El “Tú serás lo que quieras ser” no siempre funciona. Y lo digo aquí, en éste de hoy, en un intento de evitar frustraciones de cara al nuevo año en miles – quizá cientos de miles – de personas que no logran ser, ni hacen lo que desearon hacer, ni siquiera están en el lugar que soñaban estar… Y me atrevo con este tema, perdónenme, porque parecemos vivir en una época donde las máximas de mejoramiento por la voluntad empapan cualquier estrato social. Se venden libros de autoayuda, tratados de “tú puedes, hazlo”, se dan conferencias donde se pone de manifiesto lo de que “el querer es poder”, etc. y se consigue algo muy injusto: que el que no pueda se considere a sí mismo fracasado. Y esas cosas que llenan los escaparates de “autoayudismo” terminan por hundir, más que ayudar, a la gente.
Además, crean expectativas falsas del tipo: yo tengo que conseguir lo que quiero, porque lo merezco, y porque la sociedad me lo debe, y porque tengo derecho a tener lo que deseo… Y no es así, en modo alguno, y con esto no quiero disminuir el valor de la voluntad y del autoesfuerzo en cumplir los objetivos fijados por cada cual, o por cada cuala, no me vayan ustedes a malinterpretar. Ni quiero tampoco devaluar el fruto de ese esfuerzo en la gente, tampoco… Pero las circunstancias, llamemos como llamemos a eso, también cuentan, por aparentemente misterioso que eso sea. Recordemos a Paul Elouard: “existen otros mundos, y están en éste”.
Cuando yo era un zagal, en aquella época de posguerra y de supervivencia, en aquella sociedad de vencedores y vencidos, en aquel status de tenencias y carencias… y de imposibles querencias, apenas en la escuela (luego un llamado Bachiller Elemental a pulso de bolsillo y que hoy apenas sería lo más bajo del colegio) ya despuntaban apetencias en mi humilde personajillo. Con aquellos escasos años ya me rondaban un par de cosas o tres por la cabeza: quería ser periodista, o profesor, o médico. Con una claridad meridiana, además. Lo demás, me la repampinflaba y el proseguir con la actividad comercial a la que mi padre se vio abocado por haber perdido una guerra, que, encima, nunca consideró suya, me horrorizaba. De hecho, me repelía. Ni me gustaba entonces, ni me gustó durante toda mi vida activa, ni me gusta ahora, en el resto de mi vida pasiva.
Llegado el momento en que me vi forzado a dejar mis muy escuetos estudios, y enfrentarme a mi no menos escuetas posibilidades, tuve que asumir la no existencia de los milagros… Mi padre me sentó junto a él y frente a la realidad: no podía sufragar estudios algunos (entonces todo valía una pasta con la que apenas se empinaba la olla). Ni profesor, ni médico, ni periodista, ni ninguna otra cosa. Nada. Cero. Con suerte, seguir con el negocio familiar de mercachiflería, y dando muchas gracias a Dios que eso, con otras labores a las que él se aplicaba, pudiera darnos de comer a la familia.
Pude negarme, rebelarme, marcharme con lo puesto y dispuesto, y arriesgarme… Es cierto. Pero no lo hice. Llámenlo cobardía, si quieren, tampoco lo voy a negar. En aquel momento pensé en mi madre, encadenada a un mostrador y que suspiraba por algún dia tener una casa normal, por pobre que fuera, en vez de en una casatienda abierta a la gente 16 horas al día todos los del año… O en mi propio padre, forzado a vivir una vida que tampoco quería, porque no era la que había elegido, y que también le encasquetaron con un “o lo tomas, o lo dejas” si quieres empinar las lentejas… O en mi hermano, que venía detrás de mí, y que puede que, con un poco de suerte, él la tuviera mejor que la mía, que tampoco rehusaba del todo en ese momento a lo que en verdad deseaba… Además, resulta que mi ayuda era necesaria ya mismo p´ayer es tarde. El “pan debajo del brazo” ya se estaba poniendo duro. A marchas forzadas.
No tuve otra opción que la renuncia… ¿o sí?, de escabullirme a un destino atado a una argolla de hierro. El resto de mi puñetera existencia ha sido cumplir lo mejor posible. Lo mejor que he sabido, o podido, con lo que un día acepté, con lo que elegí… Porque sí, al fin y al cabo, fue una especie de elección, reconozcámoslo. Yo lo admití voluntariamente. Porque si fui medroso en ella, entonces acepté la responsabilidad que conllevó mi asentimiento, ¿o no?.. y he tenido que apechugar, al fin y a cabo, con las consecuencias del mismo.
Al final, todo quisque ha de elegir en cualquier momento. Que las oportunidades, como pregonan los profetas de las autoayudas, sean consecuencia de tu voluntad, no es algo falso tampoco. Llevan razón en el margen que la llevan, es cierto. Pero no es un dogma que se cumpla a rajatabla. Ni una certeza tampoco. No existe garantía alguna… Las circunstancias también cuentan, y mandan lo suyo, y no hay que dar explicaciones a nadie por ello… Hoy hay muchos miles de ingenieros, abogados o economistas trabajando de camareros, como triste ejemplo. La cuestión, creo yo, está en asumir honestamente lo que a uno le toca, jugando las cartas que le son dadas en el reparto… Yo, al final, no he tenido tiempo de sentirme defraudado, porque he estado muy ocupado.