La obra de Cecilia Vicuña (1948 Santiago de Chile) ha permanecido alrededor de 40 años al margen de la visibilidad pública. No es hasta hace una década que algunos comisarios de arte empiezan a fijarse en su trabajo para sacarlo de los márgenes, de los fracasos a la luz. La artista, una mujer menuda, de apariencia frágil pero digna de admirar por su gran fuerza, tenacidad, trabajo constante y un discurso social admirable, llega al público por la puerta grande.
Una exposición previa en la Documenta XIV; el León de Oro, premio a la trayectoria en la última Bienal de Venezia, 2022, (la primera concedida a una mujer indígena); premio Velazquez de artes plásticas; una exposición en este momento en el Guggenheim de New York («Spin Spin Triangulene»); una futura inminente en la sala de turbinas de la Tate Modern de Londres, y el reclamo a ser galardonada con el premio nacional de arte en Chile, marcan entre otras muestras alrededor del mundo una explosión “in-creible” en el sentido de no creible como dice la artista, de algo inesperado en su vida.
Ahora todo el mundo quiere exponer a Vicuña.
El fracaso
Exiliada de la dictadura de Pinochet, primero a Londres, luego a Bogotá y finalmente a New York, donde fija su residencia, Cecilia siempre asumió su fracaso como artista, en el que su condición de mujer e indígena que no encajaba en las formas de arte occidental, especialmente desde el punto de vista comercial, la sumía en los márgenes. Esta condición no era vivida por su parte como algo sufriente, sino que asumía que era la situación social vivida por tantas y tantas mujeres invisibilizadas durante la historia. Esta condición es la misma que le daba fuerza para seguir trabajando con constancia, tenacidad e inspiración cada día. Una exposición realizada hace unos meses para una exposición en Madrid (Ca2M), nos desvela todas estas inquietudes y nos cuenta el proceso de un trabajo no sólo personal sino de grandes convergencias sociales.
Su obra
El trabajo de Vicuña es difícil de resumir, por la diversidad temática y de formas o expresiones. En su obra siempre ha habido una reflexión política, feminista, de defensa de la naturaleza y de los derechos indígenas. Vicuña es una activista defensora de la fuerza del colectivo, alejada del individualismo.
Cecilia se muestra como una mujer con una sensibilidad visionaria, no sólo por ver lo invisible de las cosas sino por ser capaz de construir un discurso donde no existe la temporalidad tal y como la entenderíamos desde occidente, sino como un tiempo no lineal, más próximo a culturas ancestrales de las que ella se siente heredera y defensora. Quizá sea eso lo que le llevó a realizar obras hace 40 años que hoy tienen una vigencia contemporánea, como las “Palabrarmas”, palabras compuestas de varias palabras representadas en dibujos y que se usan para fines políticos en pancartas, volantes, reivindicaciones y que, como se explica más abajo, salen a la luz de un modo anónimo en manifestaciones recientes. Por su significado hoy haríamos un símil con las fake news.
Las “Precarias”, son esculturas de pequeñas construcciones realizadas con materiales encontrados en la playa. Podemos decir que la forma, la composición, el equilibrio, lo sutil, forman parte de estas esculturitas que desde los 15 años la acompañan en su trayectoria. Son más de 400 desde los años 60, como gesto personal de protesta contra el régimen de Pinochet anti pueblos originarios. Como si de un altar se tratase le ayudan a reforzar sus convicciones. De modo similar sucede con las “Basuritas”, esculturas rituales de objetos de plástico y desechos. Vicuña dice sentirse una basurita ella misma, un desecho que no interesa, de ahí su trabajo con estos materiales encontrados, restos de basura.
No deja de ser curiosa la similitud gráfica que estas figuritas tridimensionales, recuperadas de los desechos y ahora convertidas en expresiones estéticas, tienen con algunas pinturas de Kandinsky, artista con el que ahora comparte espacio en el Guggenheim. Al respecto, Vicuña señala la inspiración ancestral de Kandinsky para sus figuras de soles y círculos gracias a la herencia del pueblo Komi, en la frontera entre Rusia y Mongolia. Su temprano interés por lo chamánico, le llevará a teorizar sobre el círculo, lo concéntrico, lo excéntrico y la espiral, como la forma suprema. Cecilia teoriza en modo similar con los nudos de sus quipus, como una espiral que se mira a sí misma.
El “Quipu” es otra de las formas escultóricas de desarrolla. Quizá una de las más llamativas visualmennte. Un objeto cargado de intenciones. Una escultura ritual que se va cargando mientras se teje. Tejerlo de modo colectivo intensifica esa fuerza del conjunto. El quipu es un objeto andino, con más de 5000 años de historia, cuyo uso ancestral, antecesor de la escritura, una escritura colectiva, con la utilización de nudos, nos remite a un riquísimo estudio antropológico de costumbres y significados. Los quipus, temidos por su significado desconocido fueron destruidos por los colonizadores españoles y proscritos por la iglesia Católica Romana, de ahí el interés de Cecilia por recuperarlos. Hay una historia digna de mencionar de como el quipu fue destruido, aniquilado por los conquistadores por representar la colectividad de la tierra. Actualmente unos 1000 quipus, los que se libraron de la hoguera, se conservan esparcidos por el mundo.
En sus instalaciones crea quipus colectivos, trabajos con sumo cuidado sobre el objeto, al que se le atribuyen cualidades animadas. Algunos de sus recientes quipus son: “Quipu desaparecido” o el “Quipu menstrual” , “Quipu Womb” (útero) que han sido “tejidos” como objetos con una fuerte carga sibólica y emotiva. Para la exposición del Guggenheim ha realizado un conjunto de 3 quipus titulado: «Quipu de exterminio de la vida», una reflexión sobre nuestra condición de vida en el planeta y la urgencia climática, así como una reflexión sobre el concepto de la muerte. A modo de cascada, tres esculturas bajan desde el techo. Hechas de lana cruda (la lana cruda ofrece a la artista propiedades que le permiten hablar del tejido no solo como material sino como metáfora social y cósmica). Es lana no anudada, en definitiva hilos, pelos. En ella se entrelazan ramas secas, alambres, u otros objetos a modo de reliquias. Cada uno está realizado en un color: rojo, negro y blanco.
El rojo es la línea de la vida; el negro es el luto y el blanco es la muerte, pero no una muerte como exterminación sino como transformación y renovación. Es necesario, dice la autora, saber que tipo de muerte queremos para las próximas generaciones. Una muerte que traiga nuevas generaciones o una muerte donde todo desaparezca. “La decisión hay que tomarla ahora. No la próxima década, pues será demasiado tarde”.
El quipu va cobrando sentido cuando se teje pero también cuando se observa y se reflexiona sobre él. No pareciera ser premeditado sino fruto del ir haciendo y conjugando equilibrios en el mismo.
La fuerza de lo colectivo. La transformación planetaria
Un fenómeno inesperado hace que su trabajo, sus poemas censurados e invisibilizados, sean utilizados, de modo anónimo como volantes en las manifestaciones feministas sucedidas en el sur de Chile en 2016-18. Sus “Palabrarmas” concebido en 1966, se convierten en íconos de la protesta. Aparecen como símbolos en ropa, gorras, grafitis, etc., es de este modo que su obra, invisibilizada se une a la fuerza de un colectivo produciendo un cambio social radical. Esta situación puntual, donde las fuerzas sociales de multitudes conjuntas producen cambios, hace que la artista la compare con el fenómeno que a nivel mundial está dándose en las luchas socio-políticas no solo en Chile sino en otros países. El símil con lo sucedido en las reivindicaciones en Chile, Perú y Colombia, transmitido a grandes colectivos humanos, es lo que puede producir una transformación a nivel planetario según palabras de Vicuña.
Este fenómeno está llevando a la artista a investigar, junto con su pareja, las raíces que lo mueve.
En este medio hemos hablado numerosas ocasiones de éste fenómeno en el que una inspiración colectiva psicosocial está produciendo estos cambios en los individuos y en las sociedades. Así que una vez más, vemos como este caso queda reflejado en la experiencia que relata Vicuña.
La reciente visibilidad de la artista se convierte en un antes y un después en el “sistema del arte”.
“¿Por qué la humanidad prefiere vivir en la fealdad de las jerarquías y las diferencias? ¿Y de la superioridad y de la inferioridad? Es todo un universo conceptual que no sirve.” (El salto)
Su obra parece ser difícil para la venta, tema que haga que no sea interesante para ningún comerciante del arte, sin embargo ahí aparece un fenómeno histórico donde quizá sólo sea el inicio de un nuevo Renacimiento.