El día 28 de Diciembre es celebrado popularmente en las regiones hispanoparlantes como el Día de los Inocentes. En realidad, la fecha forma parte de la hagiografía (biografía de los santos) del cristianismo y reconocida como el Día de los Santos Inocentes, en recuerdo de la supuesta masacre de niños menores de dos años perpetrada por Herodes I “El Grande” con el fin de deshacerse de un recién nacido en Nazaret, quien luego sería mundialmente conocido por su nombre mítico, Jesús.
Supuesta historia, decimos, porque según Wikipedia, en su artículo alusivo, no hay evidencia de ello, ya que ninguno de los historiadores de la época menciona el hecho. Ni siquiera está asentado en la obra del historiador judío romano Flavio Josefo, reconocido por su dedicación a la figura de Herodes I, rey de la región entre los años 37 a. C. y 4 a. C. y padre de Herodes Antipas, quien se hizo célebre merced a los relatos sobre la muerte del Nazareno y de Juan el Bautista.
La fuente en la que abreva la mención bíblica del terrible acontecimiento es el libro del apóstol Mateo, quien escribió el primer evangelio en arameo, dirigido a los judíos.
Según Paul Mayer[1], citado en la misma entrada de Wikipedia, no hay documentación que respalde la historicidad del suceso, sino, por el contrario. “Herodes murió en el 4 a. C. y el censo de Quirinio mencionado en Lucas fue 9 años después, en el año 6 d. C., por lo que Herodes el Grande no pudo haber tenido rol alguno en los acontecimientos que rodearon al nacimiento de Cristo.”
Más allá de estos preciosismos, hay historiadores que afirman que, si bien es improbable que el relato contenga exactitud histórica, “posee cierta verosimilitud, como ejemplo clásico del genocida abuso del poder.”
Más imprecisa se torna la cuestión, cuando se pretende investigar la identidad del mismo Mesías (Cristo, en su etimología griega) cristiano, no en términos míticos o religiosos, sino historiográficos.
En los párrafos 63 y 64 del capítulo XVIII del libro Antigüedades judías, escrito por el mencionado Flavio Josefo hacia el año 93 de la era cristiana, se encuentra el denominado Testimonio Flaviano, que sirvió a historiadores posteriores para atestiguar, desde una perspectiva no mítica, los acontecimientos que rodearon a la vida de Jesús-Cristo.
El texto de la versión griega de Josefo, recogida por Eusebio de Cesárea en Historia Eclesiástica (capítulo I, 11), del año 323 y que fue la transmitida oficialmente en Europa en los siglos posteriores y que según varios estudiosos haya sido posiblemente interpolada por éste u otros autores pertenecientes a la grey cristiana, dice:
“Apareció en este tiempo Jesús, un hombre sabio, si en verdad se le puede llamar hombre. Fue autor de hechos sorprendentes; maestro de personas que reciben la verdad con placer. Muchos, tanto judíos como griegos, le siguieron. Este era el Cristo (el Mesías). Algunos de nuestros hombres más eminentes le acusaron ante Pilato. Este lo condenó al madero de tormento. Sin embargo, quienes antes lo habían amado, no dejaron de quererlo. Se les apareció resucitado al tercer día, como lo habían anunciado los divinos profetas que habían predicho de él ésta y otras mil cosas maravillosas. Y hasta hoy, la tribu de los cristianos, que le debe este nombre, no ha desaparecido.”[2]
Estas dudas, habituales en las discusiones científicas en el caso de figuras de relevancia histórica, adquieren verosimilitud con la aparición de otras versiones del pasaje citado de Flavio Josefo. Por ejemplo, en una traducción al árabe dentro de la Historia Universal debida a Agapio, obispo de Hierápolis, en la que se lee:
“En este tiempo existió un hombre de nombre Jesús. Su conducta era buena y era considerado virtuoso. Muchos judíos y gente de otras naciones se convirtieron en discípulos suyos. Los convertidos en sus discípulos no lo abandonaron. Relataron que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo. Según esto fue quizá el mesías de quien los profetas habían contado maravillas.”
Es comprensible que, al pasar tantos siglos, tantas interpretaciones y traducciones de un hecho fundamental para los Evangelios – también estos de distinta autoría y algunos de ellos considerados “apócrifos”, y de importancia vital para el imaginario colectivo de cientos de millones de personas, algunos detalles menores puedan cambiar, con o sin intencionalidad.
Nada de esto disminuye el valor referencial de la identidad mítica de Jesús y la fuerza que ha adquirido para sus fieles, mediante la unción devocional con la que su imagen ha sido adorada durante más de dos milenios.
Por lo que poco aporta a la comprensión de las realidades de la interioridad humana la teoría de que el niño nacido en una familia pobre de la Galilea, devenido luego en hijo de la divinidad, pueda no corresponderse con realidades históricamente fehacientes.
Detenerse en disquisiciones académicas al respecto, no agrega ni quita a la relación que muchos seres humanos, por haber nacido en espacios en los que determinada religión es predominante, establecen con esa imagen.
Lo que sí importa es que para un gran número de fieles, la imagen de un guía con virtudes notables es una imagen poderosa, capaz tanto de inspirar acciones bondadosas como de producir en la mente afiebrada de sus seguidores y líderes, un fanatismo obtuso y violento contra quienes profesan la veneración a imágenes distintas, incluso persiguiendo y sembrando crueldad y muerte contra hermanos de fe con interpretaciones ligeramente diferentes.
El día de los inocentes
Mucho menos escabrosa es la celebración de este día en la actualidad. Las personas suelen asumir el festejo gastándose mutuamente bromas que se apoyan en la credulidad de parientes, compañeros y amigos. En la mayor parte de los casos inocuos, – aunque en ocasiones no tanto – los relatos de los bromistas se caracterizan por carecer de veracidad y tienden a terminar en risotadas colectivas, al ser develado el ardid, con la frase “¡Que la inocencia te valga!”.
Tal alusión a la candidez tampoco es fortuita, ya que en la tradición cristiana, según el evangelio ya citado, se la relaciona con la artimaña de los Sabios de Oriente – los Reyes Magos – que lograron engañar al entonces monarca de Judea (cuyo reinado, según la historiografía “pagana”, habría terminado antes del nacimiento de Jesús) para impedir que éste identifique al recién nacido y pueda hacerle daño.
La prensa de los no inocentes
Más allá de este costumbrismo colectivo, en la actualidad despojado de sus antecedentes macabros y más bien tendiente a compartir humoradas entre afectos cercanos, continúa habiendo intenciones nada ingenuas ni inocentes, que utilizan intencionalmente los medios a su alcance para difundir ficciones masivas que no colaboran con la evolución social.
La referencia es a los grupos de poder mediático concentrado, quienes intentan confundir a los pueblos sobre el acontecer social y político con saña y premeditación. Tal es la fascinación que produce una mentira contada repetidamente por canales aparentemente diversos – pero habitualmente pertenecientes a la misma empresa o inversionista -, que la “opinión publicada” termina siendo la “opinión pública”.
Lo mismo sucede con aquella información que vemos pasar incesantemente en plataformas digitales que tratan de convencernos que nosotros mismos decidimos lo que queremos ver y no la corporación que las controla y capta en parte nuestros gustos e intereses para vender nuestra atención – acaso nuestro tesoro más preciado – a la publicidad de sus clientes.
Por lo que esta fecha puede ser una oportunidad propicia para desenmascarar este accionar como una treta de mal gusto. Porque de continuar aceptando la manipulación omnipresente en la prensa hegemónica, de no despertar a la comprensión de los mecanismos de seducción y control que subyacen a las aparentemente neutrales redes sociales, entonces sí será el momento de admitir nuestra ingenuidad y vociferar a los cuatro vientos ¡que la inocencia nos valga!
[1] Paul L. Maier[1] (1998). «Herod and the Infants of Bethlehem». En E. Jerry Vardaman, ed. Chronos, Kairos, Christos II. Mercer University Press. p. 172.