Hace treinta y siete años, un 6 de Junio de 1986, el pensador y activista humanista Silo dio una conferencia en Buenos Aires titulada “La religiosidad en el mundo actual”.
Quien lo antecedió en la ocasión en la palabra, Edgard Pérez, presidente de la organización a cargo del evento, La Comunidad para el Desarrollo Humano, refirió que en ese mismo lugar, un 13 de setiembre de 1974, el intento de Silo de comunicar al público su pensamiento terminó con 500 detenidos y él mismo en la cárcel de Villa Devoto.
Previo a ello, relató Pérez, la censura y la persecución de las dictaduras militares, impidieron sucesivos actos públicos en Jujuy, Córdoba, Plaza Once y Mar del Plata. Luego vendría la voladura de una casa en Mendoza, encarcelamientos, asesinatos, junto a la permanente difamación y deformación de un pensamiento generoso y no violento.
Algo similar sucedía en Chile, al otro lado de la cordillera donde Silo, un 4 de Mayo de 1969 había entregado su primera exposición pública. Allí, los jóvenes que adherían a su propuesta fueron discriminados y excomulgados socialmente por no adherir a la mentalidad reinante y buscar nuevos caminos.
Lanzados al exilio, aquellos primeros siloistas contribuirían a la construcción de un movimiento mundial.
La exposición de 1986
A poco de comenzar aquella charla en Buenos Aires, Silo abría su intervención expresando:
“Yo opino:
1) Que un nuevo tipo de religiosidad ha comenzado a desarrollarse desde las últimas décadas.
2) Que esta religiosidad tiene un trasfondo de difusa rebelión.
3) Que como consecuencia del impacto de esta nueva religiosidad y, desde luego, como consecuencia de los cambios vertiginosos que se están produciendo en las sociedades, es posible que las religiones tradicionales sufran en su seno reacomodaciones y adaptaciones de sustancial importancia.
4) Que es altamente probable que las poblaciones en todo el planeta, sean sacudidas sicosocialmente, interviniendo en ello como factor importante, el nuevo tipo de religiosidad mencionado.
Por otra parte y aunque parezca opuesto a la opinión de la generalidad de los observadores sociales, no creo que las religiones hayan perdido dinámica; no creo que se estén apartando cada vez más del poder de decisión político, económico social, y tampoco creo, que el sentimiento religioso haya dejado de conmover a la conciencia de los pueblos»
Silo enmarcó entonces a continuación el relato en un largo periplo histórico, que arrancando con la formación de las principales religiones y sus cismas y sectas, llegaría a la revolución teocrática iraní y el impacto político de la teología de la liberación en Latinoamérica en la década de los 70’, ambas expresiones de un trasfondo de religiosidad en la base social.
Silo culminaría aquella conferencia diciendo:
“Nos parece claro que la religiosidad está en avance. Aquí, en Estados Unidos, en Japón, en el mundo árabe y en el campo socialista: se trate de Cuba, Afganistán, Polonia o la U.R.S.S.»
«La duda que tenemos» – añadía – «es más bien, si las religiones oficiales podrán adaptar este fenómeno psicosocial al nuevo paisaje urbano, o si serán desbordadas. Podría ocurrir que la religiosidad difusa, fuera creciendo en pequeñas y caóticas agrupaciones sin constituir una iglesia formal, de manera que no fuera fácil comprender el fenómeno en su real magnitud»
A lo que agregaría: «Aunque la comparación no sea del todo legítima, me permito recordar un antecedente lejano: a la Roma Imperial comenzó a llegar todo tipo de culto y toda superstición de los alrededores, al tiempo que la religión oficial perdía convicción. Y uno de esos insignificantes grupos, terminó luego convirtiéndose en iglesia universal…»
y para concluir, señaló «Hoy es claro que esta difusa religiosidad para avanzar, deberá combinar el paisaje y el lenguaje de la época (un lenguaje de programación, de tecnología, de viajes espaciales), con un nuevo Evangelio Social.”
Décadas después, ¿fin o despertar?
Han pasado casi cuatro décadas de aquellas descripciones premonitorias y lejos de aquel final de la historia promulgado ingenuamente por un neoliberalismo que se declaraba unilateralmente vencedor absoluto, el mundo se ve hoy conmocionado por la adhesión de amplios sectores sociales a cultos de carácter integrista. El otrora llamado “opio del pueblo” ha resultado una poderosa anfetamina.
La pregunta que cabe hacerse a esta hora, es si el evidente sinsentido de un decadente mundo consumista, si los rasantes cambios y la incerteza acabarán llevando a multitudes mecánicamente al abismo del fundamentalismo violento, retrógrado e irracional o si esta espiritualidad que brota de la profundidad humana se abrirá a nuevos horizontes de bondad y emergerá de ello una revolución del espíritu humano que traiga vida digna para todos, paz y alegría para el corazón y dirección evolutiva a la conciencia.
Nuestra fe inquebrantable en el ser humano, nos lleva a creer y a trabajar por esta última opción.