RELATO
Jesusa camina por la orilla de la banqueta mientras disfruta los amarillos de los mirasoles que adornan los cercos de las casas. En agosto, cuando el calor del verano estadounidense hace reventar los pétalos silvestres y empieza a sazonar el zacate sembrado en los arriates, el aroma de las flores de lavanda hace que los últimos días del verano sean inolvidables en su hermosura. Es entonces cuando florecen los girasoles y Jesusa olvida momentáneamente todos sus dolores.
Come sandía, también arándanos y melocotones. Hace ensalada de aguacate con albahaca y limón, prepara limonada con hierbabuena y pone a secar las hojas de ruda para el té que tomará en el invierno. Logró que se le pegara una mata después de muchos intentos, ya ha sobrevivido a tres inviernos y renace galante en primavera para cuando florecen los cerezos y los últimos tulipanes despiden la nieve y el hielo negro de la estación.
Sólo en agosto, cuando cantan las últimas chicharras y las hojas de los arces comienzan a cambiar de color Jesusa olvida momentáneamente que es indocumentada y que no pudo enterrar a sus tres hijas que murieron de sequía intentando cruzar el desierto de Sonora para reunirse con ella, en el país que les dijeron que todos los sueños se hacen realidad.