en la frontera española-marroquí junto a la organización Caminando Fronteras, y continúa con su empeño de humanizar un proceso desgarrador y mortífero. En los últimos dos años ha colaborado también con Save The Children defendiendo los derechos de la infancia en movimiento. Actualmente, Ernesto está ligado al Instituto Andaluz de la Juventud en la integración de jóvenes con el foco puesto en la tranculturalidad y espiritualidad.

Pressenza: Durante muchos años trabajaste junto al colectivo Caminando Fronteras con ánimo de humanizar una realidad desgarradora que se cobra la vida de miles de personas cada año. Hoy tu trabajo está más ligado a la integración de jóvenes, con el foco puesto en la transculturalidad y espiritualidad. ¿Podrías, primero de todo, definirnos qué es la transculturalidad?

Ernesto Maleno: La transculturalidad es la realidad a la que estamos llamados en estos tiempos. Esta es una época histórica de globalización, con sus cosas negativas, pero también sus elementos positivos. Estamos ante la posibilidad de que las distancias se acorten, de que se desafíen las fronteras. Vemos a personas de un lado y otro emparejarse. La transculturalidad es una identidad donde todos y todas podemos reconocernos y donde también hay mucha virtud para resolver ciertos problemas históricos que hemos ido arrastrando. Problemas que precisamente representan una visión estanca, de bandos y trincheras, donde nadie puede habitar grises.

PZ: ¿Qué elementos aprendidos en la frontera has podido aplicar en tu trabajo hoy, más enfocado en una integración, como decíamos, transcultural?

EM: La frontera te abre a esa dimensión cruda de lo que nuestra vida puede ser, de lo que ocurre en el mundo y no queremos ver, la violencia de manera muy clara. En ese destino que es la frontera se puede ver juventud en países que no son los países de sus padres, o incluso donde ellos nacieron, pero sí donde plantan una semilla que echa raíces y posteriormente germina. En general, todos los lugares pueden ser origen o destino. No hay un punto más civilizado que otro.

Si nos fijamos en la realidad española, ya hay muchas generaciones de jóvenes de padres que inmigraron. Estos están remodelando totalmente la identidad española. Una identidad que ya en el siglo XX se nos negó a muchos españoles con la dictadura, que dijo cómo ser un español y una manera única de serlo.

Ahora nos enfrentamos a un desafío más, ya no solo un Estado plurinacional, sino un Estado transcultural.

PZ: ¿De qué manera las fronteras, especialmente la española-marroquí que representa una de las más cruentas, niegan que todos y todas compartimos una serie de rasgos culturales comunes que van más allá del aspecto físico?

EM: Cuando te pones a “rascar” un poco en la cronología de la realidad fronteriza te das cuenta de que, aunque nos pensamos que esto es algo eterno, que el mundo siempre ha estado configurado de esta manera, es algo relativamente nuevo. Hasta el año 2003 Marruecos no tenía extranjería. Europa ha alentado incluso la extranjería de países africanos entre sí. El estado marroquí ha extranjerizado a las poblaciones subsaharianas que antiguamente se movían de manera libre por estas rutas.

Darnos cuenta de que no tiene por qué ser una realidad eterna, que no es un dogma absoluto. La realidad global en la que vivimos hoy en día parece ser que solamente interesa para determinados productos, servicios, para determinada mercantilización. Lo mismo se aplica al privilegio de los pasaportes, unos que son buenos y otros que no. ¿Cómo se tiene que sentir un niño de la medina de Tánger cuando ve a turistas constantemente recorriendo sus calles mientras vislumbra esos 14km a los que queda España, lugar al que no puede ir? Es el hecho de no poder ir ni aun teniendo la necesidad de comer, de vivir, de darle un futuro mejor a sus padres.

PZ: Tu experiencia recoge muchos de los derechos humanos fundamentales. Me da la sensación de que, para muchos, y me incluyo, a veces se percibe como imposible abarcar todo. ¿Crees que es de verdad posible actuar de manera efectiva en todas las causas sociales que necesitan de acción reivindicativa?

EM: Por un lado, hay que hacerlo todo, y por otro no hay que frustrarse con lo que parece que queda sin hacer, con un mundo que parece inabarcable, imposible de cambiar. Nos tenemos que comprometer a fondo con una justicia social bien entendida y a la vez, no comernos por dentro cuando nos damos cuenta de que nuestra acción es evidentemente pequeña.

Cada época histórica tiene sus complicaciones, y los defensores de derechos existimos. Lo he visto mucho en el activismo, muchas veces nos quedamos atrincherados y dolidos, y creo que la defensa de los Derechos Humanos debería ser algo orgánico, donde uno mismo no se ponga el peso del mundo encima.

Yo intentaría lanzar un poco ese mensaje de esperanza. Venimos a desafiar las estructuras del mundo que ya no valen, con la transculturalidad como una respuesta amorosa a tanta violencia y disgregación.