Hace unos días, en el sector donde vivo, se realizó un evento teatral como parte de un Festival que siempre se realiza durante los veranos. Se trató de una suerte de Pasacalles, en que muñecos de gran tamaño simulando insectos, manejados por una suerte de “animadores” desfilaban por la calzada. Gran cantidad de personas en las calles y muchos niños asistieron entusiasmados a la representación, y al final, entre aplausos se retiraron a sus casas comentando lo bueno del espectáculo. Situaciones similares se están viviendo en otros sectores populares de la capital y del país.
Por Ricardo Rojas
También, en diversos lugares, se presentan durante el evento algunas obras de teatro de manera gratuita. Es la cultura del verano en Chile. Es decir, entregar a los barrios determinados espectáculos para que sean vistos por quienes no pueden pagar las entradas a las obras de mayor relieve, las cuales son reservadas a teatros y público que sí tiene los medios para acceder a ellas. O sea, cultura para pobres y cultura para no pobres.
Cuando asumió el presidente Aylwin por ahí por los 90, luego de derrotar a la dictadura en el plebiscito del SÍ y del NO, llevaba consigo, entre todas sus carpetas y papeles, un Programa Cultural. Cando lo leí, casi me emocioné, pues contenía casi todos los anhelos y sueños que muchos de quienes trabajábamos en temas artísticos sentíamos propios y que creíamos necesario para avanzar en la democratización del país, luego del tremendo vacío cultural que significó el gobierno de los militares y de sus amigos (¿debo decir cómplices?). Dicho apagón cultural intensificó el consumismo y la importancia de los individual por sobre lo colectivo, basado fundamentalmente en el poder de las imágenes y las noticias en la televisión, en la jibarización de los programas de carreras universitarias, en la mutilación de los programas de enseñanza en los colegios. Todo en el contexto de un sistema asentado en la segregación de las personas, al trazar una ciudad en que a los sectores más populares se les “exilió” en los suburbios de la capital, afincando e intensificado la desigualdad económica y social. Por tanto, la cultura aparecía como un elemento más de dominación.
Frente a esa realidad ese Programa Cultural fue como el hallazgo del paraíso perdido. Más todavía si durante los años de la dictadura nos dedicamos a difundir, mediante el teatro, la música y las artes, mensajes que hablaban de resistencia y de democracia. Muchos amigos y conocidos cayeron en esos tiempos, pero la llegada del nuevo gobierno, permitía soñar que comenzaría la tarea de democratizar la vida a través de instrumentos y medios culturales que hasta ese momento estaban vedados a los opositores al régimen militar. Y comenzó la gran fiesta en que el país se veía alegre, como lo pregonó una canción. Se nombraron encargados de cultura en muchas partes, y también hubo espacio para que aparecieran en televisión muchos cantantes y grupos que nunca habían estado en las pantallas.
Pero al poco tiempo se notó otro cambio. Diversos medios de prensa se vieron obligados a cerrar por falta de financiamiento, pues los gobiernos democráticos no los apoyaron ni siquiera con avisaje. Y esto abarcó lo comunicacional, principal recurso para difundir arte y cultura de manera informal y permanente, pues los medios deberían haber entregado a través de todas sus posibilidades los valores acordes a los fundamentos de los discursos con los cuales llegaron al poder. Pero no fue así, porque luego algunas radios desaparecieron, los centros artísticos que resistieron no tuvieron apoyo y dejaron de existir, y otros se transformaron en espacios casi turísticos (mientras las peñas seguían siendo lugares segregados). Florecieron las universidades privadas. La educación pública continuó desmejorando, mientras los colegios particulares siguieron obteniendo los primeros puntajes. Los municipios (unos más que otros), entendieron que entregar cultura era hacer uno que otro espectáculo o festival de verano. Y Televisión Nacional, patrimonio de todos, persistió en ofrecer una programación que no merece mayores comentarios, donde el Festival de Viña del Mar es su máximo evento. Recordemos, por ejemplo, que desaparecieron “El Show de los Libros” y “El Mirador”, programas icónicos en algún momento. Sin dejar de recordar que a Patricio Bañados, el conductor de la campaña del NO nunca más le dieron trabajo.
Al cabo de tantos años parece que poco ha cambiado. Recién el presupuesto de cultura ha subido un pequeño porcentaje y la Ministra de Cultura actual es la menos conocida del gabinete del Presidente . Los medios de comunicación responden a la misma lógica. La prensa es escasa y con orientación bien definida. Las radios, en su mayoría, son parte de holdings, es decir, sociedades financieras cuyos accionistas manejan las empresas sólo con objetivos de rentabilidad. Y el desarrollo artístico cultural está librado a los esfuerzos de quienes se atreven, y que en la nomenclatura actual pueden llamarse “emprendedores”, lo que podría equivaler a cesantes.
¿Qué pasó? Simple, no hubo una verdadera intención de hacer cultura en Chile, y que los diversos gobiernos, desde 1990 a la fecha no implementaron una política cultural y comunicacional acorde a las ideas que solventaban sus programas de acción. De hecho, el principal evento cultural que se realiza en el país, el Congreso Futuro, es una iniciativa que nace de manera privada y que es apoyada por diversas universidades, de la cual los gobiernos literalmente se han “colgado”. Evidentemente ha habido muchas transformaciones en el país, y es clarísimo un avance social y económico en la sociedad. No se puede negar que vivimos mejor que en dictadura. Y no culpo a los “30 años”. Sólo se trata de dejar las cosas en claro y señalar lo que falta, apuntar a lo que hay que mejorar, acusar la responsabilidad, y esperar que en medio del torbellino político en que estamos sumidos, exista siquiera la intención de que pasadas las urgencias electorales (y ojalá la pandemia), se mire hacia adelante y se comprenda que la cultura, la ciencia (con la educación como parte fundamental), y las comunicaciones son fundamentales para construir una sociedad mejor. Más aún hoy en que el fenómeno de las redes sociales y la accesibilidad al metaverso son elementos constitutivos de la vida social, y que en esto se avanza sin límites.
Por ahora, deberé conformarme con ver pasar un Pasacalle frente a mi casa.