Cuando se habla de educación, habitualmente nos referimos solo a la dimensión de enseñanza y aprendizaje. Pocas veces se aborda la educación socioemocional y casi nunca su institucionalidad. El desprestigio de las instituciones afecta también a la educación: escuelas, liceos y colegios. La institucionalidad educacional también está en crisis.
Aun cuando la competencia en el sistema educacional busca hacernos creer que la calidad se mide por los resultados en las pruebas estandarizadas como el SIMCE (Sistema Nacional de Evaluación de Resultados de Aprendizaje) o la PAES (Prueba de Acceso a la Educación Superior), los problemas de convivencia y situaciones de violencia están cambiando la manera en que debemos mirar y evaluar a los establecimientos educacionales.
“Busco una escuela o liceo en el que mis hijas e hijos estén seguros y vayan contentos a clases”. Es una expresión cada vez más frecuente de madres, padres y tutores al momento de evaluar y postular.
Si bien las primeras escuelas tenían por objetivo que niñas, niños y jóvenes aprendieran de sus mayores a desempeñarse en actividades propias de sus comunidades, fueron evolucionando a un formato más rígido, con adultos que enseñaban y estudiantes que adquirían conocimientos. Hoy estamos en un incipiente proceso de transición que también se hace cargo de formar en ciudadanía.
Entre las muchas definiciones disponibles, cito al Consejo Europeo de su Manual de Educación en los Derechos Humanos con Jóvenes: “Hoy en día ‘ciudadanía’ es mucho más que una construcción jurídica y se refiere, entre otras cosas, a la sensación personal de pertenencia, por ejemplo, al sentido de pertenencia a una comunidad que puedas moldear e influir directamente”.
Por tanto, la formación en ciudadanía no es lo mismo que educación cívica. La ciudadanía no se enseña en una sala clase sino en la práctica diaria; en la relación con los demás dentro de la o las instituciones, por ejemplo, escuela, club deportivo, familia o país.
La adhesión e identificación con la comunidad educativa de una escuela no se da de manera automática. La institución debe generar las condiciones para lograrlo. Es importante entender que la comunidad o institución educativa está compuesta por personas. Es mucho más que la infraestructura, las normas y el currículum educativo.
Para que el sistema funcione, todos los miembros de la comunidad deben desarrollar el sentido de pertenencia cuya principal componente es la participación. En Fundación Semilla, basamos nuestro trabajo considerando la participación como la nueva forma de convivencia, una mirada más sencilla de entender la ciudadanía.
Para abordar la crisis de la institucionalidad educacional es determinante asimilar que sin participación no hay sentido de pertenencia y sin sentido de pertenencia no hay adhesión ni respeto por esa comunidad.
Las viejas fórmulas de imponer un orden por medio de acciones punitivas como las suspensiones, expulsiones o humillaciones, podrán resolver un conflicto puntual, pero no abordan ni resuelven la crisis.