Lo estoy contando, y nadie dice nada. Pero veo en sus ojos, en sus gestos, en sus caras, que les cuesta trabajo creer lo que digo… Es más, no disimulemos, me parece a mí que no se lo creen en absoluto, así, directamente, pero que, por educación, o por no discutir, lo aguantan, lo toleran, lo soportan como el que se traga un cuento desnortado de Calleja. Lo único que pasa es que no son cuentos, si no vivencias de una historia real que fue ayer mismo, y que parece comienza a repetirse hoy, en esta actualidad de ahora, en otros países del mundo cercano, no lejos de nuestro propio entorno. En aquellos, puede ser, que olvidaron su propia historia, y donde empieza a volver atrás. Porque lo malo no es olvidarla, lo malo, y lo peor, es no sacar ninguna lección de ella.
Y yo les estaba contando que nuestra posguerra civil, en un país que quedó arrasado de norte a sur, aparte el retroceso en libertades, el económico duró, al menos, hasta que, en los conocidos sesenta comenzó a arrancar y moverse a lomos de un “Seiscientos”… Y les decía que, en los cincuenta, en los pueblos castigados apenas existían recursos, y en los que no, eran tan pocos los que había que mejor no tentar a Dios ni a la suerte por no perderlos… Pueblos sin agua y con poco pan, sin médicos, ni atención sanitaria mínima, ni nada; donde la farmacia, si la había, no tenía más que Pelargón y Piramidol, y Aceite de Ricino, y tampoco al alcance de cualquier jornal. Donde un dolor de muelas se aliviaba con buches de anís Chinchón, o dónde una pedrada a un crío en plena cara le dejaba una jodida mordida torcida para el resto de su puñetera vida… y eso, con suerte.
En Los Alcázares teníamos esa misma y enorme suerte por estar pegados a una base militar, cuyo personal se sentía, a su vez, pegados al pueblo y a su gente. Hasta el extremo que don Fernando y el Sr. Acedo – médico y practicante – se constituyeron a sí mismos en ángeles guardianes de los civiles que malmedrábamos por allí en aquella época… Al lado, en Torre-Pacheco, villa principal y municipal comparada con nosotros, tan solo le venía de no sé dónde “el Raspa”, que tenía abierta consulta en una casa particular del centro. Y gracias. Por eso nosotros, sus vecinos, aún siendo pequeños y dependientes, y deficientes, y encima los malos de la película guerracivilista, podíamos considerarnos afortunados en esa materia, al menos. No en lo demás, claro, en un entorno de carencia absoluta, donde, para un pequeño derrame cerebral, el bueno de don Fernando tenía que recetar tomate, mucho tomate, solo tomate, y rezar, mucho rezar, que siempre ayuda al tomate… Y les aseguro yo que, a veces, funcionaba. Y quizás que por todo eso, la gente, niños incluidos, caían como moscas y como cosa natural.
No crean que las ciudades como Murcia o Cartagena, estaban tan bien dotadas… claro que comparándolas con los pueblos eran la releche de todas las leches. Encontraba especialistas (no todos), y lo más cercano a un hospital eran centros asistenciales, alguna clínica, y las conocidas por “Casas de Socorro”… Eso sí, los pocos especialistas que había “operaban” en sus propias consultas: uno sillón de peluquería, unas tijeras con cazoleta incorporada, una fuerte mujer sujetando al zagal, y ¡zas!, anginas fuera… El mismo método, cambiando tijera por tenaza, para una muela. Luego, después, récese media docena de avemarías y pida que se le corte la hemorragia y que no se infecte, que ese ya es su problema… Afortunadamente para ellos, claro, aquellos que tenían posibles, o eran adictos al régimen, o tenían buenas agarraderas (lo normal es que las tres cosas fuesen juntas) podían echar unos viajes a Madrid, o a Barcelona, y hacerlo con los mejores, por únicos, especialistas, e intervenirse como Dios – y la Falange – mandan… Hasta poder traerse, si preciso fuere, unas ampollas de Penicilina de estraperlo, a precio de cojón de mico, para algún desgraciado al que se le estuviese muriendo el hijo…
Así estaban las cosas hace apenas 60 o 70 años por estos lares…A pesar de que los que me escuchen y lean sigan poniéndome cara de langostino Pescanova… Lo juro por Tutatis y porque yo mismo lo he vivido, que no lo he soñado. Por eso me asombra que tal realidad se olvide hasta el punto de creer que no ha existido. Y la verdad es que todo lo que ha existido puede volver a existir otra vez, y esto aunque no nos lo creamos… Y también por eso mismo creo que esas certezas deberían de comunicarse a las jóvenes generaciones por los cada vez menos supervivientes de la historia, en plazas, colegios e institutos. No para contar batallitas del abuelo Cebolleta, si no para recordarles que lo que no han aprendido porque nadie se lo ha enseñado pueden volver a vivirlo…
Por triste ejemplo: que lo que está viviendo hoy Ucrania es muy parecido, en algunos aspectos igual, a lo que vivieron nuestros padres, y nosotros después, en aquellas épocas… Y que tales tragedias hay que conocerlas para evitarlas. Y recordarlas para no repetirlas… Nos está llegando una carestía de medios de vida y energía que no augura nada bueno, ni tampoco nuevo. No sé si habremos de volver a carburos y chuminos, al cuarto y mitad de gato-conejo, o a despiojar las lentejas antes de echarlas a la olla, pero, si así fuere, que ojalá no, estos zagales no están preparados por el simple hecho que lo tienen como derecho y que no aprecian lo que tienen… Vamos, ni de coña.