Fonyód, Kastélypark y Sümeg. Lago Balaton
Estimo que la mayoría de los argentinos tenemos una vaga idea de lo que nos podríamos encontrar al llegar a cualquier país de Europa, entendiendo a Europa como la parte tradicional, es decir la occidental: Francia, España, Alemania, Holanda, Portugal etc. etc. Más o menos nos imaginamos como ha de ser cada país. Alemania poderosa, Holanda impecable… Algo sabemos de cada una de estas naciones por la escuela, la literatura, las noticias, la televisión, los vecinos, etc. etc. Del resto de Europa es tan poco lo que sabemos que no llegamos ni siquiera a hacernos una vaga impresión. Europa del Este está allá… lejos, lejísimos, tanto como en su momento lo estuvo China o lo sigue estando la India. Dudaríamos de indicar en un planisferio dónde queda, por ejemplo, Checoslovaquia o cada una de estas lejanas naciones, más asociadas, en nuestro ideario popular, al contrabando, la venta de armas o la delincuencia organizada que a la vida que realmente llevan, tan alejada de esa mentira.
Si usted y yo, con matices, compartimos este criterio… déjeme asegurarle lo equivocados que estuvimos. Hungría es una maravilla. Es de no creer.
Durante 3 días nos instalamos en un poblado llamado Fonyód, en el lago Balaton, un lugar casi desconocido para el turismo internacional, con un perímetro de 220 km. A la margen de su costa hay cientos de pequeños poblados, muchos turísticos y otros agrícolas. Una vivienda es más linda que la otra, no son ostentosas, son sencillamente preciosas, llenas de flores que ni siquiera un poeta osaría cortar. Aunque lejos de las ciudades importantes, en esta región se puede percibir el poderío económico de toda Hungría, el nivel de vida es increíble y no es EEUU.
Desconozco el patrón psicológico por el cual nuestro cerebro valora preferentemente el orden, la limpieza, la belleza, la tranquilidad… al menos a míme pasa. Todo este lago está enclavado en una región agrícola y en todo, tanto lo turístico como lo agrícola, no se puede creer el orden, la limpieza, la prolijidad y la absoluta belleza que reina en todos los lugares. No hay nada, absolutamente nada desagradable y no es porque lo escondan, es que parece no existir. Es realmente de cuento. No hay rostros angustiados, aunque imagino que, como todos, tendrán también sus urgencias existenciales, pero no son evidentes en sus miradas. Y no es que sean pueblos que no hayan sufrido, al contrario, las pasaron todas y más de una vez debieron empezar de bajo tierra, pero dudo que sus padecimientos hayan sido el motivo de su victoria. La gente no camina, pasea, recorren desenvueltos… no parece perseguirlos la historia.
El cumplimiento de sus normas parece estrictísimo y parejo para todo el mundo. Jamás vimos un solo policía ni escuchamos la sirena de ninguna patrulla. La vida social de todos estos poblados es maravillosa y los hombres tiene la buena costumbre de juntarse por las tardes en los múltiples bares que abundan y se llenan de folclóricos personajes de leyenda que celebran cada día y llegan a ellos en su tractor, bicicleta o caminando para cumplir con ese mandato social que sin dudas consolida sus relaciones comunitarias.
Esta es una región turísticamente desconocida, al menos nunca se escucha nombrar, pero vale el esfuerzo de llegar por su belleza, sus costumbres y porque son, lo más valioso, una cultura absolutamente distinta a la nuestra que asombra por sus tradiciones tan particulares y arraigadas al trabajo y al arte, concluyendo con esa máxima que viajar y conocer agranda la cabeza…