Hay quienes en la vida caminan a nuestro mismo ritmo, están en los lugares por donde pasamos, van coreando con nosotros idénticas consignas, enarbolan semejantes banderas durante las mismas décadas y las cambian por otros roles tal como hemos hecho con los nuestros. Compañeras de lucha, de rutas, propósitos semejantes. Personas con quienes nos sentimos en paridad y confianza, experimentamos que nos hermanan una y mil situaciones, muy variadas circunstancias, valiosas memorias comunes.
Gloria estuvo donde había que estar, fue referencia para muchas personas, pero también y quizá por sobre todo, una cálida presencia que siempre quiso aportar. Una luz especial en su mirada, la complicidad en la sonrisa, para hacernos sentir que compartíamos lo fundamental de esta vida, aquellas causas que dan sentido a la existencia.
De tantas diversas oportunidades que hoy recuerdo, se me presenta con especial nitidez la época en la que Gloria partía al Sur, a territorios mapuche y regresaba hablando mapudungún. Se aventuraba en lugares desconocidos y traía de vuelta una formidable experiencia que la mantenía en conexión estrecha con los originarios con quienes aprendía a convivir.
Hoy se nos adelanta en el proceso y se anticipa por rutas que todavía no conocemos. Ha partido hacia horizontes que están mucho más allá de lo que avizoramos, donde ya no existen las categorías del tiempo ni del espacio, en esas comarcas donde se produce la transformación profunda y es posible sumergirse en la más hermosa Luz.
Gloria Mujica fue parte de nuestra propia historia, hermanada en la vida, compartiéndolo todo. Su generosidad – tan característica – abre hoy caminos por nosotros inexplorados. Seguiremos sus pasos, confiaremos en sus señales radiantes, reconoceremos su compañía, iremos tras ella en algún momento, más temprano o más tarde. Iremos, como ella, hacia lo que hay más allá de los horizontes de esta vida.
Entre tanto, nos queda el corazón lleno de agradecimiento por su cálida y constante presencia.