El arte como herramienta de activismo social
Desde siempre me he considerado más activista que artista. Mi ámbito de interés es lo social, el hacer juntos, ir a buscar para ver y contar, crear nuevas formas de vivir juntos. Ésta es mi misión en la vida. Y en los encuentros que se generan de esa búsqueda, ya sea con la naturaleza o con otros seres humanos y sociedades, llevo conmigo buenas preguntas. Han dicho de mí que soy una buscadora y una artista. Creo que la creatividad me caracteriza, por el simple hecho que no me gusta cuando me dicen que algo no se puede hacer. Existe siempre una tercera vía, entre el sí y el no, y buscarla junto a la gente que quiero en mi vida es lo que me hace feliz. Para hacerlo, por supuesto, hace falta mucha creatividad.
Es así que, con la pandemia, he empezado a dar forma plástica a ideas que antes tomaban espacio en conciertos juntos, en laboratorios, talleres. Ese tiempo de la soledad ha abierto puertas hacia mi interior; y la necesidad de comunicar de forma visual lo que antes prefería escribir se ha desarrollado en mí en esta fase de mi vida. Contenidos no faltan, desde la crítica al sistema occidental que propone e impone la securitización como única vía posible contra amenazas que me cuesta ver con claridad como tales, hasta la explosión de rebeldía y demandas sociales que estalló en Chile desde el 2019.
Es así que nace la serie “De la cuchara a la boca”, en la que recorro mi experiencia de Chile a través de los recientes acontecimientos sociales que han marcado mi vida y la del pueblo chileno desde el 2019. Las cinco obras que componen la exposición parten del plebiscito en pro de la reforma constitucional y atraviesan la dura realidad del Covid, para ampliar la mirada crítica hacia la sociedad del consumo. Para esta serie he querido usar materialidades y objetos cercanos a la cotidianidad del pueblo, con la intención de hablar el mismo idioma de los espectadores, para responder a la necesidad de opinar sobre hechos contemporáneos de amplio valor social y con la finalidad de poner sobre la mesa temáticas que han marcado la vida del pueblo en Chile. La exposición que se ha inaugurado el pasado 2 de septiembre en la Junta de Vecinos Barrio Yungay, en Santiago de Chile ha recibido el mismo la visita de unas 40 personas, entre las cuales la directora del Instituto Italiano de Cultura, Cristina Di Giorgio, junto a vecinos del sector y otros artistas, entre los cuales Máximo Corvalán-Pincheira, mi compañero en la vida y en esta gran aventura que ha sido para mí incursionar en las artes plásticas desde el activismo social.
El 25 de octubre 2020 el pueblo chileno vota masivamente en pro de la reforma constitucional, con una presencia de personas en fila para votar nunca vista antes. Con mucha esperanza en el corazón y una imagen en mi mente, despierto aquel día con una viva imagen cargada de simbolismo: una bandera de Chile, hecha de soldados reunidos en asambleas, con un lápiz azul en la mano. Así nace “No estamos en guerra”: una imagen que lleva su título puesto, en una mañana de un histórico 25 de octubre. Técnicamente la obra cuenta con 622 soldaditos de los colores patrios, dispuestos en círculos, sobre base de madera que reproduce la bandera chilena de 80cm*110cm, listos para la guerra con su mejor arma: el lápiz azul que usarán para votar.
En plena pandemia, en el año 2020, el entonces Presidente de la Chile Sebastián Piñera había aparecido en la televisión tocando las puertas de algunas casas, entregando cajas de alimentos destinadas a familias en situación de necesidad, por la emergencia Covid. Se trataba del programa: “Alimentos para Chile”. Pocas semanas después, la chef Paula Larena aparece en un conocido matinal dando consejos sobre recetas con los productos de las cajas, para que éstas rindan y sugiriendo tomar mucha agua para aguantar el hambre. La distancia entre la clase de gobierno, los personajes de tendencia y el pueblo se hace evidente. Cerca de la Navidad, nace la obra: “La sopa”, donde trato irónicamente el tema de la insuficiente ayuda social, a través de un video de 1 minuto que invita al espectador a ponerse en el lugar de una persona que trata de tomar una sopa, con una cuchara perforada.
El aire de fiesta de la venida del nuevo año y el reciente proceso de redacción de la nueva Constitución se expresa en la obra: “Confetti de Constitución”, celebrando la alegría que hace volar la Constitución de Pinochet como copos de nieve en una esfera navideña, para dejar expuestos los paños sucios de la Constitución del ’80 que ya no tiene cuerpo y sus páginas son tendidas como hojas limpiadas del pasado. Formalmente, la obra se constituye como una cúpula de vidrio del diámetro de 12 cm*20cm de alto, a la base un embudo para facilitar la circulación del aire que proviene de un secador de pelo que hace función de ventilador, moviendo los confetti realizados a partir de la antigua Constitución perforada. A su lado, están colgados los vestigios de la antigua Constitución.
Otro invierno, otro encierro y llega abril 2021 cuando todo vuelve a cerrarse de nuevo bajo el control de la securitización sanitaria. A pesar de las primeras vacunas, el mundo parece no estar en capacidades de salir del virus del Covid. Es así que nace la inspiración para “Realidad Covid”, una obra sencilla cuanto identificativa de los procesos sociales que he duramente criticado. La militarización, la desconfianza y el miedo al otro son los valores que están reflejados en las nuevas miradas de los habitantes de muchas ciudades del mundo, instalados no por el Covid sino por una gestión funcional al divide et impera, base de la sociedad neoliberal. Formalmente, se trata de la exposición de un par de gafas graduadas, baratas (de las que se encuentran en las ferias), en cuyos lentes ha sido incidido “Covid 19”.
“En desarrollo” es la última obra de la serie “De la cuchara a la boca” y presenta una crítica a la rutina impuesta por el sistema capitalista que empuja a correr, trabajar, perseguir bienestar y que en realidad responde a la misma lógica de imperio del capital. Al centro ya no se encuentran ideales, ni sueños, sólo un enorme dólar alrededor del cual estamos amarrados como mulas de carga. El título de la obra juega con el concepto de desarrollo, impuesto por la sociedad neoliberal como un modelo a sentido único. La obra se compone de un juguete de plástico con pilas, que representa un caballo que corre amarrado a un palo, acompañado por una música de conquista. Al palo ha sido pegado un enorme dólar como bandera.
Finalmente, el pasado 4 septiembre los pueblos de Chile fueron llamados a aprobar o rechazar el texto de la Nueva Constitución, redactada con un proceso de representatividad ejemplar a nivel mundial, en tema de participación igualitaria de las mujeres y escanios reservados a los pueblos originarios; una Contitución que iba a dejar por asumidos derechos que son práctica diaria en los países europeos pero que en Chile eran y siguen siendo competencia del mercado. Los resultados fueron para mí muy deludentes y me cuestiono por dónde volver a empezar para vislumbrar esa tercera vía de una sociedad más justa e igualitaria. Finalmente, la pregunta queda abierta, junto a la invitación a mirar más allá de nuestros círculos políticos, intelectuales y artísticos para validar la opción de amplia parte de los votantes que tienen poco y quieren defenderlo, frente al miedo a un sistema de quehacer colectivo. Si en las ollas comunes que se realizan en los barrios más vulnerables, los habitantes manifiestan su espíritu solidario, parece que en relación a “las cosas” no sucede lo mismo. Los cuarentaynueve años de neoliberalismo económico y constitucional en Chile han llevado a muchas personas a preferir tener una tele al plasma que tener derecho a la salud universal, sin tener que endeudarse por una operación quirúrgica, o tener el derecho al agua. Por otro lado, ese analfabetismo también es propio de una clase media reformista, incapaz de dialogar con la base y hablar el lenguaje de los pueblos de Chile. La superación de esa distancia es algo a que tenemos la obligación y la urgencia de trabajar hoy en Chile.