Especial para «La Tecl@ Eñe»
Sucedió en el mismo fin de semana, como un mensaje elocuente, como una metáfora de los tiempos que se van (en definitiva, esa es su lógica) y de los vientos que nos revuelven el cabello y las ideas.
Se murió la actriz, directora, dramaturga, docente y militante social Ana María Giunta. Aunque nacida en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, siempre la consideré mendocina. Será porque fuimos vecinos en nuestros años juveniles, ella en su casa de calle Salta casi Santa Fe, y yo en Santa Fe 262, donde viví desde mis cuatro años hasta finales de 1974. En los últimos tiempos, como consecuencia de la obesidad mórbida que la aquejaba, siguió su itinerario vital con las clases para formar actrices y actores dignos, como ella, su lucha contra todo tipo de discriminación, contra la violencia de género y a favor del matrimonio igualitario, una de las tantas luces inclusivas y de ampliación de derechos en esta década y la yapa.
Nos vimos por última vez hace varios años en los actos por el Día de Mendoza en la Feria del Libro de Buenos Aires. Abrazos, recuerdos y mucho humor del bueno, irónico e impiadoso que tan bien manejó siempre.
Y en el mismo fin de semana se nos murió Antonia Jesús Heredia, vieja catamarqueña querida, mamá de María Cristina Cornou y Víctor Heredia, el juglar («Gracioso mimbre», le cantó en su bellísima «Ay Catamarca»). El 22 de junio de 1976 la dictadura genocida desapareció a María Cristina, embarazada de cuatro meses, y a Claudio Nicolás Grandi, su pareja y el padre de Yamila, la hija que tuvo que criar Antonia. Buscó infructuosamente al nieto o nieta que, se supone, nació en cautiverio entre noviembre y diciembre de ese año.
Las dos partidas, la de Ana María y Antonia, envueltas en la bandera del trabajo consecuente y, sobre todo, la dignidad.
Y otra vez Entre Ríos. Gualeguaychú, esa ciudad con onomatopeya de estornudo, famosa por su sambódromo y su carnaval, sus mujeres esculturales y sus ancestros inmigratorios, fue escenario de un vaudeville de comité. La Unión Cívica Radical cometió su convención para preparar sus exequias, a manos de la manteca más rancia del menú ideológico residual. Sus dirigentes tenían opciones. Y eligieron el camino de la derecha, la rotonda más vetusta, el puente que los lleva hacia atrás. En realidad, si se mira bien, el GPS político que pusieron a consideración de los delegados chorreaba mediocridad. O iban con quien, finalmente, fueron, el empresario boquense, gerente de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri («Mi hijo es un pelotudo», sentenció Franco, su padre, en un exabrupto que hace honor a su nombre de pila y me hace pensar que nadie conoce mejor a un hijo que sus progenitores); o se subían al merchandising de Sergio Massa, pseudoperonista dizque renovador, diputado nacional ausente, exintendente de Tigre, el más seguro refugio de cuanto narcotraficante busca sombras reparadoras en Argentina, o se onanizaban en un denominado Frente Amplio, ese angosto espacio en el que cohabitan socialdemócratas oxidados, exkirchneristas criados a puro despecho y pseudozurdos de praliné, encabezados (los radicales de esta fracción, digo) por Julio Cobos, un ser humano indescifrable, un político con c, de cabotaje, aquel que fuera expulsado de su Partido «de por vida» y un año y medio después era poco menos que un rockstar de la oposición vernácula. Hoy riega las plantas de su jardín, pero jamás llegará a ser el personaje de la novela de Kosinski.
Pero no es nada nuevo. Tanto el peronismo como el radicalismo han acumulado episodios de este calibre a lo largo de su existencia. Y si me apuran, algo así se puede rescatar si repasamos el itinerario nacional desde 1810. Saavedra y Moreno, Rivadavia y San Martín, Roca y Arbolito y así siguiendo.
Del centenario partido de la clase media emergente a principios del siglo pasado hay ejemplos. Manuel Carlés y FORJA, Alvear e Yrigoyen, Balbín y Alfonsín, Sanz y Moreau.
En el peronismo, también. López Rega y Walsh, Paladino y Cooke, Chiche Duhalde y Cristina, Menem y Kirchner y paro acá para no abundar.
Por eso no creo que el radicalismo haya muerto entre los ríos de genuflexión y patetismo de la obra de género vaudeville de Entre Ríos. Lo que cruje como barca oxidada en la tempestad es la orgánica, el aparato. En síntesis, la UCR es al radicalismo lo que el PJ al peronismo. Un tumor.
Pero hubo más funciones ese fin de semana. En el Teatro Nacional Cervantes, Buenos Aires, se puso en escena, durante tres días, lo que Víctor Hugo Morales llamó, con el acierto que lo caracteriza, «un festival de las ideas». Liberadoras, agregaría yo. El Foro Internacional «Emancipación e Igualdad» reunió a muy destacados pensadores, pensadoras, gestores y gestoras, de las nuevas ramas fructíferas de ese árbol que Hugo Chávez denominó «Socialismo del siglo XXI». Desde Noam Chomsky, Leonardo Boff, Gianni Vattimo, pasando por Piedad Córdoba, Álvaro García Linera, Constanza Moreira, Ignacio Ramonet, Martina Anderson, Ricardo Forster, Horacio González, hasta los jóvenes Iñigo Errejón, Gabriela Rivadeneira, Camila Vallejo y Axel Kicillof entre otros, se propusieron pensar y debatir la teoría y la praxis del cambio de época que, como aquel otro fantasma que recorrió Europa, ahora se ha globalizado para marcar la agonía sin éxtasis de la experiencia letal del neoliberalismo. Como muestra de las moléculas de inteligencia que poblaron el escenario del teatro me animo a mencionar el planteo teórico de «Estado rebelde» a cargo de nuestro ministro de Economía. Varios panelistas comparten su formación política con la gestión. Por eso, cuando pase el tiempo, esas intervenciones servirán como explicación de, entre tantas experiencias inclusivas, los 500 estudiantes de la Universidad de Buenos Aires que viven en lo que el extraordinario Bernardo Verbitsky (sí, el papá de Horacio) llamó «villa miseria»; o los millones de compatriotas que se sumaron al régimen previsional; o los miles que, como mi hija y su familia, llegaron a su casa propia gracias al Estado rebelde; o las 1800 nuevas escuelas públicas construidas y tanto más que marcan la recuperación de las políticas públicas como factor reparador de las desigualdades económicas, sociales y culturales.
En el N° 599 de «Ñ», la revista cultural de Clarín, el primero después de lo sucedido en las funciones del Cervantes, no hay una sola mención de la presencia de estos prestigiosos pensadores y pensadoras contemporáneos. Para los lectores de Clarín no sucedió lo que sucedió.
Una buena manera de confirmar que empieza a prepararse la defunción de una manera de hacer periodismo.