Por mi artículo “El ser humano” me llegaron muchos ecos de partes distintas y distantes. Algunos de ellos me decían que, si quería seguir teniendo seguidores, bajara el nivel, pues eso era escribir para unos pocos y no para unos muchos; otros, por el contrario, me apremiaban a seguir andando esos caminos, pues si a algunos les parecían áridos, a otros les sonaban a interesantes; otros unos separaban el tema de la religión, y otros se lo achacan precisamente a “las creencias”… El caso es que hubo de todo, como en botica, y me dejó claro que he de elegir: o “me especializo” en un par o tres cosicas, con lo que obtengo seguidores fijos, más o menos fieles o leales, o sigo esturreado, con lo que me ganaré más fijos-discontínuos, según el caso y tema que me toque tocar, valga la redundancia de toques.
Pero hubo una seguidora que me hizo pensar. Me dijo que había tratado mucho del “ser” y de lo “humano”, pero no había escrito ni una sola vez en todo el artículo la palabra “persona”… El caso es que retrocedí a ese trabajo (y conste aquí que son trabajos placenteros) y, efectivamente, llevaba más razón que una santa, pues no usé la denominación de Persona ni por equivocación. En ninguna línea, párrafo ni momento. Mi amiga aludía a que, casualmente por ese preciso y precioso detalle, el artículo en cuestión quedaba cojo, a medias, incompleto. Como una especie de “quieroynopuedo”, me redondeaba…
Y con eso, me invitaba a completarlo… Pues mira lo que te digo, estimada mía, puede que fuera cosa del subconsciente que cargamos cada cual con el nuestro, y que el mío me juega a veces auténticas trastadas. Y no lo digo como excusa auto-justificativa, pues ya sabemos que ese inconsciente, sea personal o colectivo de nuestra humanidad, y con esto volvemos al tema, el total y absoluto responsable de él es el mismo consciente, donde desemboca precisamente… y si me hizo eludir el concepto “persona” fue, quizá, por un motivo como muy concreto: porque él sabe que yo sé que, aún íntimamente asociados, en un rincón del fondo son conceptos distintos por causas diferentes. Miren que tampoco es lo mismo diferente que distinto, (pues dos cosas iguales puede llegar a diferenciarse, pero dos cosas distintas nada tiene que ver la una con la otra).
La cuestión es que la palabra “persona” viene del griego “prosopon”, que quiere decir “máscara”… ¿Les suena a algo?. El famoso teatro griego se hacía en base a máscaras que concedían a los rostros, a las caras (de ahí máscara igual a careta) un propósito añadido y definido, una falsa “personalidad”, precisamente. Ellos, en su cultura, tenían muy claro eso mismo: a un ser, eso sí, humano, se le dotaba de una determinada personalidad – prosopon – para desarrollar un papel, un rol, dentro de la escenificación de sus populares farsas de dramas y comedias. Están muy relacionadas, naturalmente, pero no deja de ser un aditamiento específico.
O sea, que podríamos afirmar, al menos en teoría, aunque yo también creo que en la práctica, que primero fuimos “seres”, luego llegamos a “humanos”, y después nos pusimos las máscaras, esto es, nos convertimos en “personas”… Al igual podemos imaginar, una vez ya puestos, que la primera máscara que utilizó ese primer humano, fue la de decirle a ese Elohim creador (dioses, pues es plural) que la serpiente la engañó, como mujer, y luego al varón soltarle también que la mujer lo engatusó. Con o sin manzana de por medio… La mentira y el disimulo fue el primer “prosopon” bíblico utilizado en nuestro Génesis (hay bastantes más), y lo ha llevado la humanidad desde entonces puesto y sin quitárselo por nada y para nada.
A mí siempre se me ha ocurrido pensar que, de hecho, el mundo, nuestra existencia, es un inmenso teatro donde todos venimos con nuestros papeles y nuestras caretas en las jetas, a hacerlo lo mejor que sabemos; que entramos y salimos de escena desempeñando historias que creemos que son reales, y nos montamos unos dramas y operetas en unión y comunión con el resto de cofrades que forman el elenco. Pero que luego, después, una vez fuera del escenario y devueltos a la verdadera realidad real, nos daremos cuenta que el valor que les dábamos a nuestros roles era absolutamente falso, ilusorio, de cartón piedra, y que la vida genuina, la auténtica, no estaba entre los decorados del gran Odeón… Pero que algún director de escena anterior al escenario del Big-Bang, por alguna causa indefinida, aprecia que nos partamos la cara haciendo de malos y buenos, porque algo debemos aprender que se nos escapa. Y yo, personalmente, creo que la misión no es partirnos las caras, sino las caretas.
Porque me parece a mí, fíjense, que hasta el “género”, al que tanta importancia le damos, no es más que una parte de nuestra personalidad de persona, o sea, una careta, una máscara del ser humano. Y que la “humanidad” trasciende el sexo, no al revés, ya que lo humano y lo divino se dan la mano, e incluso lo humano habrá de ser separado de lo físico, al igual que, en su día, fue integrado…
…Porque una mujer no vino de ninguna costilla de ningún hombre (si acaso sería al contrario), digámoslo ya que estamos en ello. Costilla, Cote en francés, significa costado, pegado, al lado, junto a… y todo lo que estaba juntado es uno solo, un único ser. El ser, separados los dos sexos, significa que el hombre y la mujer eran una sola cosa, una única entidad, un solo estado, pero que hubo que dotarlos de personalidad distinta y propia separando lo que estaba unido, para, a lo mejor, puede, que a fin de que sepamos lo que vale un peine…
Es que un servidor de ustedes, me lo van a permitir, cree que el sexo, el género si lo quieren, aunque no sea eso, es parte de la personalidad de cada persona, de cada individuo, pero que la humanidad de ese ser es un movimiento integrador, y no lo contrario. No se trata de condenarlo ni de subliminarlo, sino de volver atrás y armonizarlo en su conjunto. Nos sobra todo el machismo, el feminismo y el caretismo con que hemos construido el personalismo… Y estamos que nos vamos.