El cumpleaños del mito popular más grande del mundo, Brasil no podía equivocarse. Porque si hay algo que tiene Brasil son raíces, entrañas negras, ritos ancestrales, acogida de todas las diásporas, resistencia y macumba. Brasil es sangre, sudor y alegría.
Y Lula representa el desgarro, la injusticia, la celebración, el amor infatigable, las derrotas, pero también el pueblo volcado en las calles para celebrar campeonatos y carnavales.
¿Cómo Diego no se iba a poner una vez más esa camiseta, la de todos? Mirá si no iba a recorrer todo Brasil, como lo hizo en el tren a Mar del Plata para encabezar el No al ALCA o defender a Cristina en los momentos de máxima debilidad.
Ya veo a algunos hablando de lo tirado de los pelos de mi comparativa. Ante ellos me justifico diciendo que tanto Luiz Inácio Da Silva como Diego Armando Maradona hicieron felices a millones; les hicieron olvidar la pobreza; son odiados por las clases altas; resurgieron de sus peores condenas y gozan del amor del pueblo.
Bolsonaro atentó contra la identidad brasileña, fogoneó a los que se sienten otra cosa, alimentó un sueño de otros signos, un sueño meritócrata, castigador, castrado y demente. Signo de los tiempos de la decadencia embravecida.
Contra todo eso, Lula salió a la cancha, porque en los partidos picantes los cracks no se borran. Y seguramente será el último match, el más difícil, del que dependen millones y millones de brasileños. Esos a los que ni el PT, ni la democracia, ni los fascismos representan, que están más allá de etiquetas, que son la etiqueta misma, son Brasil.
Como Diego es mucho más que un futbolista, mucho más que el mejor jugador de todos los tiempos, mucho más que el Santo de los Villeros. ¿será el mito de un nuevo mundo donde desde el pueblo surjan los verdaderos guías?
Es 30 de octubre. A las 18.44 el recuento de votos lo puso por primera vez arriba a Lula. El resto del partido le toca defender el resultado a todo el equipo, con las gradas colmadas y sin parar de alentar.