Los jóvenes dirigentes del gobierno de Gabriel Boric solo conocen de oídas o por lecturas lo que fueron las administraciones de un Frei Montalva, Salvador Allende y del propio Augusto Pinochet. Se precisa tener 60 o 70 años para haber sido testigo directo de una época tan relevante de nuestra historia nacional. Menos todavía pueden saber del inmenso papel que cumplieron las iglesias cristianas en la promoción de acontecimientos tan importantes como la Reforma Agraria, la nacionalización del Cobre y la lucha en contra de la dictadura cívico militar que se prolongara por 17 años. Cuando instituciones tan importantes como la Vicaría de Solidaridad se dedicaran a defender los Derechos Humanos conculcados por el régimen de facto.
Es natural que actores como el cardenal Raúl Silva Henríquez o el pastor luterano Helmut Frenz le digan muy poco a generaciones que más bien han sido testigos de la declinación de algunos de nuestros credos religiosos a consecuencia de los abusos cometidos por obispos, sacerdotes y pastores. Tanto en Chile como en el mundo.
Es natural, entonces, que actos como los Tedeums les resulten como decimonónicas liturgias, más que ceremonias propias de nuestra institucionalidad republicana. En cada una de nuestras Fiestas Patrias de verdad es que estos solemnes actos resultan muy disonantes en medio de festividades cada vez más marcadas por los excesos culinarios, la ingesta desmedida de alcohol y otros despropósitos que año a año cobran muchas víctimas fatales. Donde lo que menos les importa a los millones de chilenos eufóricos es rendirles homenaje a los forjadores de la Patria.
Es lamentable, de este modo, la indiferencia manifestada respecto del aporte de la fe y las iglesias a los importantes sucesos políticos del país. Peor aún cuando esta proviene de sectores progresistas que no saben que, pese a toda la crisis de credibilidad de las instituciones eclesiásticas, estas instancias continúan gravitando enormemente en el pensamiento y las conductas ciudadanas. Demostrando un poder de convocatoria e influjo social que partido político o referente alguno podría disputarle.
Al respecto habría que considerar tan solo la multitudinaria asistencia a las eucaristías dominicales, así como aquellos eventos relacionados con el matrimonio, la muerte y tantas otras manifestaciones habituales de la población. No sería extraño a los resultados del último plebiscito la renuencia de las iglesias respecto de una propuesta constitucional que contenía acápites reñidos con sus preceptos, como los referidos al aborto. En estos días, además, un destacado sacerdote y filósofo ha publicado un libro que demuestra la gravitante influencia que mantienen las prácticas marianas, lo que se condice que nuestros Libertadores hayan decretado a la Virgen María como la gran patrona de Chile.
Puede ser casi una anécdota, pero llamó la atención que los ministros del nuevo gobierno solo “prometieran” cumplir con la Constitución y las leyes al momento de su solemne juramento, con lo cual manifestaron su nulo o tibio compromiso religioso, muy distinto de lo que ocurría en el pasado remoto o, incluso, más cercano.
Nos consta que hay varios operadores políticos que tienen en cuenta la religiosidad de los ciudadanos y les recomiendan a sus candidatos amigos tener en cuenta en sus discursos y actos de campaña esta condición nacional, de manera de conquistar adhesiones que pueden ser muy decisivas en los resultados electorales. Años atrás pudimos observar en el propio Fidel Castro un viraje importante en su trato con la Iglesia Católica después de muchos años en que se asumió erróneamente el desafecto del pueblo con la fe religiosa. La propia visita oficial del Papa a la Habana y aquellas sendas entrevistas otorgadas por el Líder Cubano dieron cuenta de este reconocimiento que tantas simpatías logró en su población como en el mundo entero. De allí también que revoluciones como la sandinista, la salvadoreña y otras hayan destacado a tantos sacerdotes e incluso mártires jugados por los cambios y la justicia social.
Los dirigentes de la izquierda chilena que vivieron en carne propia la represión pinochetista pueden dar cuenta cómo varios de ellos hasta la vida le deben a los sacerdotes, pastores y creyentes que los acogieron para darles protección corriendo ellos mismos riesgos muy severos. Así como se habla de que La Moneda debe definir política en una serie de temas, bueno sería también tenerla en lo religioso, reconociendo el papel que pueden cumplir las iglesias en la construcción del porvenir. Si se asume la concordancia ideológica que existe entre la fe cristiana y los objetivos de justicia social.
Algo que debieran tener en cuenta también las nuevas generaciones políticas es el distanciamiento, casi el divorcio, que se produjo entre los líderes religiosos y las expresiones reacias a los cambios, los que ahora hacen todo lo posible por desmarcar a las confesiones religiosas de los actuales gobernantes y su voluntad de cambios. Toda vez que ya existe una patética desafección de socialistas y tantos dirigentes y gobernantes con el itinerario marcado por el propio Allende y otros líderes vanguardistas del mundo. Encantados, como se los puede apreciar, tanto aquí y otros lugares, con las políticas neoliberales, haciendo de la mantención y disfrute del poder su objetivo fundamental.
Con la evolución de los tiempos y la necesidad de revisar la pertinencia de ciertos eventos que tienen más pompa que contenido, lo primero que debía cuestionarse son, por ejemplo, las dispendiosas y absurdas paradas militares en que todavía se le rinde honores a quienes han apuntado sus armas para atentar una y varias veces contra nuestras instituciones republicanas, ejerciendo terrorismo y muerte contra sus propios connacionales. Cuando los genuinos héroes provienen, por lo general, de la civilidad.