Cuando en 1985 Mijaíl Gorbachov asumió la secretaría general del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética), que de facto equivalía a una presidencia de la URSS, sucediendo a tres gerontes (Brézhnev, Andrópov y Chernenko), pocos imaginaron que este cambio iba a representar un vuelco en el mundo, poniendo fin a la Guerra fría de aquel entonces.
Su liderazgo duró unos seis años, y terminó en el mismo momento de la disolución de la Unión Soviética, a finales de 1991. Poco después, en 1996, Gorbachov se presentó a las elecciones presidenciales en Rusia, obteniendo alrededor de un 1% de los votos. No era muy querido en Rusia: para algunos, era un “aparatchik” comunista que intentó hacer reformas para mantener al PCUS como partido único en el poder soviético; para otros, fue un agente occidental cuyo objetivo fue la desaparición de la URSS y del comunismo. Para todos, su persona estaba asociada a un período de mucha inestabilidad y carencias materiales. Desde el inicio de su presidencia, se comenzó a ver su tendencia a la libertad, la apertura y la paz, lo cual despertó grandes esperanzas en todo el mundo. Sin embargo, esto produjo una reacción en las capas de poder soviético, que vieron peligrar sus privilegios. Por otro lado, la contraparte occidental, miope a todo proceso histórico, vio una oportunidad de nuevos negocios. Limitado por estos dos polos de presión, Gorbachov fue moviéndose con habilidad hasta llegar a 1989, año de la caída del muro de Berlín, fecha simbólica que marca el fin de la Guerra fría. A partir de ahí, la situación económica comenzó a deteriorarse en la Unión Soviética, algo a lo que sus ciudadanos no estaban acostumbrados. Curiosamente, el desabastecimiento que se vivió en los últimos meses de su mandato, desapareció de forma milagrosa al día siguiente de haberse disuelto la URSS.
Gorbachov, como todas las personas, cometió muchos errores, algunos de los cuales han tenido graves consecuencias (la actual guerra de Ucrania podría considerarse una consecuencia, resultado del avance de la OTAN y posterior reacción de Putin). Podríamos decir que su proyecto fracasó, porque la URSS se disolvió, y los años que siguieron fueron de gran caos y penuria en los territorios ex soviéticos, particularmente la Rusia gobernada por Yeltsin. El fin de la guerra fría que se consiguió, y que fue un gran logro, hoy día está casi liquidado. Su anhelo de paz, prosperidad y libertad para todo el mundo no se cumplió. Por supuesto que las razones para que estas aspiraciones no se hayan concretado son muchas, pero los principales responsables hay que buscarlos en otro lado, lejos de Gorby y su entorno.
Su principal error fue confiar en demasía en su contraparte, tanto la norteamericana como la europea. Los grandes líderes del capitalismo occidental no pensaron en la oportunidad histórica que se les presentaba, sino en la rentabilidad que podrían obtener a corto plazo. Esa visión tan estrecha y mezquina es la que ha impedido que la paz, la prosperidad y la libertad se hayan extendido por el mundo.
Ayer Gorbachov ha dejado este plano de existencia. Se puede discutir si fue un gran político, aunque sin duda fue una buena persona y un gran humanista. Por contra, sus iguales en occidente fueron políticos mediocres y de dudosa bondad. Su legado, más allá de las consecuencias fácticas, es un modelo a seguir: Gorby fue un humanista de muy buenas intenciones. Ojalá su ejemplo cundiera y viéramos cada vez más líderes políticos y económicos con buenas intenciones. Esto nos acercaría a las tan anheladas aspiraciones de paz, prosperidad y libertad.