Patricia Hortel, la fiscal que trabaja en la acusación por el asesinato de Rocío González en la localidad bonaerense de Saladillo, mantuvo una entrevista tras la detención del presunto femicida en la que pone el foco en la víctima. Las declaraciones generaron controversia y algunos sectores han pedido su separación del caso.
Compartimos un texto de la abogada María Mara Martín a propósito de este tema.
La fiscal de saladillo dijo verdades que conviene escuchar si queremos que haya menos femicidios.
Es más que obvio que la fiscal de la causa por el crimen de Rocío Gonzáles no debió decir lo que dijo. Parece muy oportuno que la separen de la causa. Pero es oportuno también escucharla, porque en medio de todo lo que no debió decir, dijo cosas muy valiosas. Pero es más fácil cancelarla, pedir que se quede sin trabajo, destruirla, en vez de preguntarle qué quiere decir con lo que dice.
El funcionariato y algunas corrientes feministas, han desarrollado en todo el mundo una actitud paternalista hacia las mujeres, son las nuevas y eficientes representantes del patriarcado, al considerar que las mujeres son seres incapaces de defenderse, de prever su futuro, pensar por sí mismas, incapaces de tomar las decisiones adecuadas para no estar en la escena de los crímenes. Como si las mujeres no tuviéramos nada que ver con lo que nos pasa. Y eso no es verdad.
El argumento de que al que hay que educar es al hombre y a la sociedad toda y no a la mujer, es una especie de pensamiento mágico, que quieren aplicarnos a las mujeres niñas, que no sabemos por qué nos pasa lo que nos pasa y que en vez de correr por nuestra vida se supone que tenemos que quedarnos en casa, esperando a ver si llega primero la policía o el asesino.
Para hacer análisis debemos centrarnos en los casos típicos, la mujer que es muerta por su pareja o su ex pareja, que es lo más evitable y sin embargo, es lo más numeroso. No podemos evitar los ataques de desconocidos, las violaciones en la calle, la gran cantidad de homicidios de jóvenes que sin que se imaginen esa posibilidad, son atacadas por el portero del edificio o por una patota o por un asesino suelto. Pero podemos evitar que nuestra pareja o ex pareja sea un asesino que va a terminar matándonos y de eso habló la fiscal cuando dijo que tenemos que cambiar, tenemos que reeducarnos.
En este caso, la fiscal se equivocó doblemente, porque Roció no había elegido ni decidido una relación con su victimario. Pero Hortel tenía ganas de decir algo y lo dijo en el momento menos oportuno. Por su cargo y función, tuvo la oportunidad de plantear sus apreciaciones antes, en los lugares de discusión, en la academia y los medios, y de ese modo hubiera puesto una nueva mirada sobre los femicidios, que probablemente aportara el comienzo de una nueva etapa, en la que realmente podamos hacer algo por evitarlos.
En primer lugar, tiene razón cuando dice que hay algo que las mujeres aportan (repito, no es el caso de Rocío) a las relaciones en las que luego son muertas. Es cierto que los hombres eligen a sus víctimas y que no todas las mujeres van a consentir ser las elegidas. Ser una mujer golpeada es previo al encuentro con el golpeador. No todas las mujeres se prestarán a estas relaciones. Pero hay un grupo, muy numeroso y aquí de nuevo le encuentro mucha razón a las palabras de la fiscal, que tienen una formación que hace que en vez de salir corriendo a la primera señal de que el hombre es un peligro, desarrollan mecanismos infinitos de justificación y tolerancia.
Así como los hombres violentos saben elegir a sus víctimas, nosotras deberíamos saber elegir con quién nos juntamos. Si empezamos diciendo que es muy celoso porque está muy enamorado, que me controla el teléfono y la ropa y todo lo que hago porque se siente inseguro, porque su mamá no le daba la teta, o que dice que todas mis amigas son unas atorrantas y que mi familia no lo quiere, porque con la mujer anterior le pasó que las amigas le llenaban la cabeza en su contra, y otras infinitas estupideces, nos vamos quedando al lado del violento. Después, cuando queremos huir ya pasan varias cosas, él ya se cree que es nuestro dueño y se acostumbró a sojuzgarnos, ya le tenemos miedo, ya nos quedamos solas. Ya se estableció el círculo maldito.
Si cuando apenas lo conocemos, en vez de atender a las señales de peligro, creemos que nada nos puede pasar porque somos mejores, más inteligentes, más comprensivas que las otras mujeres, dejamos pasar un tiempo valioso. Porque si no nos vinculamos con él, el hombre no se obsesionará con nosotras. Pero les tenemos lástima, porque nos damos cuenta de que es un pobre desgraciado, nos gusta, porque la adrenalina le sale por los poros, tenemos muchas ganas de estar con alguien, de tener una pareja, de formar una familia.
Después de todo qué nos cuesta cambiar un poco la forma de vestirnos, callarnos un poco la boca, dejar de estar tanto tiempo con nuestras amigas, si ahora ya tenemos alguien que nos acompaña todo el tiempo, porque si hay algo que saben hacer los futuros golpeadores es estar todo el tiempo, siempre atentos, siempre encima, el sueño cumplido de encontrar a un hombre que vive por y para nosotras.
Si todo esto fuera un delirio, que alguien explique qué hace una mujer en pareja con un tipo que el primer día que salieron le contó que había golpeado a otra mujer, qué hace una mujer con un tipo que piensa que todas las mujeres somos putas, que tiene hijos de otro matrimonio y no los ve ni los alimenta, qué hace una mujer con un tipo víctima de todo que no puede hablar de sus sentimientos y se enoja por cualquier cosa y le arruina los cumpleaños y todas las fiestas.
Podría hacer una lista infinita de señales que deberían tenerse en cuenta, pero se dejan pasar en pos de un amor romántico que seguramente podremos construir si somos lo suficientemente buenas. No creo que sea verdad, después de muchísimos años de trabajar con este tema, que el golpeador “aparece” cuando la relación ya está muy avanzada y la mujer ya está encerrada en el vínculo. El tipo es lo que es desde el primer día, sólo que hay que estar muy atentas y no tener pensamientos mágicos, de niña.
Repito, no es el caso del femicidio de Saladillo, aunque hasta podría decirse, que si a una mujer le pasa lo que le pasó a Rocío, lo mejor que puede hacer es no ir más a trabajar, irse por un tiempo a vivir con un familiar, dejar todo a cambio de su vida. Porque si estuviste un año y medio al lado de ese tipo, tal vez tuviste suficiente tiempo y datos como para imaginarte que un día iba a terminar haciéndote un daño grave. Pero nadie te dice que corras por tu vida, te dicen que llames al 144. Nadie dice que es mejor dejar todo, esconderte, ponerte a salvo, te dicen que tenés razón, que tenés derechos, que tenés la justicia terrenal y divina de tu lado, que ya hay suficientes leyes como para protegerte. Nada de eso te sirve, lo único que te sirve es estar viva. Y a veces la única forma de permanecer viva es no estar en la escena del crimen.
Cuando se hacen preguntas como por qué seguiste yendo a trabajar, Rocío, siendo tan joven, podrías haber empezado otra vida en otra parte, aparecen los gritos acerca de que el que tiene toda la responsabilidad es el asesino y que nosotras tenemos derecho a vivir nuestra vida tranquilas, sin acosos ni apremios. No se debe responsabilizar a la víctima. Todo eso es cierto, está muy bien. Pero si una mujer se da cuenta de que está en peligro tiene que hacer cualquier cosa para salir de ahí. Está visto que no hay derechos, ni leyes, ni ministerios que te salven, si sabes que estás en peligro tenés que hacer cualquier cosa que te ponga a resguardo, no confiar en otros que desde sus oficinas te van a salvar la vida. No importa que pierdas el trabajo, que los niños dejen de ir a la escuela por un tiempo, que tu familia no tenga ganas de tenerlos a todos de nuevo en casa. No importa nada, lo único que importa es que no te maten.
Si las mujeres dejaran de ir a trabajar porque tienen que escapar, y eso se hiciera pandemia, si los niños no fueran a la escuela porque tienen que estar escondidos, y se notara, si se manifestara por las mujeres perseguidas como hacen por las muertas, tal vez las funcionarias en vez de estar pensando en las conferencias que van a dar la semana que viene, tendrían que ponerse a pensar en estas mujeres, en las víctimas, y no importa si son negras o travestis o migrantes, o lo que sea. Lo que son, mayoritariamente, son pobres. Porque esa es la otra gran mentira que instalaron en la sociedad. Es cierto que la violencia atraviesa toda la sociedad y que tiene en mismo mecanismo en todos los grupos, pero por cada mujer rica o clase media alta que muere, mueren 100 pobres. Ellas mismas lo escriben en el informe Zambrano, pero no hablan de eso. Porque la mayor parte de las problemáticas de las que se ocupan son de clase media, medidas burguesas, para gente como ellas.
La fiscal es sus desprolijas intervenciones dijo cosas que hay que escuchar. En resumen, lo que dijo es que las políticas públicas que hasta ahora se implementaron no protegen a las mujeres ni previenen los femicidios. Dejó claro que las cautelares no sirven, que decirle a un asesino que no debe acercarse a su víctima es casi un chiste, que darle un botón antipánico no protege a nadie, lo que está sobradamente probado con todas las mujeres que murieron sin tener tiempo ni de estirar la mano. Dijo que ni la policía, ni la justicia de paz, ni la justicia penal, si les cae un feriado largo en el medio, van a tener tiempo de tomar ninguna medida que proteja a la víctima. Dijo que en este país le permiten tener un arma a cualquier persona si no tiene una sentencia penal en su contra. Dijo que es difícil conjugar los derechos de las presuntas víctimas con los derechos de los denunciados.
Esto último merece un aparte. Debemos preguntarnos cómo funciona la misma persona cuando su hija es acosada y no detienen inmediatamente al denunciado y cuando es su hijo el denunciado y sin ningún procedimiento que determine su culpabilidad, por ejemplo, lo encerraran. Y la fiscal se pregunta ¿cómo hago para medir la peligrosidad de un sujeto?
Los golpeadores, los violadores y femicidas son hombres, que no nacieron con ese estigma. Son gente, tan víctima del sistema como las mujeres, también a ellos les metieron en la cabeza cómo deben ser las cosas y no les enseñaron nada que les sirva para aprender a vivir de otra manera, pero tampoco los encontraron cuando tenían 15, 16 años, ni siquiera los conectan la primera vez que una mujer los denuncia, que ya sería muy fácil.
Aun teniendo siempre presente que les cabe toda la responsabilidad sobre sus actos, tenemos que atenderlos, mirarlos por lo menos. Pero no, a los hombres se los deja hacer. No se los atiende, no se los diagnostica. Las leyes nacionales e internacionales, los protocolos de prevención de la violencia, ni siquiera los nombran. Como si fueran marcianos que vienen de algún lado a darle una paliza a una mujer y después se esfumaran. Invito a leer las leyes de prevención de la violencia, simplemente no nombran a los hombres, no les dan existencia a los asesinos, creo que porque eso les exigiría salirse del paternalismo extremo hacia las mujeres, que sirve muy bien para una vida de escritorio.
Cuando alguien plantea en los foros, debates, mesas redondas y los millones de reuniones y charlas que se organizan para hablar de la violencia, que hay que hacer algo con los hombres, lo que se dice es que los hombres no son nuestro problema, que son ellos mismos los que deben desarrollar las políticas públicas, los ámbitos, las estrategias, para con ellos mismos. Los lobos deben aprender por sí mismos a dejar de ser lobos y nosotras, las ovejitas, debemos seguir poniendo los cadáveres hasta que ellos aprendan.
Tenemos que tomar las cosas de otro modo si queremos terminar con los femicidios, las personas que saben y deciden deberían ser capaces de imaginar, por un momento, que pudieran estar equivocadas. Hay que abandonar los pensamientos mágicos, enseñarles a las niñas que no se junten con tipos violentos, para ponerlas a salvo y atender el problema de los hombres. Tenemos que ocuparnos de los hombres, además de seguir haciendo todo lo que ya se hace por las mujeres. Tenemos que dejar de dar conferencias y tratar de evitar los femicidios.
Por ejemplo, la primera vez que una mujer denuncia un acto de abuso, acoso, violencia del tipo que fuera, hay que intervenir, haciendo un diagnóstico claro de la peligrosidad del sujeto, resolver esto que se pregunta la fiscal de cómo saber qué hombre es capaz de matar a la mujer y cuál no. Por supuesto que nada nos va a dar una completa seguridad, pero por ejemplo, hay un test de tres manchas, que se llama Test de Zulliger y que se usa mucho en las entrevistas laborales, que se toma en dos horas y se analiza en otras dos. En ese test pueden verse con bastante claridad las características salientes del sujeto y podemos asegurar que ser capaz de agarrar un cuchillo y despedazar a otra persona es una característica lo suficientemente fuerte como para que salte en el test. Hay una serie de preguntas e investigaciones, que ya se están haciendo en algunas provincias, que sumado al test podrían decirnos en 4 o 5 horas, con bastante aproximación, si un hombre es peligroso.
Y si concluimos que es peligroso, aunque no podamos encarcelarlo por eso, por lo menos podremos vigilarlo de un modo activo, aunque sea poniéndole un policía al lado todo el día ¿por qué no?, mientras las instituciones lo atienden, en grupos de ayuda mutua, con tratamientos individuales, del modo en que se considere mejor, que para eso estarán los profesionales. Hay en el país muchos centros estatales y no estatales que atienden a los violentos, hay formas de lograr que cambien, hay estrategias de vínculos transversales entre todas las instituciones intervinientes que dan muy buenos resultados. Máxime si se los atiende cuando son jóvenes, que como dije antes, tienen características que son muy fáciles de detectar si queremos hacernos cargos y estuvieran diseñadas las políticas publicas para eso.
Cualquier cosa menos dejar solo, a sus aires, a un tipo que ya sabemos que es muy capaz de matar a su mujer. Incluso existen las tobilleras duales, que se colocan a ambos miembros de la pareja y que hacen sonar una alarma en los centros de control y suenan en las mismas tobilleras, cuando se acercan a menos de 1000 metros. Que empiece a sonarle la alarma a la mujer cuando su agresor está a 1000 metros le permite claramente irse con todos los niños a casa de una vecina, desaparecer, ponerse a resguardo hasta que la policía detiene al agresor. Y que empiece a sonarle la tobillera a un tipo que camina al lado nuestro o que está en el colectivo, nos da tiempo, también, para avisar. Simplemente marcando el número y manteniéndonos cerca del sujeto, lo localizarían.
¿Por qué no se hacen este tipo de cosas? En primer lugar porque el Ministerio de la Mujer se ocupa de las mujeres, de que tengan toallitas y cursos de capacitación para que en el futuro tengan más autonomía económica, se ocupan de capacitar en ideología de género, en visibilizar las discriminaciones contra las minorías, en hacer leyes y más leyes, que dicen todas lo mismo. Todo eso es muy loable y es necesario, pero hay que destinar un poco del presupuesto en tomar algunas medidas que eviten los femicidios. Eso también sería loable.
Obvio que todo lo desarrollado hasta aquí es muy valioso, las medidas cautelares son un logro, pero no sirven para todos los casos. Incluso en la reforma del Código Penal que está en el Congreso desde 2019, se incorporan nuevas medidas que son realmente interesantes y ojalá aunque no se apruebe el nuevo código puedan implementarse. Creo que se podrían incorporar al Código Penal actual, con sólo que el Ministerio de la Mujer se interesara en eso. Hay y habrá nuevas herramientas, se podrán diseñar otros tests, se podrán desarrollar otro tipo de abordajes, pero lo que no se puede, es seguir hablando de la violencia contra las mujeres como algo que se va a resolver cuando toda la sociedad cambie. Hay que cambiar la sociedad, sin duda y eso se está haciendo, pero los cambios van a dar frutos dentro de 10 o 30 años, mientras tanto hay que tomar medidas concretas porque las mujeres seguirán muriendo. Ahora tenemos a los asesinos dando vueltas alrededor de la casa de sus víctimas.
El Estado, a mi criterio, debería dejar de decir que los únicos responsables son los femicidas, esos de los que no hablamos y para los que no desarrollamos políticas y en los que no ponemos presupuestos, esos para cuya atención no capacitamos profesionales, ni creamos centros de estudio ni damos conferencias. Los únicos culpables son esos, los marcianos que vienen a la noche y pegan, con los que el Estado no tiene ningún contacto, no los detecta, no los diagnostica, en fin, no los para, no sabe cómo hacerlo. Todos los demás estamos libres de culpa y cargo. (Obvio que esto es una exageración, se hacen algunas cosas, pero no se hace tanto, va por ahí la carencia).
Ojalá se terminen los padres, tíos y hermanos de las muertas diciendo que sabían que el novio o marido las golpeaba. ¿Si sabían que las golpeaban, por qué no las protegieron, pero en serio, no permitiéndoles seguir con la relación, aunque ellas digan que quieren seguir? No las dejen solas ni un momento, no permitan los contactos, porque ya sabemos que el golpeador las suele convencer de su arrepentimiento. Armen grupos grandes de protección, que la rodeen todo el tiempo. Hagan algo, lo que puedan, pero que no las encuentre el asesino solas en la casa, o donde sea, indefensas, vulnerables.
Toda esa gente que tiene tiempo y ganas de salir a la calle, días enteros, a pedir venganza, que creen que si consiguen que los asesinos tengan cadena perpetua ya cumplieron con su deber, tienen que organizarse antes de que la maten, estar en la calle antes, rodear la casa de la mujer, diseñar mecanismos de cuidado, poner fotos del tipo por todos lados para que si alguien lo ve llame a la policía. Cuidar a las mujeres antes de que estén muertas sería un cambio de paradigma realmente valioso. El papá de aquella niña de las 130 puñaladas dijo que sabía que la golpeaba, siempre hay alguien que sabe. Hagamos algo, algo valioso, más valioso que pedir cadena perpetua. El cuidado social es algo que no aprendimos a practicar.
Esa terrible sed de venganza, que tal vez sea la forma de acallar la propia culpa por lo que se pudo hacer y no se hizo, también está apoyada, promovida, alentada, por las feministas y el funcionariato. La punitividad, la condena, que se pudran en la cárcel. Olvidándose completamente de que el otro también es alguien que merecía una vida mejor. Y se vanaglorian de conseguir esas condenas a 50 años, que son también como la muerte, cuando podríamos suponer que si hiciéramos otras cosas, como mejorar el sistema carcelario para que los presos tengan atención médica y psicológica, tengan tiempo para pensar y mejorar, tengan ayuda para hacerlo, incluso los femicidas podrían salir a la vida unos años después y ser personas que no van a matar a nadie más.
De paso, si cambiáramos el sistema carcelario, si hubiera una verdadera atención de los detenidos, nos evitaríamos también que salieran a la calle, así, sin más, porque se terminó el tiempo de su condena, los tipos que al otro día agarran un cuchillo y matan a su ex mujer. Porque se terminó su condena, a lo mejor de 25 años, sin que hayan tenido tratamientos adecuados, supervisiones, ayudas y especialmente diagnósticos, que indiquen que van a seguir matando. Nos conviene a todos que la situación de los presos mejore, que se hagan tratamientos, que tengan esperanzas y expectativas de retornar a su vida. Nos conviene ser capaces de pensar en cómo llegaron a eso y tratar de ayudarlos a que cambien.
Hay que cambiar las políticas públicas, las conductas personales, los ensueños de las mujeres con el amor romántico, la frustración de los hombres que los llevan a necesitar dominar a sus mujeres. Eso es presupuestos, valentía, el desarrollo de nuevas herramientas, abordajes tempranos, pensando en todos como seres humanos que merecen ayuda. Dejar de pensar en las mujeres como las pobres víctimas que no pueden evitar vivir con los golpeadores y en los hombres como animales que no se merecen ni siquiera que les hagan un test para saber si podrían matar a alguien cuando ya dieron la primera piña. Sabiéndolo podemos proteger mejor a las mujeres y podemos encarar con los hombres los tratamientos que los ayuden a parar. No hay que dejar solas a las mujeres, pero tampoco a los hombres, que maten no más, si total ahora estamos seguros de que se van a pudrir en la cárcel.